En Teatro de Guerra, la directora Lola Arias puso en escena a veteranos de Malvinas, argentinos e ingleses por igual. Otrora enemigos, ahora confidentes, la sensibilidad que las imágenes de esa película contienen sorprende, en una especie de cuerda afectiva sobre la cual Arias hace un equilibrio admirable. Ofrecidas semejantes cartas, la expectativa por su siguiente película estaba justificada. De manera cercana e igual de admirable, con la atención puesta en otra situación no menos compleja, y con la voz y rostros de las verdaderas protagonistas, la directora estrena Reas. Y el resultado asombra por igual.

Reas reúne a exconvictas en un escenario no menos real: la ex Cárcel de Caseros. En esas paredes todavía en pie, que almacenan en sus golpes y roturas historias fantasmáticas, Arias hace pie con sus personajes. Decir “personajes” intima a pensar en actores y actrices. Esto es así, también no. Vale decir, es en el umbral entre persona y personaje donde Lola Arias inscribe su propuesta. ¿Dónde termina uno y surge el otro? ¿Hay un límite? No tiene demasiada importancia precisarlo, antes bien, es ese delgado hilo en donde ocurría Teatro de Guerra el que también elige Reas.

Pararse en ese lugar es posible -es un riesgo- porque Reas se construye a partir de las historias verídicas de sus protagonistas: mujeres cis y personas trans. Son ellas mismas quienes las encarnan, las cuentan, las actúan. Lola Arias es también escritora y directora teatral; de la confluencia entre los diferentes lenguajes artísticos, surge su manera particular de entender el cine. Por momentos, podría pensarse en una performance, pero tampoco, la película deriva hacia otras posibilidades. En todo caso, no es menor destacar que aquí prima un relato de perfil más clásico.

A diferencia de Teatro de Guerra, en donde las situaciones narrativas, si bien vinculadas, eran casi cerradas -a la manera de propuestas estéticas que se explicaban por sí mismas-; en Reas hay un relato más articulado por ligado a la narrativa clásica. Lo hace a través de la voz de Yoseli. Es ella -y los espectadores con ella- la que ingresa a la cárcel, acusada de narcotráfico. Con ella, de igual modo, se saldrá de ese lugar. De este modo, Yoseli revive lo que guarda dentro, en un entorno que la película transforma en imágenes duras, poéticas o de fantasía.

Lola Arias cuida de Yoseli; y en su procedimiento formal, hará lo mismo con los demás. Todos los relatos se integran en su voz, para conformar un universo de sostén propio, en una cárcel abandonada que se abre al recuerdo, e hilvana una historia de dolores y, tal vez, alegrías. Hay un hecho que no es menor: tales historias son evocadas desde el después, desde la experiencia carcelaria como algo sucedido. Y porque se está afuera, es algo que la película, de alguna manera, también celebra.

No se trata, vale aclarar y por las dudas, de una película de relatos a cámara o algo parecido, tampoco de un documental. O tal vez sí. Poco importan tales cuestiones y categorías; justamente, el procedimiento formal de Lola Arias es consecuente con la fusión y la mixtura, ya referida, entre persona y personaje: hay ficción, hay documental, hay performance; en todo caso, hay cine. Se trata de eso. De esta manera, su película juega y crea, libremente y sin mentir: allí donde el dolor asoma, lo captura y pone en escena. Otro tanto con las alegrías. En este caso, si el género musical ha sido señalado como la mejor expresión cinematográfica de la felicidad -por lo menos, a través de algunas de sus películas- aquí ocurre lo mismo.

En Reas, efectivamente, el musical aparece como un recurso recurrente, capaz de articular el relato de maneras atentas al desarrollo de la trama: puede ser más o menos virulento -como lo que sucede en el partido de fútbol- o también festivo y rockero, al dar cuenta de un casamiento que dialoga cinéfilamente con Jailhouse Rock (1957), la película carcelaria de Elvis Presley. De este modo, Reas adquiere el mote de musical, y lo es. Pero es mucho más. Es el registro articulado de muchas voces, es el retrato de esos cuerpos atravesados de historias. Es la ironía de sus guardiacárceles, alguna vez convictas, dedicadas ahora a vigilar. Es el contrapunto entre quien la pasó bien y quien la pasó mal; en un entorno donde la solidaridad aparece como un lugar de reparo, tal vez insuficiente.

En otras palabras, hay mucho dolor en Reas. El afecto que el film destaca aparece como una moneda de cambio ante tanta violencia. El film no la evita, sino que, cuando la aborda -puntualmente, en una escena de golpiza- la mira desde el fuera de cuadro mientras visibiliza a los violentos. Como si en todo el film circulara una constatación: el sistema carcelario se estructura desde ese lugar. Si no es a través de los golpes, por medio de tareas como la costura, donde cobrar un dinero miserable y remendar gratis la ropa de quienes vigilan (y esto no es algo exclusivo de una cárcel). Estudiar y leer algo, mientras se pueda, es la herramienta que garantiza algún derecho. Es crucial, por eso, compartirlo.

Reas es también un cruce metalingüístico y caleidoscópico, sea desde la referencia explícita a las paredes de la ex Cárcel de Caseros como locación de películas y series (Reas, dado el caso, es una de ellas; y al decirlo, evidencia su artificio); sea por los cruces cinéfilos: Jailhouse Rock pero también West Side Story (en la gresca entre equipos de fútbol); sea por la vertiente musical misma, que recuerda al disco At Folsom Prison, de Johnny Cash; y también por las historias que guardan los tatuajes en los cuerpos, con nombres que dicen de maneras secretas. Historias dentro de historias. Cada cuerpo, en suma, es un cúmulo de historias. Y Lola Arias les abre la puerta para que sean dichas, exploradas y poetizadas. El resultado es potente y vislumbra un porvenir. Y eso es algo que la película ya no puede ni debe mostrar: el deseo que despierta ya es suficiente.

Reas 9

Argentina/Alemania/Suiza, 2024

Dirección y guion: Lola Arias.

Fotografía: Martín Benchimol.

Música: Ulises Cont.

Reparto: Yoseli Arias, Ignacio Amador Rodriguez, Estefy Harcastle, Carla Canteros, Noelia LaDiosa, Paulita Asturayme, Laura Amato, Pato Aguirre, Cintia Aguirre, Julieta Fernández, Silvana Gómez, Daniela Borda, Jade De la Cruz Romero, Betina Otaso.

Duración: 82 minutos.