Hay una imagen del poeta Francisco Sicardi que refiere a “la gloriosa metamorfosis” a producirse entre los habitantes criollos y los nuevos inmigrantes que llegan al Plata. Este tropo esperanzador se repetirá en varios autores. Algunos, como Eduardo Ladislao Holmberg, incluían en el ingrediente a los habitantes originarios, otros como Argerich, preferían excluir en la futura raza a los italianos, a los que, al igual que Sarmiento y Wilde, consideraba escandalosamente “primitivos”.

Otro poeta, Pedro Bonifacio Palacios (1854-1917), más conocido como Almafuerte, en ocasión de un homenaje que le hiciera la colectividad italiana de La Plata dijo también unas palabras al respecto. El 7 de abril de 1907, ante la presencia del intendente de la ciudad y el cónsul de Italia, Almafuerte expresó su idea sobre el nacimiento de una joven nación “del mismo origen étnico”, una nación poblada de “enamorados de la luz”, que no sueña con muchedumbres sino con un pueblo, que busca “¡perfeccionar y consumar definitivamente la raza humana, por los siglos de los siglos!”

El poeta aseguraba a los italianos, al igual que a los europeos que quisieran escucharlo, que ellos habían nacido en “¡un continente, donde por cada mil cobardes nacen diez millones de héroes, de santos, de artistas, de sabios, de apóstoles y de legisladores!” Almafuerte alzó entonces su copa y brindó “como un augurio y una profecía” en homenaje a la “nueva raza argentina, una suprema imperial raza novísima, una raza “pálida como un Dios, bella como un Apolo, fuerte y valerosa como un Alcides”. Raza “caballeresca, altiva y soberbia como un español, espiritual y defensora de los derechos humanos, como un francés; industriosa, meditabunda y buena, como un alemán; positiva, matemática y calculadora, como un inglés, heroica e indomable bajo los espolazos del dolor, como un ruso; exploradora, indetenible ante los misterios del globo, como un holandés y como un sueco; y artística, soñadora, sabia, compleja, prolífica, invasora, imperecedera, universal, casi divina como la estirpe italiana”. Quedaron afuera los sirio-libaneses, los indígenas, los gauchos, los negros, los ciudadanos de los países limítrofes, y los argelinos que no entraban en la defensa de los derechos humanos franceses, pero en general fue bastante inclusivo con los arios y los eslavos.

Siguiendo la línea de pensamiento de Ricardo Rojas, aunque ampliándola a un tono de utopía futurista, el escritor, filósofo y político mexicano José Vasconcelos (1882-1959) escribió La Raza Cósmica en 1925. Vasconcelos aventura ideas como la de quinta raza en donde la contribución de la sangre roja de los amerindios, la sangre blanca de los europeos, la negra de los africanos, y la amarilla de los asiáticos, hace, bien combinada y siempre en territorio americano, a la “raza cósmica”, una raza “perfecta y sublime”. Esta raza, anunciaba Vasconcelos, entrará en conflicto con los de raza blanca, los ingleses de la isla o los ingleses continentales (Estados Unidos). La lucha estará dada en el territorio que ocupa hoy Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, parte de Perú, un poco de Bolivia y “la región superior de la Argentina”. Si la raza cósmica se adelanta a los blancos, tendremos la construcción de una nueva civilización llamada Universópolis, si ganan los blancos, entonces tendremos Anglotown.

Esa idea de lo cósmico con la que Vasconcelos enhebró sus ideas sobre una raza universal y perfecta nacida en el privilegio de ser latinoamericano ya rondaba como adjetivo dentro de otros conceptos. Almafuerte, por ejemplo, gustaba de llamar a los pobres y desamparados “la cósmica chusma sagrada”, una imagen que fue celebrada por un intelectual del semanario Mundo Peronista como la figura de un proto-descamisado y a Almafuerte, fallecido en 1917, como a un genuino poeta peronista avant la lettre.

