Volví a pecar. Hace años que evito cenar lechón porque me cae muy pesado. Pero volví a dejarme tentar y ahora me toca pagar las consecuencias. Todos aquellos que alguna vez pasaron por la experiencia del lechón nocturno saben de qué estoy hablando. Así que después de una noche agitada me despierto, miro el reloj calendario y me encuentro que dice: 10.30 hs. martes 3 de marzo, año 2332. El reloj es de calidad, una maquinita suiza de esas que no fallan jamás. Así que no tengo más remedio que creerle. Me toco la cara y advierto que la barba me creció tanto que me llega hasta las rodillas. Alrededor está todo polvoriento, los libros y los papeles se han vuelto amarillos. En el piso, junto a la puerta, hay una montaña de boletas impagas. Soy un hombre que toda la vida se educó para los imprevistos, así que puedo superar la sorpresa con bastante elegancia. Lo primero que hago es afeitarme. Después salgo a la calle. Afuera la ciudad es una mezcla de las películas Metrópolis, Brasil y Blade Runner. La mugre es la misma. También las pintadas en las paredes: Si está aterrorizado, no llame a la policía, que es peor. Pero ahora hay aparatos volando por el aire a baja altura. En todas las esquinas hay grandes pantallas de televisión con elquetedije repitiendo todo el tiempo: “Síganme que no los voy a defraudar”. Y abajo la leyenda: Presidente 2400. Me agarra un vahído, siendo que acaba de bajarme la presión y me zambullo en el primer bar y pido algo bien fuerte. Me sirven una cosa fucsia con gusto a whisky berreta. Le digo al mozo:

–Disculpe, estuve afuera una temporada larga y no estoy enterado de la situación política, pero si no me equivoco este tipo era presidente hacia el final del último milenio, ¿qué pasó?

–Clonación. ¿Se acuerda de la novela Las haploides, de Jerry Sohl, que publicó Mirasol hace unos cuatro siglos, donde una sociedad de mujeres se reproducían convirtiéndose en iguales a sí mismas? Es eso. Es el mismo principio. Método de reproducción asexual mediante el cual se pueden obtener individuos exactamente iguales entre sí y que poseen la misma información genética que su progenitor único.

–Me está jodiendo.

–¿Por dónde anduvo que no está enterado? Primero empezaron con las ovejitas que se duplicaban como fotocopias perfectas a partir de una célula. Después siguieron las vaquitas, los monitos y los chanchitos.

–No me hable de chanchitos que todavía tengo atravesado en el estómago cierto lechón nocturno de hace más de trescientos años.

–El asunto prosperó y después de los animales vinieron los políticos.

–Es la cosa más horrible que escuché nunca.

–Desde entonces, está de moda. Pero no para cualquiera. Sale más caro que unas vacaciones en Júpiter. Aunque en el caso de elquetejedi siempre hay algún empresario dispuesto a pagarle una clonación. El que tiene plata hace lo que quiere. De todos modos, ya nadie le da bola. Más de trescientos años repitiendo lo mismo. Ahora bien, si usted quiere mi opinión sobre el tema de los clonados, le voy a confesar que prefiero el sistema de reproducción tradicional. Tener hijos con las señoras es mucho más divertido, qué quiere que le diga.

El whisky fucsia es horrible, de todos modos pido otro. Triple. Me lo mando en dos tragos y me lanzo a la calle con la horrible sensación de que la ficción terminó por alcanzarnos. Busco mi calle, mi dirección y mi camita, donde todavía está la forma que ocupé durante los últimos trescientos y pico de años. Me acuesto, me acurruco y rezo: Por favor, que el sueño que me trajo hasta acá me saque de esto y me lleve rápido a otra parte. Y, mientras espero con los párpados bien apretados, me prometo no volver a caer en la tentación del lechón nocturno.

* Publicada el 4 de marzo 1997.