El diálogo ocurrió y funciona como un símbolo de la distancia y las tensiones que existen –o deberían existir– entre la crítica y el artista. Un músico espetó a un periodista por una reseña adversa con un argumento en apariencia irrefutable: “Estuve dos años haciendo el disco y en las dos o tres horas que tardaste en escribir lo que escribiste lo destrozaste sin piedad”. El crítico, alguien serio, le respondió: “No fueron dos o tres horas, me tomé años para llegar a escribir ese texto”. Roque Di Pietro fue más allá: estuvo toda su vida escribiendo el minucioso, monumental Esta noche toca Charly: Un viaje por los recitales de Charly García (1956-1993). Ese viaje es un frenético y obsesivo tour que perfora presupuestos y  corrige malentendidos que saltan los decorados del revisionismo.

Aquí no hay crítico y artista: hay un fan y un coleccionista febril que abre la puerta de su galpón atiborrado de casetes, discos y revistas, tickets y programas de conciertos. Son dos vidas enfrentadas, la del autor y la de Charly. El rigor de los detalles y el tono vivencial se funden: Di Pietro es el perseguidor de un músico genial que escribió su futuro, es el fotógrafo de un mutante, es el psicópata que busca verdades debajo del iceberg visible de la discografía oficial. Examina las grabaciones piratas –cientos, miles– porque, sospecha, en esos registros habitan las claves de una obra bien compleja. El complemento del galpón son unas sesenta entrevistas a ingenieros de sonido, managers, músicos, ex compañeros de Conservatorio y freaks de diversa calaña. “Siempre quise leer un libro que tomara a García con la misma seriedad con que en el extranjero toman a artistas como Bob Dylan o Miles Davis. Es más, una carrera tan intensa en vivo como la de él pide a gritos una Bootleg Series como las de Dylan, Davis o Johnny Cash, con las grabaciones en directo. A ese linaje de artistas pertenece Charly”, dice.

Nació en 1973 en Córdoba dirige la editorial Vademécum que se propone escanear discos clásicos (ya publicó Yendo de la cama al living de Martín Zariello y El jardín de los presentes de Martín Graziano) y hace años fue coeditor de Razones locas, la exhaustiva biografía coral de Eduardo Mateo escrita por Guilherme de Alencar Pinto. En ese trabajo sobre el uruguayo y en la célebre trilogía de Paul Williams sobre Dylan, Di Pietro observa la semilla de Esta noche toca Charly; en esas catedrales de la literatura rock reza. Aunque no descarta ninguna hilacha: se nutre del más rancio pulp fiction, de la revista Somos o de una entrevista de Jorge Lanata (con más precisión, “la” entrevista, la de “yo pienso que vos sos un pelotudo”). Después de la publicación de este libro Di Pietro no ordenó el galpón, porque la obsesión no se detiene: el lapso 1956-1993 comprendido en Esta noche toca Charly devela un futuro segundo volumen, que abordará el período –poco y mal revisitado– post Say No More. El tomo que acaba de publicar Gourmet Musical parte del instante en que Carlos García Moreno dio su primera demostración musical pública en el marco de una audición  del Conservatorio Thibaud-Piazzini –en octubre de 1956, a días de cumplir 5 años– al concierto de Ferro de diciembre de 1993.

¿Qué se puede contar a esta altura sobre el músico argentino vivo más influyente, más popular, más trascendente? El libro rasca el fondo de la olla, refuta supuestos de trazo grueso y fino, corrige errores y se apoya en el saludable precepto de que lo que no está documentado sólo tiene entidad mítica. Di Pietro revuelve papeles, pone blanco sobre negro documentos, coteja contradicciones en notas de la época, enfatiza costados que parecen menores y prefiere soslayar a mentir o  perpetuar leyendas. Tomemos al azar un caso, que para el que no es fan puede resultar banal: ¿tuvo Charly García un mellotrón en la década de 70?  Siempre se dijo que Billy Bond le había traído de Nueva York ese singular instrumento hecho de cintas pregrabadas –que Los Beatles utilizaron, por ejemplo, en Strawberry Fields– con el que Charly habría iniciado su etapa rockera progresiva. Incluso una canción de Fito Páez de 2007, titulada “Gracias”, dice “Charly puso todo patas arriba/ cuando tuvo el mellotrón”. Pues bien, Di Pietro viene a decirnos que ese dato es falso, que Charly recién usó un mellotrón en vivo en los conciertos del Teatro Colón de 2013. Ese nivel de minucia es el que vuelve al libro un objeto único, que destaca entre la voluminosa, hasta abusiva podríamos decir, proliferación de libros de rock. Y mucho más. Otro ejemplo al tun tun... ¿El disco debut de Sui Generis, Vida, es de 1972? El libro demuestra que salió editado en 1973. “Fue mucho trabajo”, dice el autor. “Por momentos perdí la brújula por exceso de información. Los medios grandes, medianos y minúsculos se ocuparon tanto de Charly García que durante buena parte del proceso de investigación y de escritura me acompañó la sensación de que me estaba perdiendo algo esencial en la historia”.

