Por fin a alguien se le ocurrió rescatar del baúl de la buena narrativa a la novela negra. Como viene ocurriendo en los últimos tiempos, lo hizo la plataforma Apple TV+, cuyos contenidos destacan por la calidad de su producción, guiones, dirección y elencos. Y por fin a alguien se le ocurre darle una vuelta de tuerca por completo novedosa e irreverente a un género que parecía haberlo dicho y mostrado todo, y eso lo hicieron posible el guionista de Sugar, Mark Protosevich, y su director, Fernando Meirelles, el mismo que un día deslumbró junto a Kátia Lund con la película Ciudad de Dios.

Sugar arrancó el pasado el 5 de abril y está por completar los ocho episodios protagonizados por Colin Farrell, a quien secunda un staff de actrices y actores que la rompen en cada escena: Kirby Howell-Baptiste, Elizabeth Anweis, Eric Lange, Anna Gunn, Dennis Boutsikaris, Nate Corddry, Sydney Chandler y Alex Hernández.

Protosevich, a su vez, fue acompañado en su rol de escritor de la historia por los guionistas Donald Joh, Sam Catlin y David Rosen, y la fotografía fue encomendada a un equipo que logra situar a la serie donde se lo proponen tanto el guionista como el director: César Charlone, Richard Rutkowski y Eduardo Ramírez González.

Sugerente trama y un brinco inusitado

La serie tiene todos los condimentos que reivindica para sí la novela negra, traída a la actualidad sin sufrir trauma alguno. Una historia simple que se complejiza y subvierte apelando a un combo que incluye vértigo, audacia y desconcierto.

El detective John Sugar es un cinéfilo empedernido, y ese rasgo adquiere peso específico a lo largo de la trama. Como los flashes, que gravitan en el relato y a menudo explican algunas situaciones. De golpe es posible que aparezcan escenas protagonizadas por Burt Lancaster, Humprey Bogart, Robert Mitchum, Glenn Ford, James Cagney o William Holden en memorables filmes del género noire. Esas secuencias son insertadas de forma muy sutil. En ocasiones esos flashes evocan fugazmente, como una narrativa paralela, lo que está aconteciendo en la serie.

El personaje central es posible gracias a la excelente labor de Farrell, quien consigue meterse de lleno en la piel de un detective que libra una misteriosa lucha interior, una batalla que permanece ajena al espectador hasta convertirse en una incógnita tan importante como la que depara el destino de su investigación.

El argumento es simple. Un veterano productor hollywoodense, Jonathan Siegel –caracterizado por el hierático James Cromwell–, contacta a Sugar para confiarle la búsqueda de su nieta Olivia, desaparecida en misteriosas circunstancias. El millonario, a diferencia del padre de la joven, cree que algo muy terrible le ha ocurrido a la chica, quien otras veces ya se ha ausentado, pero nunca sin perder el contacto con él. Eso no pasó en esta ocasión, y eso lo mueve a llamar al detective.

El investigador contacta a la familia de inmediato. El padre de la joven, Bernie Siegel, se muestra escéptico, y cree que se trata de una más de las escapadas de su hija, ex adicta a las drogas y dueña de una fuerte y rebelde personalidad. Sugar cada vez se siente más cautivado por Olivia y se propone hallarla.

Amy Ryan –aquella magnífica Beadie Russell de la serie The Wire– interpreta a Melanie Mackintosh, ex esposa de Bernie. Ella rápidamente sintoniza con Sugar, con quien se asocia en la búsqueda de la joven perdida. Ryan brilla a partir de su mirada profunda e inquietante, dando vida a un personaje que atrapa.

Hay un salto en la historia que cambia todo, para bien o para mal, y eso quedará a criterio de cada espectador. Lo cierto es que se trata de un toque audaz, riesgoso y acaso insolente, tratándose de un género en algún punto sagrado. Es claro que Apple TV tiene en sus filas a gente muy jugada.

Por qué pese a todo Sugar es una novela negra

Quién sabe si cuando en 1950 Raymond Chandler escribió su ensayo El simple arte de matar era consciente de estar quitando el velo a lo que llegaría a ser un estilo que calaría hondo en todo el mundo, y no sólo en los Estados Unidos: la novela negra.

Antes y después que él muchos incursionaron en “el mundo del crimen”, esa resbaladiza ruta por la que deambulan crueles maleantes, pillos de poca monta, millonarios inescrupulosos, policías corruptos, mujeres misteriosas y, siempre, un detective que navega a dos aguas entre sus virtudes y martirios.

Puede decirse que la novela negra siempre cuestiona la doble moral que exhibe el estilo de vida occidental, sea en el país que sea, pero especialmente en los Estados Unidos. Es un género que le pega al sistema donde más le duele: la imposibilidad que tiene de ser otra cosa que eso, una mascarada. En relación con esto, no es casual que los primeros textos de ese género hayan sido publicados originalmente por una revista norteamericana llamada Black Mask (Máscara Negra).

Y acá es donde se cruzan las características que parecen fundacionales en la novela negra con el guion alucinante de Sugar. Si el género, casi por definición, se caracteriza por el realismo, los puristas están en todo su derecho de impugnar la serie.

Pero si la novela negra es tan fuerte como ha demostrado serlo a lo largo de muchas décadas, bien puede bancarse este volantazo magistral que dieron los creadores de Sugar. Más bien podría decirse que ese golpe de timón le brinda más vigor y abre las puertas a exploraciones tan audaces como ésta.

Los grandes nombres de este estilo narrativo –Carroll John Daly, Dashiell Hammett, Ross Macdonald, entre otros– fueron en verdad muy osados, mostrando todo lo irrespirable que puede resultar un mundo en el que se conjugan injusticia, violencia, corrupción, inseguridad y crimen organizado. Eran tiempos de depresión económica, y de crisis social y moral no muy diferentes a los que se viven hoy, pasados casi cien años.

Al fin y al cabo, si se trata de dar barquinazos en plena carrera, Chandler, en la novela El largo adiós, le hace decir a su personaje Phillipe Marlowe de qué se trata ser él: “Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo”.

Eso es novela negra. Y eso, en 1953, era casi como dar un salto al vacío.