Unos casetes de la Deutsche Gramophon que sus abuelas enviaban, para cada cumpleaños suyo, desde Alemania. La música clásica que escuchaba junto a su madre, Waltraut Wolfram, llegada desde ese país en 1951. Los instrumentos que su padre –Eduardo Terán, ascendencia persa– traía a casa: algunos vientos, un piano, unas pocas cosas más. De alguna manera, rastrear esas marcas de origen en Alejandro Terán es entender parte de lo que es hoy: un revoltijo estético, un patchwork de mil linajes donde lo culto, lo bizarro, lo docto, lo popular y más tienen un peso justo. Y por si fuera poco, este departamento –donde vive junto a su mujer María– en este edificio en pleno corazón de barrio Once: un gigante de cemento construido en otro siglo que esconde una belleza algo fantasmal –darkie le gustaría a él–, que alguna vez fue la Casa de Holanda. “Acá –dice y señala una pared en pleno descanso de la escalera– algún día voy a proyectar una película. Hay una cosa bizarra y de mixtura étnica en este barrio. Justo para mí, ¿no?”.

“La música era todo para ellos”, cuenta. Y sigue: “Mi mamá cuando llegó se compró una pre fabricada, un Wincofon y una 22. Lo necesario para vivir en el barrio Alto de Olivos, que se fue volviendo medio cuchillero. Para ella no había diferencia entre la música popular y la clásica. Y mi padre, con una vida tan dura, se había criado en reformatorios, era muy angélico. Resiliente, luminoso. Tenían la música totalmente incorporada, no era algo eventual. Mi papá trabajó siempre de músico”. Y fue él quien le consiguió las primeras changas en el rubro: “En La Boca nos llevaban en un barquito por el río, tiraban flores para el santo y empezábamos a tocar canciones napolitanas, acompañando el estruendo de las bombas. Volvíamos a la iglesia con ese santo, las señoras ya habían cocinado y tocábamos una especie de jazz”.

Pero no tarda, Terán, en apurar alguna definición: muchacho punk interesado en el contrapunto. Dice: “Muy de Cemento, del Parakultural. De alguna manera lo sigo siendo. Yo tengo más formación desde el punk que desde el rock. En mi ética lo descubro: sigue siendo punk. Bjork decía: sin confianza mutua, no hay nada. Ese solidarismo, esa ética inclaudicable: no amos, no esclavos, horizontalidad. Estoy hecho de eso, quizás más que del espíritu del rock. Yo soy un adolescente de la mitad de los ochenta, de la vuelta a la democracia”.

Y a partir de allí, de alguna manera, no paró.

MAESTROS

“A los 21 ya no estudié más”.

Había tomado algunas clases. Pocas pero suficientes: Enry Balestro, Mariano Frogioni, Klaus Cabjolsky fueron algunos de sus maestros. “Los autodidactas tenemos el cielorraso muy cerca: te parás de golpe y te lo pegás”. Tampoco tarda, Terán, en reconocer las postas primeras. Uno: la Tascam Porta One. “Ese aparatito era una especie de maestro para arregladores. Un arreglador muchas veces tiene que organizar cuatro voces en su contrapunto, horizontales, que se encuentran felizmente en lo vertical. La Tascam fue prácticamente nuestro maestro de armonía”. Dos: lo que se dice, no un colega o un compañero, sino algo más, ese eterno parcero suyo, Axel Krygier. “De nuestra generación, es el más chamán, el que te conecta con una percepción cósmica Un talento brillante y natural. Con Axel nos cruzamos muy jóvenes y trajo toda una sensibilidad nueva a mi vida. Uno se va cruzando con maestros todo el tiempo y sigue siendo un eterno principiante”.

