En la paradoja de la escasez de la abundancia en que vivimos el mundo crece bien alimentado por un lado y se queda corto, muy corto, por el otro. La riqueza global ha alcanzado los 100 billones de dólares y el planeta está cada vez más delgado. ¿Cómo es posible? Es que el “engorde” debería venir de un equitativo reparto de la riqueza, pero en las refinadas cocinas del mundo, donde se cuece el verdadero puchero, te advierten que lo mejor es seguir con la dieta dominante y no sacudir mucho el brasero.
Últimamente hay titulares que si los lees en voz alta en el subte organizás una revolución allí mismo. “Una de cada tres multinacionales pagan en impuestos menos del 10% de su beneficio global”. Nada más ni nada menos. La descendiente de los fundadores de la multinacional BASF y heredera de 4.000 millones de euros, Marlene Engelhorn, se presentó a las puertas del Foro de Davos con una pancarta en la que pedía una fuerte subida de impuestos a los ricos y a las empresas. “Que dejen de hablar de filantropía y empiecen a hablar de lo que importa: los impuestos”, expresó. Es agradable saber que hay algunos multimillonarios que se preocupan por hacer lo que la política no hace. No es la única. Pero los cisnes negros escasean. Hoy la verdad sigue existiendo, pero como el dinero, se encuentra en pocas manos.
En la ciudad de Los Ángeles los ricos se han dado a la fuga. La estampida ha sido vertiginosa. Los barrios de Venice y Brentwood se han quedado temporalmente vacíos. El pasado año se cerraron 126 transacciones de propiedades por encima de los cinco millones de dólares. El motivo de la espantada es el llamado “impuesto a las mansiones”, aprobado en referendo popular el otoño pasado. Una tasa que grava con un 4% la venta de las residencias que superan los cinco millones de dólares. Hace unas semanas escaló al 5%. Un gravamen especial destinados a atender el urgente problema de los “sin techo” en la ciudad californiana. Por cada unidad de venta un mínimo de 250.000 dólares se desvían a la construcción de viviendas sociales.
El programa House LA del que se sirve el “impuesto a las mansiones” es uno de los más progresistas de EE UU. Entre las celebridades deportivas que se apresuraron a liquidar sus mansiones para eludir la tasa impositiva están los ex futbolista David Beckham, Wayne Rooney, Zlatan Ibrahimovic y la estrella de la NBA y de Los Ángeles Lakers, LeBron James. El exjugador del Real Madrid Gareth Bale no pudodeshacerse con rapidez de su vivienda y debió abonar 287.000 dólares del impuesto especial. A la frenética desbandada por eludir el impuesto “de los sin techos” se sumaron las estrellas de Hollywood, Jennifer López, Jim Carrey y Mark Wahlberg, fortaleciendo apresuradamente el “sueño americano” de la desigualdad.
Quién lo iba a decir. La segunda ciudad más importante de EE UU diseña refinados impuestos para ricos. No sé lo que pensará Milei de todo esto. Tal vez intente romper relaciones diplomáticas con California. Algo que tal vez piense que se puede hacer. Vaya uno a saber. Con los narcisos iletrados es difícil razonar, por eso el mundo está más poblado de ombligos que de cerebros.
El impuesto sobre la riqueza es una de las formas más efectivas de devolver la sensación de justicia a la sociedad. Algo que nos recuerda que el ser humano puede ser digno y justo, y esa certidumbre basta para salvarnos. Es decir, para salvarnos de lo peor que somos.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón del Mundo 1979