Soltemos un poco la imaginación. Ubiquémonos en un día en que Mauricio Macri cumple su compromiso público de eliminar la pobreza. El esfuerzo ficcional no es menor, ya que requiere aceptar que efectivamente se lo propuso o se lo propone. Es juego difícil, sí, pero cerremos los ojos e imaginemos que cumple. ¿Diríamos, ese día, que estará mal aplaudirlo? ¿Harían mal los periodistas en publicar los elogios que desataría semejante hazaña? ¿Podría alguien levantar voces de reproche a los espacios que celebren el logro, aferrándose a la presunción según la cual el periodismo sólo es tal si se opone al “poder”?

Pongamos distancia con el debate político local. ¿Algún periodista debería privarse de elogiar a un secretario general de la ONU si un día lograra poner efectivamente en marcha un plan de paz justa en Medio Oriente, y que así cesaran muertes, hambrunas, muros y bloqueos a millones de seres humanos a quienes además se despoja de sus territorios?

Estas suposiciones, aunque cercanas al grotesco, refieren a una discusión que transcurre en tonos diversos, que a veces es abierta y a veces solapada: la ubicación de los periodistas ante el poder.

El tema fue tratado en la entrega de los premios Martín Fierro. De esa reunión se supo por otras discusiones, referidas al problema gravísimo de trabajadores de la comunicación que vienen siendo despedidos por empresarios de diversa calaña. Se publicó más sobre momentos enojosos, críticas a viva voz hechas o inventadas para denigrar, y algún intento de agresión física o acaso el muy gastado “agarrame que lo mato”.

Pero antes el periodista Reynaldo Sietecase, en un texto leído por una compañera suya, había opinado: “A los gobiernos hay que controlarlos, no aplaudirlos. Desconfíen de los que criticaban antes y aplauden ahora, y viceversa”.

La primera parte de la definición llevaría a los periodistas a una suerte de mutismo de opinión si hubiera oportunidad de celebrar un acierto gubernamental. En la segunda, pide Sietecase el peso abrumador de la desconfianza hacia los que aplaudieron antes y hacia los que aplauden ahora.

Aceptando la complejidad del problema y lo interesante que es investigarlo y debatirlo, no parece que los espacios de opinión o, dicho técnicamente, de pronunciamiento político-editorial, sea el problema más urgente que padece el sistema de medios de la Argentina. Kirschbaum, Morales Solá, Blanck, Van der Kooy, Gambini, Roa, Pagni, Fernández Díaz y muchos otros publican cotidianamente elogios al Gobierno y toman posición contra quienquiera que no apoye sus políticas.

Más acuciante, o al menos anterior, parece la carencia de información diversa, plural, la disponibilidad por el público del conocimiento de los hechos que le permitan un acercamiento razonable a ellos. O, para ser más prudentes, el acceso equilibrado a una descripción diversa de cuanto acontece, en lugar de la que tiene supremacía agobiante, contraria a la democracia, por multiplicarse, realimentarse y repetirse a sí misma en la mayoría de diarios, radios, canales de televisión, agencias de noticias, portales en internet, revistas, y ahora también por los ejércitos sostenidos con fondos públicos en las “redes sociales”.

El aplauso para el gobierno que cada día expresan en esos medios los autores de las “columnas” (palabra en cuyo peso rector se detiene Horacio González en su “Historia conjetural del periodismo argentino”) aparenta congruencia solo porque se sostiene en una forma de describir o, dicho redondamente, en el manejo arbitrario de lo que se informa –y cómo se informa–, y naturalmente de lo que se censura. Caso reciente es el de los intereses en las guaridas fiscales de varios de los integrantes del elenco gubernamental, lo que incluye al Presidente y su clan, a pesar de la gracia exprés concedida por el comité central de Cambiemos, que queda en Comodoro Py.

Así, los opinantes ejercen su derecho y el de sus empresas cuando ya están instalando a María Eugenia Vidal como presidenta en 2023. El problema no es ese, sino que en dos años estos medios no encontraron hechos que afectaran la imagen inmaculada de la gobernadora, una verdadera hazaña política que habrá que investigar en el tiempo, para establecer con qué recursos ella está consiguiendo tan formidable escolta.

También es su derecho, por ejemplo, apoyar con énfasis la extranjerización de tierras en la Patagonia, para favorecer a grandes empresarios internacionales. Pero no lo es escribir, como lo hicieron, que al momento de la represión ilegal de la Gendarmería a los mapuches, el primero de agosto, Santiago Maldonado “se hizo humo”, en una de las acciones más oprobiosas del “periodismo” desde 1983.

* Escritor y periodista, presidente de Comunicadores de la Argentina (Comuna).