El sexo aparece como una raspadura definitiva para ese cuadro de maestras de pueblo. Si María tiene el acento opaco, el recato en ese cuerpo un tanto contenido que supone una vida sin decisiones inesperadas, su hermana, Nora, se instala en el comedor para contarle con detalles cruciales lo frustrante que es coger con un policía que tiene eyaculación precoz. 

En ese desencanto por el placer no resuelto se enreda buena parte de la dramaturgia de Todo tendría sentido si no existiera la muerte pero esa intimidad que va a multiplicarse cuando Liliana, la empleada del videoclub, incite a María a mirar cine porno, va a producir una eclosión con ese universo austero, de pocas ilusiones, que llevará a los personajes femeninos a componer una proeza. 

La aventura comienza para María en ese cuerpo que está a punto de abandonarla, como si la muerte tuviera algo de carnalidad. El dolor ante la enfermedad no es para esta mujer bella pero apagada, negada en todo su atractivo, una posibilidad de mansedumbre. Guiada por el deseo, que en su hermana aparece como una marca más de la tristeza que no niega, de la que habla todo el tiempo mientras se llena de pastillas, avispada por el porte bravío de Liliana que entra a su casa dispuesta a patear todos sus remilgos y dudas, María descubre en ese cine porno hecho por una mujer, pero también en la merca berreta que Liliana le regala mezclada con algún licorcito, una manada de sensaciones difusas que la llevan a comprobar que nunca ha vivido. 

El texto de Mariano Tenconi Blanco hace de lo existencial, de esa angustia que se derrama para decir lo horrible que puede ser la vida, una sustancia que se instala en la cotidianidad más impensada para despabilar de un soplo el alma agonizante de María.

Ella, la maestra que no sabe lo que es un orgasmo, va a animarse a buscar a Gino Potente, el actor porno bien dotado y lo va a meter en su casa para ser la estrella de una película donde se desnuda y coge pero donde también todxs lloran en cada corte, ante el mandoneo de Liliana que está un poco fastidiada por la emoción que en el guión de María resopla como una confesión.  

Es que Gino se feminiza o, tal vez, lo que ocurre es que todxs allí saben lo que es la muerte, y el afecto que pueden sentir por María lxs empuja a una zona extrema. Ahora son otras. Filmaron una película, le dejaron algo al mundo. 

Lorena Vega es tan minuciosa en el armado de su personaje como feroz al entender que su dolor es la prueba exacta de todo lo que nunca hizo. Hay tanto en Vega como en Andrea Nussembaum una comprensión de sus criaturas que nunca se deja ganar por el trazo grueso. Ellas se internan en cada uno de los conflictos, en ese vacío que hay que atacar para no caerse, en esa posibilidad de creer que las ilumina y las hace hermosas, con una pasión que obliga a aceptar que en toda mujer simple se esconde un vendaval.

En esa convivencia de registros que tal vez nunca podrían encontrarse más que en el lugar incierto del teatro, Tenconi Blanco construye una dramaturgia tan íntima como esa sexualidad que para Georges Bataille era el desequilibrio que cuestionaba al ser dentro de su conciencia. Es en el sexo feliz o insatisfecho, en el placer del cuerpo que estas mujeres encuentran alguna revelación para apropiarse del mundo y también para separar el sexo del amor, como un dato que parecía negado a lo femenino. La sensibilidad que surge en los personajes se juega desde el espacio de la pérdida, en ese no encontrar lo que se quiere. El sexo sería otra cosa, un arma que despierta, un arrojo que tiene cierta autonomía y que, ante la inminencia de la muerte, puede aparecer con más vigor, con la convicción que marca el final. ,

Todo tendría sentido si no existiera la muerte se presenta viernes y sábados a las 20 en la Comedia de La Provincia Buenos Aires. Calle 51 e/9 y 10. La Plata.