Producción: Javier Lewkowicz


A contramano

Por Juan Manuel Padín *

Entre el 10 y el 13 de diciembre se realizará en la ciudad de Buenos Aires la 11° Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Este encuentro, de gran relevancia internacional, no pasará desapercibido en el país anfitrión: es una oportunidad para la administración macrista de mostrar su vocación aperturista en un contexto donde la principal potencia mundial gira hacia posiciones proteccionistas, y una ocasión propicia para que militantes de todo el mundo hagan escuchar su descontento, tal como sucede habitualmente en este tipo de eventos.

La OMC reconoce como antecedente inmediato el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio de 1947, cuyas disposiciones rigieron el comercio internacional de mercancías por casi medio siglo (1948-1994). Creada a mediados de los años 90, constituyó un hito en la regulación del comercio internacional, ampliando la cobertura del sistema multilateral de comercio al comercio de servicios y los derechos de propiedad intelectual. Desde su establecimiento, varias cuestiones han incrementado su visibilidad. Entre éstas, las negociaciones para expandir el alcance de sus disciplinas a otras áreas sensibles (medio ambiente, estándares laborales, competencia, etc.), las propuestas de reformas al sistema para mejorar las perspectivas de los países en desarrollo (en adelante, PED), y las crecientes disputas comerciales que se produjeron en su seno.

Conformada por 164 países miembros que dan cuenta del 98 por ciento del comercio mundial, además de administrar los acuerdos comerciales suscriptos en su ámbito, la OMC opera como un foro de negociación; ofrece asistencia técnica; supervisa las políticas comerciales nacionales de los miembros; coopera con otros organismos internacionales; y cuenta con un fortalecido sistema de solución de diferencias.

En los últimos años, el incremento de la participación de ciertos PED en el comercio mundial alteró el equilibrio de poder en la organización. No obstante, los principales países desarrollados siguen conservando una posición dominante. Esto se refleja continuamente en la agenda de temas en discusión, la cual es fruto, a su vez, de diversas presiones y preferencias, no sólo de gobiernos u organismos, sino también de otros actores, donde se destacan las principales empresas multinacionales, siempre expectantes a los fines de incidir sobre la normativa multilateral.

La discusión sobre el impacto de la normativa OMC motiva fuertes polémicas. En ese sentido, es dable señalar que muchas de las herramientas utilizadas históricamente por los países desarrollados y los países de industrialización para impulsar el desarrollo se encuentran vedadas (o limitadas) desde la entrada en vigor del Acuerdo sobre la OMC. Esto restringe los instrumentos disponibles con que cuentan los PED, y los condena a actuar en una suerte de “cancha inclinada”. Aunque es razonable que un acuerdo internacional limite la habilidad de actuar de un estado a cambio de algún beneficio (acceso a mercados, trato preferencial, etc.), es indispensable evaluar la naturaleza y el alcance de las restricciones, y cómo éstas pueden afectar las políticas de desarrollo a nivel nacional.

En Argentina, la OMC parece ser siempre un tema de actualidad, tal como lo atestiguan las diferencias comerciales respecto a ciertos productos de exportación (limones, carne, biodiesel), o las críticas que cosecharon las DJAIs. Sin embargo, no siempre se recuerda que el corazón de la disputa es si el libre comercio que promueve la organización es beneficioso para todos los países miembros o si, por el contrario, es un mecanismo que asegura los beneficios a los países más desarrollados. En ese marco, y a días de la Conferencia Ministerial, es preciso recordar que ampliar el espacio para la política y preservar las herramientas existentes no es sólo un reaseguro, sino un elemento vital para que la inclusión social no sea una mera utopía.

* Doctorando - Universidad Nacional de Quilmes.


El nuevo multilateralismo

Por Valentina Delich *

La declinación de los Estados Unidos, la crisis europea, la emergencia de China y la India, las migraciones masivas, la violencia y la incertidumbre son parte de cualquier ejercicio intelectual sobre el escenario internacional. En este marco, las reglas e instituciones del siglo XX crujen, se ensanchan y retraen para acomodarse al nuevo escenario. Y la Organización Mundial del Comercio, OMC, no es la excepción. En efecto, la OMC realizará su Undécima Conferencia Ministerial (M11) en Buenos Aires el próximo diciembre. ¿Qué resultados serían deseables y cuáles posibles? La respuesta requiere repasar la dinámica de la propia organización, atender al contexto y a nuestras ideas e intereses en particular.