“Esta chusma era para Almafuerte la fuerza de donde surgía la potencia de la Historia y el poeta al menos en sus composiciones se pone de su lado, del lado de la chusma, en contra de todas las injusticias. La chusma, para Almafuerte, es inmortal, es la que hace al Mundo con su sudor, su dolor, su desgaste. Es la esclava y la condenada.”

Este amor por la chusma no será obstáculo para que Almafuerte descargue su anatema contra ella cuando el poeta declame un extenso discurso a la memoria del coronel Ramón L. Falcón.

Falcón estuvo a cargo de la violenta represión del 1ro de Mayo de 1909 sobre los obreros que se habían reunido frente al Congreso. Una carga de caballería armada de sables y revólveres Colt fue despachada por el coronel contra la multitud. El episodio fue conocido como La Semana Roja, con un saldo de 12 muertos y más de 80 heridos. Por la noche la policía realizó una razia de alrededor de mil detenidos. Al que podía se le aplicó la inmediata Ley de Residencia, la cual expulsaba al damnificado del país en 72 horas. Al día siguiente, durante el entierro de las víctimas en Chacarita, la policía reanudó la represión.

Simón Radowitzky, quien había estado presente en la manifestación frente al Congreso, decidió actuar solo. El domingo 14 de noviembre vio la oportunidad de arrojarle una bomba al carruaje de Falcón. El vehículo quedó destrozado, con el secretario de Falcón, Alberto Lartigau y el coronel adentro. La noche del atentado la policía no demoró la represalia, asaltó el local de La Protesta, las bibliotecas y asociaciones anarquistas levantando, una vez más, cientos de detenidos. Radowitsky, quien intentó matarse, fue trasladado al penal de Ushuaia.

El poeta Almafuerte participó en el funeral cívico del Teatro Olimpo de La Plata el 1ro de diciembre de 1909. Allí, expresó que Falcón era “el más noble de los hombres de mi raza y de mi edad”. Este había sido sacrificado por su cósmica chusma sagrada. Su chusma amada había dinamitado “ferozmente, neronianamente, moscovitamente”, a Falcón y a Lartigau, “un joven tan inocente como ella [la chusma]”.

El poeta se siente decepcionado por esa chusma a la que él siempre abrió, según sus palabras, “su desmantelada puerta y su hermosísimo heroico corazón”. Almafuerte reconoce que al momento de pisar las tablas del Teatro Olimpo acababa de renunciar “a toda vinculación humana que no sea el rencor”. La “inmotivada supresión” de Falcón, “hombre bueno, caballero altruista” a través del “satánico procedimiento ruso” representa “dos espantosos crímenes, dos monstruosos desacatos a la patria y dos enormes y decisivas agresiones a la felicidad.”

Cuidar el orden público es para Almafuerte una misión de amor y a Radowitsky, a quien el poeta no nombra ni tampoco desea saber su nacionalidad lo considera un pobre niño terrible al que se le ocurrió hacer “un poco de sport a la rusa”. No obstante, Almafuerte, sin desear saber la nacionalidad del anarquista, nos asegura que es con “excesiva ligereza” con que damos hospedaje en este país a la chusma europea. Pero, por otra parte, es gracias a nuestro “cráneo caucásico” que “somos capaces de hilar dos ideas” [de modo que esto de Radowitsky fue un accidente ucraniano de mal gusto].

Almafuerte, para cerrar su extenso discurso, avisora a Falcón hecho estatua: “el ya ilustre, el ya egregio, el ya mármol, el ya monumento público —que son los altares de la religión cívica de los pueblos— del ya imperecedero coronel Falcón.”

En 1914, tres años antes de la muerte de Almafuerte, se le comisiona al escultor Alberto Lagos el monumento Homenaje a Ramón L. Falcón y Juan Alberto Lartigau. La escultura nos presenta a un ángel blanco (que podría ser Falcón), erguido y pisando la cola de un reptil. La segunda figura aparece arrodillada y sin alas (¿el secretario?). Según la metáfora artística el dúo representa la Fatalidad y la Gloria. La pieza está ubicada en la Plaza Ramón Cárcano de Buenos Aires, entre la Avenida Pte. Quintana y la calle Pte. Eduardo Víctor Haedo. Lleva recurrentemente un grafiti que reza: “Simón [Radowitsky] vive”. Al altorrelieve con el retrato de Falcón, a la altura de la boca de un ciudadano medio, se le han expresado verbal y salivarmente opiniones en su desmedro.