Dice Terán que la vida es un viaje impredecible. Y así parece haber sido gran parte de su recorrido como músico, como maestro, como arreglador, como miembro que se reconoce en eso de pertenecer a cosas más grandes. Algunas de ellas, de las más sonantes e importantes de la música argentina de los últimos años. Por ejemplo, formó parte de La Portuaria hasta 1995, aunque luego siguió participando en algunos discos y shows: “marineros con los cuales estuvimos muchos años en gira, recorrimos el mundo”. Por ejemplo, Charly García: “Es como una omnipresencia. La experiencia con el espíritu creativo de García te lleva a una zona que es única: el pone en riesgo su cuerpo y su vida para ofrecer esa generosidad de maestro. Uno sabe lo que eso hace en la espiritualidad de uno. Se sube al escenario y percibe todo.

¿Te emociona hablar de él?

–Y sí. Es un Maestro. Yo lo comparo mucho con los koanes, los maestros japoneses. ¿Cómo se aplaude con una sola mano? No es para contestar, es para tener eso como tendrías un carbón ardiendo en la boca: hay que hacerlo girar porque si no te mata y te quema. Él te pone en una realidad paralela. Percibe otras líneas éticas. Después de eso nunca vas a pensar la música como antes.

RESINA, TENSIÓN, AFINACIÓN, MICROFONEO

Aquellos casetes llegados de Alemania. “Recuerdo el Quinteto para clarinete y cuerdas de Mozart, el 581. Yo digo que eso es un error en la matrix, eso sí que no es música del pasado, es algo que vino de otro lado ¡Se coló! Invito a oír el larghetto ese. Yo me hice clarinetista por ese quinteto y violinista por ese registro intermedio”. Y luego dice: “La orquesta no pide sólo un uso académico. Y menos en el siglo XXI. No hay ninguna necesidad de sentarse a componer para una orquesta completamente avisado de las prácticas comunes del barroco, del clásico. Se puede tener una mirada fresca. En general está relacionado con una especie de erudición académica, pero no es así per se”. De alguna manera, Terán acaba de definir sus búsquedas como arreglador. Quizás por eso diga: “nunca me atrevería a dirigir algo que no fuera de mi lápiz. Nunca haría ´un repertorio´. Sería un papelón. Dirijo sólo lo que escribo”.

Cuando está de este lado de la batuta es un hombre cauto, brindado a su instrumento, a ese devenir. Pero cuando dirige, cuando la batuta está en sus manos es, lo que se dice, todo un personaje: histriónico, risueño, inquieto, expresionista, pasional y corpóreo más que racional y teórico. “Soy el peor director de Orquesta que dio la humanidad. Marco al revés, no tengo un solo estándar. Me veo obligado a pedir disculpas. Me guía la expresión corporal de los impulsos. Y eso, al lado de una técnica de dirección, es un mamarracho. Los músicos me tienen que tener mucha paciencia”. De uno u otro lado: tan apolíneo como dionisíaco. Para ilustrar un poco de cada cosa se pueden buscar, por ejemplo, las presentaciones que hizo junto a Gustavo Cerati –dirigió a la Filarmónica de Londres en Abbey Road para la canción “Verbo Carne”, fue el encargado de pensar, arreglar y dirigir los 11 episodios sinfónicos (2001) y en 2015, en el CCK, junto a un exquisito combinado de músicos, dirigió el Homenaje Sinfónico. “A partir de Sueño Stereo hicimos un montón de cosas. Era el ‘hombre sí’. Nos fuimos a Londres, grabamos con la Filarmónica de allá, hicimos los episodios. Una locura. Sólo él tenía ese ‘sí’. Te ponía todos los semáforos en verde. Una reunión con él te dejaba pensando que el mundo era un lugar muy posible”.

Pero Alejandro –como omnívoro musical que es– ha llevado esa misma incontinencia y lujuria musical y arreglística, también a formatos más pequeños. Además de tocar la viola, fue el encargado de algunos arreglos y de la dirección de cuerdas en los discos Unas horas (2013) y Confín (2015) de Lucio Mantel: dos perlas de la cancionística de la región de los últimos años. “Mi esposa viene de toda una estirpe de letristas, se crió en un ambiente muy vinculado a la canción. Ella me mostró a Lucio Mantel y él fue mi entrada a mi universo. Los temas de Lucio son completamente auténticos. Es una música necesaria. No hay momento de una canción de suya que no sea completamente entregado”.

