Troika es la primera novela de Isabel Zapata, autora que nació en 1985 en la ciudad de México y que descubrimos en Argentina gracias a su libro de ensayos Maneras de desaparecer (Excursiones) y volvimos a leer en Una ballena es un país editado por la misma casa que la vuelve a publicar hoy, Rosa Iceberg, sello que viene haciendo un trabajo sostenido por su editora, también escritora, Marina Yuszczuk.

En sus libros, Isabel revela con honestidad y nervio el mapa de sus intereses literarios: animales, fantasmas y memoria. Trípode que funciona como el anclaje vital de su literatura y que aparece de manera fascinante en este libro de 200 páginas montado sobre dos lados, como si fuera la composición de un disco de vinilo, el positivo y negativo de una foto o los filtros de un anteojo para poner de frente la cara al sol.

¿Habla de algún eclipse esta novela?

El lado A: Este lado a los ojos cuenta, visto desde los ojos de la niña de la casa, ahora adulta, las formas que encuentran del cuidado durante un tiempo de trago arduo.

En la casa familiar viven una perra -Troika-, un niño -Eduardo-, una niña -Andrea- y su madre -Josefina-. Pero hizo falta Francisca, la niñera, para contar esta historia.

Troika agarra con los dientes los pollos deshuesados que Francisca le cocina con dedicación. Francisca no se agarra, está suelta, como a centímetros del suelo ¿es un fantasma? Francisca se apoya en Andrea (y en Troika), son sus muletas, en las que anda para pasar del abismo que es un día triste, al otro día igual de triste.

Francisca llega buscando trabajo o llega a una casa escapando de la suya.
Empezar un duelo es, para Francisca, darse a la fuga.
¿De quién es el duelo? ¿cuál es el duelo en esta historia?

Troika parece ser la biografía del afecto, de la amistad entre niña, cuidadora y perra. Las tres ensayan formas para quedarse cerca, de este lado.

Un detalle sin importancia: en los años ´90, en la ciudad de México y en la ciudad de Buenos Aires, niños y niñas, consumían los mismos descartes de la cultura yanqui: Tortugas Ninjas, Macaulay Culkin, etc. Un detalle fundamental: los niños y las niñas en la ciudad de México tienen contacto con la muerte y sus fantasmas porque conocen El día de los muertos (celebrado cada 2 de noviembre): un día donde se organizan los sentimientos y se hace lugar en la mesita para un fantasma bueno y familiar. Los niños y niñas en México tienen cerca la posibilidad del ritual de pasaje y ese poder hacer en la narrativa social un tiempo-espacio para acompañar a todos aquellos que están -solos- navegando río arriba.

Francisca intenta atravesar un duelo. Andrea intenta pasar la infancia. Entre ellas se ayudan. Ambas se apoyan en el lomo de Troika.

Una digresión: alguna vez escuché que el bóxer era elegido como mascota para las infancias egipcias, quiere decir que a cada niño le daban un cachorro bóxer, la idea era que el niño pase de gatear a caminar agarrado al lomo del animal. Al paso. Al ritmo de su perro. Con él.

En esta historia, una mañana Troika muere. Ese mismo día Francisca se escapa. Andrea queda sola para dar el paso. ¿Qué paso hay que dar para crecer? Llena de preguntas que se formulan en el eco de la lectura, con angustia y belleza, la escritura de Isabel Zapata nos empuja con cada oración a seguir un poco más.

El lado b de esta historia se llama Este lado al sol. Aquí la niña es ahora una escritora que planta una hipótesis de algún desenlace posible. ¿Se puede escapar del dolor?

La novela busca conocer la historia a la que su protagonista no tuvo acceso. La prosa se hunde en un pliegue que había quedado abierto en la memoria y, lejos de cerrarlo, logra que la apertura construya imágenes en los hiatos afectivos que se inscribieron en la infancia como blancos inalterables.

Ya no está quien te cuida. Hay un eclipse que ocupa el lugar vacío de quien te acompañaba. Parece decir, Zapata, que por suerte la escritura existe para cruzar.