"Se asombró al pensar que había vivido todos estos años sin ir a la pileta. Esas cosas pasan; tampoco había probado el jamón crudo hasta los treinta y pico. A veces le costaba recordar que hubo una vida sin Lola".
Una obra de teatro que transcurre en una pileta. Literalmente dentro de la pileta, en los andariveles, en la escalera, en los bordes, en el agua. Son, el agua y la pileta, protagonistas en la trama.
Las y los espectadores siguen la historia desde las gradas del natatorio del Suterh de San Telmo. Increíblemente, las instalaciones deportivas logran una escena teatral a la que le cabe todo concepto de inmersivo, con las luces, la ambientación, el sonido dispuestos. Con una puesta que suma bellos recursos audiovisuales.
Podría alcanzar para que Subacuática, la obra dirigida por Fernanda Ribeiz y Luciano Cáceres, y que lleva a escena una novela de Melina Pogorelsky, fuese atractiva por la originalidad y arrojo de su propuesta. Pero hay más: una historia que conmueve y remueve brazada a brazada, en las interpretaciones de Juan Gil Navarro, Ariadna Asturzzi, Maricel Santin y Carolina Vilar.
De paternidades y maternidades. De familias y parejas, de relaciones humanas. De nacimentos y pérdidas. Del dolor y el amor más grandes. De lo que cada uno y cada una puede hacer con lo que le toca. De lo que se puede transformar y de lo que permanece como cicatriz y duelo. De todo eso habla esta obra que primero fue una novela corta y punzante de Pogorelsky, preciosamente editada por el sello independiente Odelia.
La autora, reconocida por sus obras de literatura para infancias y juventudes, acaba de lanzar otro título para adultos, Entredós (Edelvives), en coautoría con Santin, a la sazón una de las actrices de esta obra, que también se entrama con el tirarse a la pileta, ya desde la portada.
Las clases de natación a las que Pablo y Alejandra llevan a su hija e hijo son el escenario y el disparador para contar dos historias de vida, entre la complejidad de lo simple y cotidiano, y el humor habilitado para abordar lo más doloroso.
Son un padre y una madre que traen sus cargas y expectativas, sus frustraciones y hasta sus tragedias personales. El vínculo con sus hijos es amoroso, activo, presente, pero para ellos, por distintos motivos, nada es como lo habían imaginado. Igual lo intentan, no siempre les sale, hacen lo que pueden, como todos y todas.
Pablo encuentra en esa horita por semana que le deja la clase de su hija Lola (o menos: hay que lidiar con los imprevistos, la malla con la que se encapricha la nena, los vestuarios a los que no lo dejan entrar), el único momento para él, suyo y solo suyo. Entonces nada: "brazada, brazada, respiro; brazada, brazada, respiro", no pensar para no irse al fondo, descubrir que "con antiparras no se puede llorar". Hace ya cuatro años que Mariela no está, pero la lleva con él. Y cuánto le pesa.
Alejandra se enfrenta al espejo de que le devuelve la mami que lleva bolsitas Ziplok y dice traje de baño en lugar de malla: la suya y la de su hijo Tobi vuelven envueltas en un toallón empapado, seguro que al llegar a su casa se va a olvidar de sacarla de la mochila y va a apestar. Le molesta que cuando llega a matronatación llevando sujetado a su hijo con un arnés, todos se esfuercen por simular que es normal. Excepto Lola, que le pregunta por qué lo trae atado como un perro con correa.
Las ilustraciones de Rocío Casal, la edición de video de Florencia Puppo, la música original de Jackson Souvenirs, el diseño de luces de Ricardo Sica, resaltan las atmósferas tiernas, poéticas, oníricas.
La obra transcurrió "a pileta llena" y este sábado a las 20.30 tendrá su última función. Reclama una nueva temporada de pileta.