Hoy Almafuerte es parte de la toponimia bonaerense con calles que lo recuerdan en San Justo, Villa Maipú, Santos Lugares, Banfield, Munro, Castelar y Avellaneda. Su amigo Ramón L. Falcón también es homenajeado en San Justo, General Rodríguez, El Palomar y José C. Paz. Radowitsky, a pesar de que la toponimia incluye más de una vez a tirios y troyanos en un envolvente “curso de la historia” no posee en este caso ningún lugar que lo recuerde como a Lavalle y a Dorrego, como a Sarmiento y al Chacho, como a Moreno y a Liniers. No obstante, o justamente para contraponer la falta, la memoria popular aun se empeña en mantener su presencia.

En 1918, a un año de la muerte de Almafuerte, el escritor español Antonio Herrero propuso al poeta de San Justo como nuestro Homero:

“Hasta el momento en que un pueblo no ha producido un genio universal —nos asegura Herrero— no puede figurar en el concierto del mundo superior de la cultura. En ese mundo imperecedero, que constituye el tesoro permanente de la especie humana, Grecia está representada por una pléyade entre la cual destacan Esquilo, Sócrates, Platón y Homero… y la Argentina, por Almafuerte […] En un pueblo en formación, destinado a engendrar una nueva raza forjada en el crisol de las anteriores, y por lo mismo predestinada a producir un tipo más alto de humanidad […] el cruce de las razas es favorable a la aparición del genio y de tipos humanos superiores.”

Parafraseando al filósofo Giovanni Bovio (1837-1903), Herrero nos dice que “cada raza que prepara su advenimiento histórico, envía por heraldo al genio”. Y el autor insiste: “Almafuerte ha concebido y ha fundado una moral más perfecta y un arquetipo del hombre, que será el eje de un nuevo orden moral y el faro de una ascensión ilimitada hacia las cumbres […] Almafuerte sintetiza todo lo que hay de grande, idealista y noble en el alma argentina, y reúne en si a la vez, como en un foco, las aspiraciones y tendencias más puras y elevadas del espíritu humano en un ideal altísimo, que podría calificarse de divinización del hombre […] Este poeta servirá al pueblo argentino de firmísimo cimiento para su ascensión renovadora, y llegará a convertirse en lo futuro, en el símbolo más alto de la nacionalidad ideal.”

Su modestia: En 1904, Almafuerte apoyaba la candidatura de Marco Avellaneda. En cambio, el poeta Leopoldo Lugones apoyaba al Dr. Manuel Quintana. Es en este contexto que el poeta platense pronuncia un discurso (de dos horas) en la Bon Marché —hoy Galerías Pacífico— en el que ataca a ambos, a Quintana y a Lugones. Luego de esto, Almafuerte siente que el candidato ganador y el poeta que lo acompaña toman represalias. En un telegrama a su amigo Francisco Cruz le dirá: “He derramado bastante gloria sobre mi país para merecer este tratamiento; bien lo sabe el distinguido cuarterón señor Lugones, que fue un esclavo de mi cerebro y que se ha libertado de mi estilo pero no de las sugestiones de mi genio”.

Por último, no podemos abandonar este artículo sin señalar la inclinación de este gran poeta hacia la pulsión por la cabeza trofeo. No se si lo dijimos antes pero podemos insistir ahora sobre la existencia de una línea fundacional entre literatura nacional y degüello. Podemos encontrarla en Godoy, en Echeverría, en José Mármol, Ascasubi, del Campo, Hernández, Mansilla y se nos hace difícil vislumbrar un Almafuerte ajeno a esta tradición con todo el peso de su poema más celebrado, el llamado ¡Piu Avanti!, que cierra potente en clave de cefaleuta: ¡Que muerda y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo, tu cabeza!