Bambi salió de su provincia cargando una caja de recuerdos que prefiere no abrir para evitar los ecos de la melancolía. En su pueblo, mientras los chicos y las chicas tenían aval para desearse, a él no le quedaba otra que acumular ganas, tantas que con el tiempo se volvieron adicción. Ahora, llegado a la gran ciudad donde ya no es el hijo DE ni el hermano DE y puede ser en el anonimato, le dedica tiempo a las salidas como un deportista entrena sus músculos para el torneo.
Son noches plateadas y de música fuerte. Los boliches y los besos se acumulan en las pistas de Rheo, Plop, Eyeliner, Wharhol, Jolie, Human y Glam. Si no hay chape, es tiempo perdido. Algunas lenguas no tienen nombre y a Bambi su baby face le ayuda a entrar gratis, no hacer filas y tomar los tragos que se le antojen. Así conoce a Ricky, Trevor y José, flechazos que tienen un punto en común: son mayores y lo invitan.
¿Regalos? ¿A quién no le gustan? A Bambi sí: “Esa gente que dice a mí nadie me regaló nada, como si fuese algo bueno... ¡Nadie te quiso entonces! Nadie quiso nada de vos nunca, ni bueno ni malo. Los regalos son lo más lindo que hay”. Pero así como hay un arte para dar regalos, hay otra para aceptarlos, y en escena vemos el camino donde Bambi (Franco Micheltorena) se cruza con su yo del futuro El Bambi (Luciano Andrea) y aprende que la culpa es demasiado vanidosa como para darle importancia.
En la obra de Teté, se apoda Bambi a los jovencitos con rostro tierno que tienen a su favor la juventud y saben sacarle jugo, lo que hoy es conocido como twinks. A diferencia del Bambi sacrificial de Disney, acá la historia se cobra una venganza poética y la presa aprende a cazar para perseguir un deseo que toma muchas formas. Un bambi que más allá de los regalos, lo que en el fondo busca es ganarse el amor.
El Bambi se presenta los sábados a las 22.30 en Teatro ÑaCa, Julián Álvarez 924.