Desde que sorprendió con su primer álbum, Space Is Only Noise (2011), el músico electrónico Nicolas Jaar tomó diferentes direcciones estéticas que conviven en paralelo, siempre con la experimentación como guía. Al mismo tiempo que deslumbra a las pistas de baile europeas con sets iconoclastas o improvisa una performance de cinco horas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA), el productor y DJ ahonda en su veta latinoamericanista. El equilibrio de todas estas fuerzas decantó en su primer hit, “Mi mujer”, house mántrico cantado en español. Uno con acento bien chileno. Y es que este neoyorquino es hijo del artista visual santiaguino Alfredo Jaar (entre 2014 y 2015, el Parque de la Memoria recibió su afamada muestra “Estudios sobre la felicidad”), cuya obra está atravesada por la resistencia a las antípodas del poder económico y político.
El músico y compositor de 34 años (otrora enfant terrible de la escena) siguió ese mismo camino, revalidando así su gen revolucionario. De hecho, 10 años atrás, días antes de su debut en Buenos Aires, Nicolas le había dicho a este diario: “La electrónica está muy centrada en ingleses, alemanes y estadounidenses como una hegemonía cultural, y eso es horrible porque hay un montón de música increíble dando vueltas. Vivimos en un mundo dominado por la cultura occidental y eso es un gran problema. Estamos en la obligación de hacer lo posible para cambiarlo”. Y había añadido: “Me es imposible componer sin pensar en América latina porque mis padres son de allá. Viví en Chile cuando era muy pequeño y me influyó mucho. ‘Mi mujer’ y ‘El bandido’ son canciones que hice apenas empecé en la electrónica porque quería demostrar, además cantando en español, que la música no sólo podía venir de Europa”.
En 2016, Nicolas pateó el tablero una vez más al presentar su cumbia electrónica “No”. Se envalentonó a hacerla a partir del legado del colectivo argentino Zizek, y en especial tras quedar fascinado por una de sus figuras, Chancha Vía Circuito. Esto, junto a algunos ingredientes adicionales, allanó el camino para la creación de su nuevo disco, Archivos de Radio Piedras, que lo trajo de vuelta a la ciudad. Previo a subirse el lunes último al escenario de Deseo Club, sala erigida en Villa Ortúzar, el artista esperó a la salida de este material para ponerlo a prueba por primera vez frente al público de México, Chile y la Argentina. Apareció el 27 de abril por la plataforma musical Bandcamp (como antesala, lo diseccionó en 17 episodios a través de Telegram), y no se parece a nada de lo publicado por él anteriormente.
El álbum es un cuento de 3 horas en forma de radioteatro. En una primera escucha, el disco remite a las experiencias electroacústicas latinoamericanas de los años '60 y '70 (firmadas por el chileno Juan Amenábar, el venezolano Alfredo del Mónaco o el argentino Eduardo Kusnir), afines al corte social de manifiestos artísticos como el Tercer Cine. También evoca al Kraftwerk del álbum Radioactivity, cuyo entramado gira en torno a la radioactividad y la radiocomunicación. Sin embargo, pese a que no deja de ser un trabajo conceptual, lo que inspiró la idea de Archivos de Radio Piedras es tan personal como coyuntural: está basado en el estallido social chileno de 2019 y la relación de Nicolas con la radio en su infancia, al igual que en el estilo narrativo de Atahuapla Yupanqui y Violeta Parra. La invitación para actuar en el Museo de la Memoria de Chile y la muerte de sus dos abuelas completan la síntesis.
Estos dos últimos disparadores son quizá los más crípticos. En tanto que el primero decantó en “Piedras”, tema inaugural del disco, las abuelas de Nicolas fueron fuente de inspiración del track “Mis viejitas” y del personaje de este proyecto: Salinas Hasbún (resultado del apellido de ambas). Cuando salió a escena, escoltado por los músicos que lo acompañaron en el show, el tecladista chileno Camilo Salinas y el percusionista colombiano Daniel Cataño, el productor y DJ inició una charla desde el futuro con Salinas. Le contó lo que está pasando en la Argentina: Milei en el poder, el femicidio de Barracas y el campamento solidario propalestino de los estudiantes de la Universidad de La Plata. Destacó asimismo la sensación de esperanza que embarga a este momento. Lo que antecedió al primer tema de las dos horas de performance, “Piedras”, que introdujo tal cual locutor radial.
Devenido en crooner chamánico, con su voz recubierta por una especie de membrana espectral, el músico de ascendencia chilena levantó el telón con una situación étnica abstracta que al final tomó forma de cumbia altiplánica. A continuación, Nicolas presentó “Agua de piedras”, donde hizo alusión a la desaparición de Salinas. Esas texturas arrugadas, al estilo de las viejas radios portátiles, son la columna vertebral de la pieza. Hasta que se estancó a medio camino del ruidismo y del ambient, para luego desasirse mediante las herramientas del hip hop experimental. Algo parecido a lo que resolvió Flying Lotus en su fabuloso álbum Cosmogramma (2010). Una vez que se abrió camino, el trío entró en una frecuencia house alimentada por la polifonía. Entonces comenzó a cabalgar en el bombo en negra. En ese instante, las dos plantas de esa sala henchida de público se entregaron al baile.
Comenzaba a develarse el plan del artista para llevar a la práctica la puesta en vivo de Archivos de Radio Piedras (el disco incluye pasajes de Facundo Cabral, Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa). Había transgredido la propuesta iconoclasta del disco para darle una impronta lúdica y elástica, empujando al show incluso hacia una situación más rave. Evocaba al Underworld de los '90, con la percusión capitaneando y volcando la musicalidad hacia una intención tribal. Y tras un buen tramo de semejante locura, rayando la genialidad, Salinas apareció nuevamente para ponerle orden al asunto. Eso sirvió de preámbulo para la cumbia “Mi viejita”. “Donde puedo ir a respirar”, canta. Aunque más tarde entona: “Aquí todo se vende”, en alusión a las tierras sudamericanas compradas por los emporios extranjeros. En esa realidad reincidió en “Río de las tumbas”.
Jaar tomó el micrófono ataviado por la charrasca y la polifonía, surfeando encima de una cadencia que se debatía entre lo techno y lo analógico. Al terminar, Salinas irrumpió para despedirse, lo que dio por concluida la transmisión. Luego de presentar a tecladista y percusionista, el artífice electrónico, que el domingo había presentado el mismo show en The Roxy, avisó que iba a tocar otros temas (ajenos al disco que vino a mostrar). Bajó cinco cambios con el track que dio título a uno de sus álbumes de 2020, “Cenizas”, en el que recurrió nuevamente al español, esta vez flotando entre varios tipos de atmósferas: sombría, tierna, fantasmagóricas. Se mantuvo fluctuando entre esas sensaciones en la cumbia techno “No”. Y ya en el final preguntó si podía hacer una más, por lo que desempolvó el instrumental “A Time For Us”, house que en 2009 lo convirtiera en el nuevo milagro latinoamericano.