¿Qué vínculos y afinidades existen entre Benito Pérez Galdós y Luis Buñuel? Por este camino de reflejos recíprocos indaga Benito Pérez Buñuel, el documental que dirige el español Luis Roca. El film propone un diálogo estético entre el escritor y el cineasta -Buñuel fue un confeso admirador de Galdós, a quien versionó en tres ocasiones: Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Tristana (1970)-, mientras pone en escena el testimonio de investigadores, y recurre a la animación para recrear situaciones tan ciertas como intuidas. Benito Pérez Buñuel se proyecta hoy a las 18, con entrada gratis, en El Cairo Cine Público (Santa Fe 1120), y el propio director estará presente para brindar una masterclass al final de la función. La actividad la organiza Cine El Cairo junto al Centro Cultural Parque de España.

“Da la casualidad que nuestra actividad haya sido programada e impulsada por la Embajada de España. Cuando vinimos, había embajada; pero ya no hay embajada”, comenta desde Buenos Aires y entre risas, Luis Roca a Rosario/12, en la que bien podría ser una situación buñueliana. “Todo está disparatado, y desde muchos frentes distintos. Seguramente también por todo este tema de las comunicaciones y de las redes, que hacen que haya ciertos mensajes que calen más fácil; digo yo, no lo sé. Está todo como polarizado, ¿no? O sea, de repente estás como en un extremo o en el otro, cuando la mayoría de la gente no está en los extremos, sino intentando sobrevivir”, continúa.

-De alguna manera, tu película te sitúa en un lugar de divulgador y embajador de la de la palabra de Galdós y de la imagen de Buñuel; en estos tiempos, bien vale tenerlos presentes.

-Además de reivindicar las obras individuales de cada uno, que fueron en épocas consecutivas pero distintas, en el fondo, la gran trascendencia de sus obras, tiene que ver con una voluntad y con un pensamiento humanista, algo que los une, más allá de las circunstancias vitales que tuvieron que pasar. Las de Buñuel, muchísimo más convulsas: en pleno siglo XX, las dos guerras mundiales y el exilio; la de Galdós, en un Madrid que estaba creciendo y en un país que estaba redefiniéndose, mientras perdía toda la importancia que había tenido los años anteriores, defendiéndose de la influencia de los franceses. Es decir, ambos, más allá de sus circunstancias, tuvieron una voluntad transformadora de la sociedad, desde una perspectiva humanista; tal vez menos reconocible en Buñuel, pero yo creo que late en los dos esa intención de transformar la sociedad en un lugar mejor. En la película está también señalada la mirada que tenían en común hacia la infancia, hacia la mujer, hacia la religión -como un pensamiento trascendente, no la institución religiosa-. Creo que eso es lo que hace la película, independientemente de volver a decir “lean a Galdós o vean el cine de Buñuel”, que es importante y muy bueno. Más allá de eso, ambos pertenecen a una idea del mundo que seguramente tendríamos que intentar recuperar. Es famosa la frase de Buñuel, donde dice que el mundo será destruido por la explosión demográfica, la tecnología, la ciencia y la información (risas) ¡Vamos! ¡Que el hombre lo vio claro!

-Se nota además cómo Galdós y Buñuel forman parte de tu propia vida; es una aproximación a ellos, pero a partir de tus experiencias.

-Como cualquier actividad, hay películas que se hacen a partir de distintas causas. Esta es una película muy personal, trazada sobre la base de dos grandes autores, pero no desde una perspectiva externa, sino porque yo me dedico al cine por Buñuel, porque en una edad determinada leí una biografía suya, la primera que se había escrito de Buñuel, en el ’73, y que yo tenía en mi casa, porque mi abuelo, que era un furibundo comunista español, tenía toda una biblioteca relacionada con la Unión Soviética pero también muchos libros de cine. Si no hubiera leído esa biografía, no hubiera hecho cine. Y Galdós ha sido un fantasma que se paseó siempre por mi casa. Ambas cuestiones se ven en la película. Es un acercamiento personal a esas dos personas, que ya formaban parte de mí.

-Y también es un arrojarte a darle forma cinematográfica, sin poder premeditar cómo sería finalmente la película.

-Empezó siendo una idea, con una serie de esquemas de guion, bastante estructurado; pero después, la pandemia modificó todo lo que se pensaba hacer a nivel de rodaje. Mientras tanto, eso me permitió la lectura de Galdós y la revisión del cine de Buñuel. Gracias al tiempo que se dilató por la pandemia, pude enfrentarme a Galdós, a quien había leído de una manera más salteada, y lo comencé a leer por orden cronológico. Es decir, la película es como si estuviera viva, yo la siento así. En El caballero encantado, encuentro una cita que me parece muy interesante en su relación con Un perro andaluz, porque allí se lee sobre una nube cortando la luna, una imagen asociada a Buñuel pero que efectivamente está en esa novela de Galdós. Y hay algo importante, que quiero destacar: poder montar en tu propia película secuencias de Luis Buñuel, en fin, ¡es más que un regalo! Esos fragmentos elegidos siguen asombrando. Todos esos momentos de Viridiana, de El Ángel Exterminador, el ojo cortado en Un perro andaluz; o la salida al balcón de Catherine Deneuve en Tristana, cuando se descubre la bata. Son momentos que quedan contigo, durante mucho tiempo.