El incidente de las últimas horas con la embajada rusa por un control de alcoholemia puso en el tapete la relación de la Argentina con el país más grande del mundo, signada por uno de los acontecimientos del siglo XX: la Revolución de 1917.
Hasta el triunfo de los bolcheviques, la Argentina había mantenido vínculo con la Rusia zarista. De hecho, hubo viajes de barcos de la Armada, como el de la fragata Sarmiento, a la que pasó revista el zar Nicolás II en 1902. Durante la guerra ruso-japonesa, el almirante Manuel Domecq García (uno de los creadores de la Liga Patriótica y bisabuelo de Juan Forn, que indagó en ese vínculo en su novela María Domecq) fue observador del conflicto.
Cuando Lenin se hizo del poder, Hipólito Yrigoyen no reconoció al gobierno revolucionario y formalmente no hubo relaciones hasta 1946. José Penelón, dirigente del Partido Socialista, se separó de la fuerza de Juan B. Justo por la distancia que éste ponía de la Revolución Rusa y fundó el Partido Comunista de la Argentina en 1918.
Stalin, el amigo peronista
Hasta que Juan Domingo Perón estableció relaciones con Moscú, el vínculo se mantuvo de manera oficiosa a través de una oficina comercial instalada en Avenida de Mayo: la Yuzhamtorg. Cuando Perón mandó un embajador optó por Federico Cantoni, el caudillo del Partido Bloquista de San Juan. Llevó como secretario a su hijo no reconocido, Leopoldo Bravo, que aprendió ruso.
A la vuelta de aquella misión, Perón ofreció la embajada a Bravo, debido a su conocimiento del idioma. En febrero de 1953, el embajador consiguió una entrevista con José Stalin. El encuentro fue en el Kremlin y resultó histórico, porque fue la última aparición pública del líder soviético, que murió el 5 de marzo. Hasta su muerte en 2006, Bravo fue consultado por historiadores de todo el mundo acerca de ese encuentro.
Según Bravo, Stalin le preguntó de dónde era y, al responderle que venía de San Juan, el dictador dijo que aquel punto de la Argentina debía tener un clima similar a su Georgia natal, por las facciones del rostro del embajador. Bravo le explicó las banderas del justicialismo a Stalin, ante la consulta del mandamás soviético. El amo y señor de Europa del Este aseguró que la más importante era la independencia económica.
Bravo cometió un desliz al enviar su informe: puso que había visto a Stalin en excelentes condiciones de salud. Cuando al mes y medio murió el líder totalitario, las suspicacias sobre cómo había muerto y el rol de su entorno se alimentaron, entre otras fuentes, del informe del último occidental que lo vio vivo.
Años más tarde, Bravo volvió a ser embajador en la URSS, lo mismo que su hermano Federico en tiempos de Raúl Alfonsín, y en este siglo Leopoldo Bravo (h) también estuvo a cargo de la delegación argentina.
Acuerdo cerealero y visitas presidenciales
En la segunda ocasión de Bravo como embajador, se negoció el acuerdo de cereales. Eran los años de la dictadura de Jorge Rafael Videla y uno de los regímenes más abiertamente anticomunistas del mundo negociaba con la URSS. Para peor, en pleno embargo de los Estados Unidos por la invasión de Afganistán. Mientras Videla y Martínez de Hoz negociaban con la URSS a través de Bravo, adherían al boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú.
Raúl Alfonsín fue el primer presidente argentino en visitar la Unión Soviética, en 1986. Eran los tiempos de la perestroika ("reestructuración") y la glasnost ("transparencia"), y se encontró con Mijail Gorbachov, justo en octubre. De allí se fue a Cuba a visitar a Fidel Castro, en otra visita memorable.
Carlos Menem fue el último presidente argentino en visitar lo que hasta diciembre de 1991 fue la Unión Soviética. Viajó en octubre de 1990 junto con su canciller, Domingo Cavallo, que ocho años más tarde fue consultado por las autoridades rusas por la crisis del rublo.
En su libro El oro de Moscú, una investigación extraordinaria sobre las relaciones entre la Argentina y la URSS, Isidoro Gilbert (que durante tres décadas fue corresponsal en Buenos Aires de TASS, la agencia oficial soviética) narra la siguiente escena, toda una postal del menemismo durante la desintegración del bloque comunista:
Armando Gostanián le pide un tenedor a Menem durante el almuerzo en el primer día de la visita y lo tira al suelo. El titular de la Casa de Moneda ordena con un gesto al mozo que levante el utensilio. Este se mantiene impávido. Entonces, el funcionario saca un billete de cien dólares y lo ofrece a cambio de que le alcance el tenedor. El mozo se da vuelta y se va. Un auténtico choque de civilizaciones antes del incidente del día de Navidad.
En el medio, Cristina Kirchner y Mauricio Macri se vieron con Vladimir Putin. El presidente ruso visitó el país por la cumbre del G20 en 2018 y más tarde proveyó de vacunas Sputnik contra el coronavirus. La invasión de Ucrania dejó el vínculo en stand-by.
Hasta esta Navidad, en la que el vínculo volvió a tensarse.