COSIENDO PARA AFUERA

Alejandro enciende uno de los monitores que tiene sobre un amplio y atiborrado escritorio: minimiza la partitura de “La Cumparsita” –está preparando y arreglando una versión para un pronto aniversario– y muestra: una carpeta lleva el elocuente nombre de Cosiendo para afuera 2017. Allí se amontonan los proyectos y/o trabajos durante este año. Y es todo lo ecléctico que pueda imaginarse: Gustavo Cordera, Pericos, Axel, Santaolalla, Miguel Ríos, Las Pastillas del Abuelo, Ricardo Mollo, Todo este campo es mío sobre Simón Díaz.

¿Por fuera de la música qué hay?

–Eso va cambiando mucho. La música es un aglutinante constante de todo. Es un lugar seguro, neurótico también. Con los años la vida social se me ha hecho barranca arriba, me gustan mucho los días libres, que antes no me pasaba tanto.

¿Vale pensar, entonces, que quizás tu manera de componer sea a través de los arreglos y la dirección?

–Un arreglador es un compositor de híper música: dada una música él construye algo que se basa en eso, un objeto nuevo a partir de lo dado. Y occidente parece estar atravesando ese período. La música en el sentido del siglo XVIII, casi que no existe. Uno anda por millones de territorios musicales durante la vida y se va llevando algo de cada territorio.

El pasaje es breve, pequeño, sutil. Y por ello, contundente. Dieciséis palabras un tanto perdidas en medio del exquisito documental Charco: Canciones del Río de la Plata (2017). Allí es Terán quien, bajo un sombrero ladeado, dice: “uno no hace la música que le gusta, hace la música de la que está hecho”.

Y es desde allí que debe pensarse el que quizás sea el proyecto más “solista” de Terán: la Orquesta Hypnofón –compuesta por dieciséis integrantes– que tiene bajo su creación y dirección y que en 2007 editó su, hasta ahora, único disco: El futuro. “Es muy difícil justificar la idea nación en pleno 2017 pero sin embargo estamos hechos de barro argentino hasta el límite. En esa contradicción vivimos. Y con Hypnofón, de alguna manera, navegamos ese lugar. Solo tocamos música argentina pero aquella que parece no haber salido tan bien. O que no funcionó. Cuando en una película argentina antigua veo una parte medio olvidada, eso incidental para la caminata de esa mujer en la oscuridad, la extraigo y la reescribo para la Orquesta y así se va armando. Un corpus de música argentina sin poner el acento en los estilos patriarcales: o tango o rock o folclore”. Por ello en El futuro pueden encontrarse, además de algunas composiciones propias, canciones como “Anahí” (Osvaldo Sosa Cordero), “Aurora” (Héctor Panizza), “Rubias de New York” (Gardel/Le pera), “Tribunas del futuro pobre” (Charly García). Y mucho tiene ese tinte tan incidental, tan de película.

Unos días después, por mail, Terán cuenta que el arreglo de “La Cumparsita” finalmente gustó. Entonces, quizás ha de estar planeando los días libres venideros, pensando en ese pedacito de tierra cordobesa, en ese monte poco menos que virgen al que van de cuando en cuando. Pero ahora, mientras encara las últimas pitadas de su cigarrillo armado dice: “Allá todos saben hacer todo: arreglar un caño, soldar, hacer esto, lo otro. Me genera admiración, locura. A mi amigo Carleta, uno de los que está haciendo la casa, le digo que es el Javier Malosetti de la amoladora. ¿Viste Malosetti cómo toca el bajo? O lo que sea. ¡Bueno, este es igual pero con la amoladora! Y así con todo. ‘Gauchificarse’ un poco está bien. Los cincuenta y la segunda parte de la vida quizás tengan que ver más con eso, con cierta contemplación. Pisar el planeta tierra, acá pisamos el parqué toda la vida”.