Si a Manuel Adorni se le aplicara un castigo a lo Sísifo (repetir una acción dolorosa) se le obligaría a reiterar una palabra prohibida por su ideología misógina y sufriría el peor de los martirios. Tendría que decir sin solución de continuidad lesbiana, lesbiana, lesbiana, lesbiana, lesbiana.

Mugue bajito y balbucea el vocero presidencial cuando le piden respuestas estatales relacionadas con discriminación a mujeres en general y a mujeres lesbianas en particular. Es más fuerte que él. Se le va de los labios la palabra prohibida / se le va de los labios, en el viento a rodar / la palabra que vaga sin destino ni objeto / la palabra prohibida, ¿quién la pronunciará? (glosa de Alfonsina Storni).

El porta voz presidencial deja vacío los espacios en lo que debería decir lesbiana o mujer o lesbicidio. No nombra el triple crimen de odio de Barracas, como si al no darle nombre le quitara existencia a un hecho aberrante que el gobierno no solo desatiende, sino que promueve con sus discursos y resoluciones homofóbicas y misóginas.

La gente de ultraderecha, ¿sufrirá un trastorno lingüístico? No logra pronunciar palabras acordes con las leyes explícitas o implícitas en el lenguaje vigente. Enmudecen ante términos como mujer, lesbiana, homosexual (aceptados por la RAE, incluso lesbicidio, un neologismo bien formado según las reglas del castellano). Por otra parte, su mesías escupe obscenidades en lugares inapropiados como foros o ceremonias y el mundo sigue andando como si nada.

En un bizarro homenaje a Menem, de pie junto al busto del neoliberal entronizado, habló de su propio pene medio adormilado a veces y los recursos para despertarlo. Concluyó que su miembro sexual es “bilingüe”. Detalló, además, de qué modo su hermana Karina le levanta el ánimo cuando está deprimido. ¡Ah! Pero unos días antes le había dicho a una periodista extranjera que consideraba una falta de respeto hablar de su vida privada. He aquí un ejemplo claro del tema “¿Qué ves?” y la enigmática frase del grupo de rock Divididos: “cuando la mentira es la verdad”.

Contradicciones, silencios cómplices, groserías, chabacanerías impropias en un jefe de Estado en ejercicio; y omisiones, complicidad y negacionismo en boca de su monocorde vocero, aunque en su base ideológica represora son uno y lo mismo. Acartonado y estreñido uno, mendaz y escatológico el otro.

No hay discurso ingenuo. ¿Qué busca el discurso sino algún tipo de poder? ¿Qué lo moviliza sino el deseo? Se habla para conectarse, para generar empatía, para dar órdenes, para expresar necesidades, sentimientos, deseos. La palabra tiene materialidad, es simbólica, pero produce efectos concretos. Hacer correr fuertemente el rumor -pongamos por caso- que determinado banco va a quebrar puede lograr que la mayoría de los inversores reclamen su dinero y realmente se produzca la quiebra. Sin embargo, esa debacle comenzó con palabras, simplemente palabras.

Se habla para conjurar poderes, se habla para dominar lo aleatorio y también para esquivar la materialidad. Esta premisa aplicada al discurso oficial alcanza sus objetivos. En primer lugar, porque conjura el contrapoder de disidencias sexuales al no otorgarles existencia, al no nombrarlas las niega, desaparecen. En segundo lugar, al fijar la posición oficial de que no existen crímenes de discriminación sexual, el poder se desentiende del triple lesbicidio (y de paso alecciona a sus feligreses). En tercer lugar, al negarse a nombrarlos les quita visibilidad y reconocimiento a estos colectivos tradicionalmente excluidos para lograr expulsarlos (aún más) del entramado social.

La libertad avanza prohibiendo, ¿de qué de libertad hablan? Sí, lo sabemos, la de mercado. Pero, ¿y la libertad de expresión, esa que rige desde el nacimiento del liberalismo?, ¿y la libertad “del hombre y el ciudadano” grabada con sangre en la Revolución Francesa? La ultraderecha las anuló como en el borde del mar se borra un rostro dibujado en la arena.

El libertario, que engatusó a más del 50 por ciento del país, prohibió el lenguaje inclusivo y la difusión de contenidos LGBT, por un lado, y por otro despidió a las personas transexuales de entes estatales. Además de cerrar y dejar sin insumos a las instituciones que asistían necesidades extremas. Estos son algunos de los efectos materiales del discurso represor oficial que llega a la población y la autoriza tácitamente a delinquir, como el lesbicidio múltiple reciente o la quita de alimentos a indigentes, remedios a enfermos, ciencia y educación al pueblo.

Si los anarcocapitalistas nos quieren callar es porque dejar los discursos en libertad es peligrosos para su totalitarismo. Amordazan mujeres, disidencias sexuales, trabajadores. Se silencian en sus decretos y mega leyes distópicas beneficios para la gente, gobiernan para los gigantes del neocapitalismo. Cierran el Ministerio de mujeres, género y diversidad y el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI). Cierran desde el salón de la mujer a todo lo que proteja a les vulnerables.

De cupos femeninos y capacitación con perspectiva de género mejor ni hablar. Paradójicamente, los paladines de la libertad excluyen de sus beneficios a más de la mitad de la población y consiguen más y más privilegios para una pequeña minoría de poderosos internacionales. Este patriarcado deshumano y kitsch adoctrina para silenciar las obvias discriminaciones de género y sus motosierras que cortan de cuajo cualquier derecho que no beneficie al mercado y no se pliegue al binarismo. Retornan las palabras prohibidas. Retorna “el silencio es salud”. Retorna el “me gusta cuando callas” dirigido a la mujer.

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Hoy, cuando los derechos tan arduamente logrados se nos escurren de las manos hay que hablar para no morir. Sherezada, la de las mil y una, salva cada noche su vida mediante la palabra. El pensamiento crítico, las palabras certeras y las movilizaciones son las tecnologías de poder en la lucha contra los fascismos. Se impone rechazar el silencio o la deformación negacionista de los discursos y las prácticas sociales no democráticas. La herida nacional está expuesta. Las decadencias de los poderes suelen ser precedidas por la decadencia ética y estética de sus discursos y silencios. Pues -y de esto hay evidencia histórica- lo que comienza prohibiendo palabras suele culminar con quema de brujas o campos de exterminio.