Entre 1947 y 1994, el GATT reguló las relaciones comerciales internacionales con un blend de liberalización y mecanismos de protección o escape. La última negociación del GATT (Ronda Uruguay, 1986-1994), sin embargo, trajo aparejada una regulación detallada de aquellas válvulas de escape o espacios para políticas. Ciertamente, el pasaje del GATT a la OMC en 1995 trajo aparejada mayor institucionalidad, un sistema de solución de controversias anclado en el derecho (por oposición a estar anclado en el poder de las partes litigantes) pero también reglas más estrictas en relación a la utilización de los instrumentos de defensa comercial y de promoción comercial. Y para los países en desarrollo además, implicó una reconceptualización del trato especial y diferenciado: en vez de tener “reglas distintas” atendiendo al nivel del desarrollo, los países tendrían más tiempo para cumplir las mismas reglas (one size fits all).

Aquellas “nuevas” reglas de 1995 fueron un suspiro histórico: por un lado, los países en desarrollo, solicitaron flexibilizarlas y así se abrió la Ronda de Doha en el año 2001 bautizada como Ronda del Desarrollo y nunca terminada. Por otro lado, al volverse la OMC un foro de negociación más complejo e ineficiente, los países desarrollados potenciaron los acuerdos bilaterales y megaacuerdos. Lo visible de su agenda es que focalizan en marcos regulatorios que consoliden la participación de sus firmas en las cadenas globales de valor.

Mientras la dimensión jurisdiccional de la OMC se fortalecía, la negociadora languidecía y viraba a iniciativas preferenciales. En ese mismo tiempo y lugar, China ingresó a la OMC en el 2001, sobrepasó a Japón como líder exportador asiático en 2004, a los Estados Unidos en 2007 y a Alemania en el 2009. China y la India crecerán más del 6 por ciento para los próximos años. Y China patentó internacionalmente 45 por ciento más este año y en dos años más sobrepasará a Estados Unidos y Japón. Pero no se trata sólo de nuevos actores. No es más de lo mismo. Nos preguntamos diariamente además por el impacto de la robotización y la  automatización en el empleo, por el cambio climático, por la economía digital.  

En un escenario surrealista, cuando llegue la M11, será esta institucionalidad (en particular el sistema de solución de controversias) y serán estas reglas (en particular las que hacen a las medidas de defensa comercial) la que Estados Unidos, su originario promotor, cuestionará y China defenderá. Vivimos un momento de incertidumbre y no existe el recetario de reglas que deberíamos construir para lidiar con la globalización. Pero, aún así, podemos avanzar.

Lo primero es no avanzar solos. Es preciso liderar, construir y ordenar una melodía regional. El Mercosur es un proyecto político que condensa nuestras ideas de paz, confianza mutua y democracia en la región. Y aunque el impacto del Mercosur en el comercio ciertamente lo operacionaliza y define, es el rescate de la visión que lo inspiró, el riesgo que se tomó y del horizonte que se vislumbró, expresados y construidos a partir de gestos políticos, compromisos, concesiones y normas, lo que nos permitirá utilizarlo, una vez más, para lidiar con la presión de la globalización y para participar en la reconfiguración de la gobernanza internacional.

Lo segundo es que todas las negociaciones internacionales son asimétricas, pero algunas tienen resultados más asimétricos que otros. En foros con procedimientos de negociación más inclusivos hay más chance para una región pequeña (que participa en un 5 por ciento del comercio mundial) de lograr que sus intereses e ideas influyan. Entonces, la defensa del sistema de reglas debe ser una prioridad para esta Ministerial. La mejor apuesta -aún falible- es fortalecer las instituciones, mecanismos y procedimientos que tal vez hagan que las reglas internacionales reflejen, aún en una pequeña proporción, nuestras ideas e intereses.

* Secretaria académica, Flacso-Argentina.