“Conocer lo que le molesta a alguien es una forma de cercanía”, dice la narradora de un relato que pone un poco de luz en la vida de Red, una mujer de origen laosiano que trabaja en una planta de pollos, una especie de prima lejana de Iris, la protagonista de La chica de la fábrica de fósforos, del cineasta finlandés Aki Kaurismäki. “El único tipo de amor que conocía Red era el llano, el sencillo, el amor solitario que una siente por sí misma en los momentos calmos del día. Estaba ahí, estable y sólido entre las risas y las voces de la televisión, y la acompañaba por las góndolas de los supermercados los fines de semana. Ahí estaba cada noche, en la oscuridad, deslumbrante y despatarrado entre la calma. Y era todo suyo”.
Cuando la escritora y traductora Paula Galíndez leyó este fragmento en inglés, el cimbronazo fue tan fuerte que supo inmediatamente que quería traducir los bellísimos catorce cuentos de Cómo pronunciar cuchillo, de Souvankham Thammavongsa, ganadora del Premio O. Henry, una escritora que nació en un campo de refugiados laosianos de Nong Khai, Tailandia, en 1978, y que al año de vida se instaló en Toronto (Canadá), la ciudad donde sigue viviendo.
Los cuentos de Thammavongsa, editados por Eterna Cadencia, se publican por primera vez en español, traducidos por una escritora y traductora argentina. No es casual que el libro esté dedicado a los padres de la escritora y a su hermano John, que saltó del puente Ambassador, en Windsor, y se suicidó a los cuarenta y dos años, en septiembre del 2022. En el desgarrador y luminoso cuento que da título a este libro publicado originalmente con el título en inglés How to Pronounce Knife en 2020, una niña esconde las comunicaciones del colegio para no poder en evidencia que sus padres desconocen la cultura y el idioma del país en el que acaban de mudarse. “No hables en lao y no le digas a nadie que eres laosiana. No sirve de nada decirle a la gente de dónde eres”, le dice el padre a su hija.
Los destellos autobiográficos asoman desde los ecos de la cultura laosiana, que aparece en la lengua, en las palabras, en el hecho de tener dos nombres, como el personaje de Red, cuyo nombre en lao es Dang. La experiencia de la inmigración y sus derivas más crueles, como un viejo dolor que está depositado en una zona de la memoria de donde puede emerger a la velocidad de la luz, atraviesa los cuentos del libro.
En un conmovedor texto en el que cuenta el suicidio de su hermano John (“It was an ordinary name”, publicado en The New Yorker), la escritora confirmó que algunas experiencias narrativas son autobiográficas. “Mis padres nos dijeron que no le dijéramos a nadie dónde vivíamos y que no abriéramos la puerta si alguien llamaba. Éramos refugiados laosianos. Dijeron que tampoco le dijéramos eso a nadie. ‘Las únicas personas que quieren saber de dónde eres son las que quieren enviarte de regreso. No tienen por qué preguntarte eso’, dijo mi padre. ‘¿Quieres saber de dónde soy? De aquí. De aquí es de donde soy’. Colocó un dedo medio donde estaba su entrepierna y nos dijo que, si alguien preguntaba, lo hiciéramos”.
La coordinadora editorial de Eterna Cadencia, Virginia Ruano, encuentra una correspondencia entre la discriminación que sufre la nena laosiana por no compartir el lenguaje del país al que llegó con su familia con el cuento “Partir”, de la argentina Alejandra Kamiya, incluido en Los árboles caídos también son el bosque (Eterna Cadencia), donde una narradora va recordando distintas situaciones de discriminación que sufrió en la escuela.
Galíndez conoció personalmente a la escritora laosiana-canadiense en una residencia de escritura que hizo en el Bank Center for Art and Creativity en 2021. En esa residencia había dos tutoras que acompañaban a los escritores. Una de ellas era Souvankham; la otra Mónica de la Torre, estadounidense-mexicana. “Antes de viajar, me puse a leer la literatura de las dos para conocerlas, también un poco para entender por qué me habían seleccionado. Y no tuve respuesta con respecto a eso”, bromea la escritora y traductora. Cuando se encontró con su tutora, le dijo: “Quiero traducir tu libro. Me parece que es un buen momento para buscar una editorial en Argentina y podría funcionar bien”. A la escritora laosiana le encantó que por primera vez pudiera tener una proximidad con su traductora. Galíndez empezó a investigar los catálogos editoriales y su primera opción fue Eterna Cadencia. Les mandó un mail con una muestra de la traducción del cuento homónimo “Cómo pronunciar cuchillo” y la propuesta fue aceptada por la editora Leonora Djament.
“Todas estas historias tienen pocas marcas de que suceden en Canadá”, explica la traductora. “La crítica resalta que se habla mucho de Laos y poco del país adonde se mudan. Eso es una inversión de jerarquías y me parecía que era mucho más importante preservar esa falta de marcas”, aclara Galíndez y recuerda que Souvankham subraya que “no escribe con fines autobiográficos” porque ella prefiere usar la literatura como “una forma de transformación”. Un ejemplo es el cuento “Huracán”, el favorito de la escritora laosiana, autora de cuatro libros de poesía (Small Arguments, Found, Light y Cluster).
Para la traductora fue un desafío porque el título original de ese relato en inglés es “Slingshot”, que quiere decir “gomera” como primera acepción, pero que refiere a un juego que se juega con la bicicleta y que aparece en la serie de televisión Rocket Power, que consiste en empujar al otro en la bicicleta. Como la palabra en inglés no tiene una traducción literal al castellano, optó por ponerle “Huracán”, palabra que es mencionada por uno de los personajes. “En ese cuento retoma una experiencia que tuvo ella con su primer amor, que ninguneaba sus sentimientos y le decía que en realidad nunca había sentido amor antes. Lo que ella hizo fue transformarse a sí misma en una mujer mayor, con mucha experiencia, y armar la historia del cuento. Ella toma experiencias de la vida real, pero las transforma”, revela la traductora.
La invisibilización en la pronunciación de una letra es como una suerte de big bang que expande en un sentido más profundo y perturbador que la principal invisibilización empieza por la lengua. Por lo que se pronuncia y lo que se silencia. “Esa letra k (knife) que el padre la pronuncia y en los colegios no representa algo de esa invisibilización y yo busqué encontrarlo con el tema de que la hache al lado de otra letra tiene otro sonido diferente; entonces se arma un juego que es similar, no es exactamente igual, pero funciona con la temática del relato”, argumenta Galíndez sobre cómo trabajó ciertos aspectos de la traducción.
Ruano destaca el cuento “Randy Travis”, de una mujer laosiana obsesionada con el cantante de música country estadounidense que da título al relato. La hija de siete años le escribe las cartas que la madre le envía al cantante con la esperanza de recibir alguna respuesta. “Así que escribí: Me caes mal. Mi mamá nunca se iba a enterar de lo que yo había escrito”, confiesa esa narradora en primera persona en un cuento donde el recurso del humor permite digerir las obsesiones maternas. Cómo pronunciar cuchillo es un primer libro deslumbrante por cómo logra eclipsar el desarraigo y la oscuridad, como si en cada historia encontrara un rayito de luz para amortiguar las desdichas vitales.