El movimiento patrio de 1810 nació en Buenos Aires y se irradió por las provincias aunque halló un foco de resistencia en Córdoba. La Semana de Mayo se suele resumir de esta manera: el 17 de mayo de 1810 llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de la Junta de Sevilla, el último bastión de autoridad monárquica en España tras la invasión de Napoleón. Los porteños debaten el vacío de poder porque el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros ocupa un cargo que en los hechos no representa la autoridad de Fernando VII.

El 20 de mayo, y con el apoyo no menor del jefe de las milicias, Cornelio Saavedra, se consigue la convocatoria al Cabildo Abierto para dentro de dos días y allí debatir la forma de gobierno y si Cisneros debe seguir en el cargo. El 22, chocan las posturas.

El obispo Benito Lué argumenta en favor de Cisneros. Juan José Castelli aboga por una nueva autoridad hasta tanto Fernando VII vuelva al trono. Saavedra propone delegar el poder en el Cabildo y se acepta la moción, al tiempo que se destituye al Virrey por 155 votos contra 69. El Cabildo pasa a debatir cómo se compondrá el órgano de gobierno. 

El síndico Julián de Leyva opera la formación de una junta provisional, encabezada por el mismísimo Cisneros, lo cual generará rechazo al anunciarse el 24 de mayo. Así llegamos a lo que pasaría el día siguiente, en la fecha que marca el origen de lo que será la República Argentina.

El 25 de mayo Cisneros renuncia a encabezar la junta emanada del Cabildo Abierto del 22 de mayo. El virrey cede ante la presión popular que lideran Antonio Beruti y Domingo French, y que rechaza la solución intermedia entre quienes pedían una junta en su lugar y quienes querían mantenerlo en el cargo. Asume la Primera Junta, que jura fidelidad a Fernando VII y se compromete a gobernar en su nombre hasta tanto el Borbón vuelva al trono. 

Contrarrevolución desde Perú

La Junta presidida por Saavedra reclamó reconocimiento y subordinación de las provincias. Se trataba de un juramento que jamás habían exigido los virreyes al asumir. El 28 de mayo, los capitulares juraron a regañadientes. Los representantes de la Real Audiencia lo hicieron casi en secreto, sin ceremonia, en lo que Alejandro Horowicz define, en El país que estalló, como "formas de resistencia pasiva de las instituciones tradicionales antes el poder miliciano".

La resistencia al nuevo orden la encarnó el virrey del Perú, que no había llegado a jurar como virrey del Río de la Plata en 1804 y se fue a Lima: Jose Fernando de Abascal, marqués de la Concordia. Este reaccionó con la incorporación provisoria de las provincias del Alto Perú a su jurisdicción. 

El 13 de julio de 1810, Abascal firmó un manifiesto en el que rechazaba lo sucedido en Buenos Aires y vilipendiaba a la Primera Junta: "Hombres destinados por la naturaleza, a sólo vegetar en la oscuridad y abatimiento, sin el enérgico carácter de la virtud, y con la humillante debilidad de todos los vicios aspiran a lograr la vil efímera representación con que los execrables delitos señalan a los grandes criminales". El brazo ejecutor de la contrerrevolución sería un ex virrey, a 800 kilómetros de Buenos Aires.

Liniers resiste en Córdoba

Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista de Buenos Aires tras las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y virrey hasta 1809, se opuso a la Primera Junta. Estaba en Córdoba cuando llegaron las noticias de lo sucedido el 25 de mayo. Precisamente, el Cabildo de Córdoba no se plegó a la proclama de los porteños. El 7 de junio, el mismo día que comenzó a publicarse la Gazeta de Buenos Aires, llegaron a Córdoba cartas del gobierno de Buenos Aires que instaban a acatar lo decidido el 25 de mayo. Una de esas cartas, dirigida a Liniers, la firmó Saavedra

Fervoroso defensor de la Corona, Liniers vio en el triunfo de la Revolución la consolidación del bloque mercantil, es decir, la victoria política que los ingleses no habían conseguido por las armas en el Río de la Plata tras hacerse del control del Atlántico en la batalla de Trafalgar (1805). Y decidió combatir a la Junta. 

Fusilamiento de Liniers, el 26 de agosto de 1810. 

Las fuerzas de Francisco Ortiz de Ocampo no tuvieron problemas para hacer retroceder a los hombres de Liniers, que fue capturado el 6 de agosto. La Junta decidió enviar un mensaje a Abascal y ordenó el fusilamiento de Liniers. Manuel Alberti, que era sacerdote, fue el único integrante de la Junta que no firmó la orden.

Para entonces, el díscolo Cabildo cordobés ya estaba en manos de los revolucionarios, pero recibió la noticia de que Ortiz de Ocampo se negaba a fusilar a Liniers por haber peleado a sus órdenes. Finalmente, Juan José Castelli viajó para hacer cumplir la orden. El 26 de agosto de 1810, Domingo French comandó el pelotón que pasó por las armas a Liniers en Cabeza de Tigre.

La guerra de independencia estaba en ciernes y el foco contrarrevolucionario de Córdoba había sido derrotado. 214 años más tarde, un presidente va a recordar el 25 de mayo en el Cabildo desde el cual se impulsó la oposición al primer gobierno patrio

Erigido en 1610, el Cabildo de Córdoba hoy es  sede de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad. A su lado, funcionó el Departamento de Informaciones de la Policía (D2) durante la última dictadura y hoy es sede del Archivo y la Comisión Provincial de la Memoria, dependiente de la Secretaría de Derechos Humanos.

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