Las 600 páginas contemplan una incontinente cantidad de aclaraciones al pie, acorde con la precisión del relato. Esos pies no compiten con el texto principal: definen su médula. Las fuentes son vastas pero rara vez se corren de la cultura pop. El libro es honesto, no pretende más de lo que propone. No hay intenciones académicas y el pulso anfetamínico de los acontecimientos –cientos y cientos de recitales– arrasa con las instancias de reflexión o análisis. La data proviene de los testimonios de primera mano, de libros de rock, diarios y revistas. El magma se apoya en las colecciones del Expreso Imaginario y la Pelo, en el pionero libro de conversaciones de Daniel Chirom de 1983 y en las dos formidables entregas tituladas “Charly García recuerda” que Daniel Riera y Fernando Sánchez publicaron en la revista Rolling Stone en 2001. “Hace poco lo encontré a Riera en la calle y me contó que para hacer esas dos notas se reunieron quince veces con Charly García. Extraordinario”, dice Di Pietro, tal vez en un ejercicio de proyección de su propia disciplina periodística.

Es curiosa la relación de Charly García con la prensa. Lo han devastado, lo han criticado con una saña inusitada y sin embargo él siempre se encargó de estar ahí, en la cresta de lo mediático. Leíste para el libro kilos de notas y entrevistas. ¿Cómo observás esa relación?

  –García utilizó a los medios como muy pocos en el rock argentino. Sus “alianzas” con diversos periodistas a lo largo de los años son bastante conocidas: los usaba como una especie de voceros. Y no cualquier vocero: siempre en los diarios de mayor tirada o desde fines de los 90 en la televisión...

En los 70 el rock lo crucificó por haber ido a almorzar con Mirtha Legrand en la televisión.

  –Ese almuerzo es paradigmático. No existe una foto de esa mesa, ni siquiera un segundo de video. Ante las críticas del rock, fue clarísimo. Se lo dijo al Expreso Imaginario: “Yo siempre estoy como cagándome en los prejuicios y eso me tira mucha gente en contra. Pero alguien tiene que hacerlo porque si nos quedamos todos en la cueva no pasa nada...”. Por otro lado, fue un amor correspondido: los medios pusieron su mirada en Charly García desde muy temprano. En 1974 Gente ya le dedicaba notas de cuatro páginas a Sui Generis, la misma revista a la que parodió ácidamente en el segundo LP de Serú Girán, La grasa de las capitales... ¡Justamente el mismo disco que presentó en el programa de Mirtha! Siempre fue un genio del marketing: Charly García se te escapa por derecha y por izquierda. Pocos músicos de su popularidad fueron tan atacados en la Argentina. 

Charly siempre dijo que le pegaban más por izquierda.

  –Y sí. Mirá: en La Opinión, ya estaba intervenida pero no obstante conservaba alto impacto en la intelligentzia porteña, publicaron a raíz del show de Serú Girán en Obras de 1978 que Charly tocaba “acordes rudimentarios”. Y en la misma época la revista under de filiación trotskista, El Periscopio, le pegó durísimo a Serú Girán: le reclamaban entre otras cosas una música más de raíz.  A fines de los 80, o sea una década más tarde, el español Jesús Quintero lo entrevistó para su programa El Perro Verde y Charly le dijo que todavía seguía dolido por aquellas críticas. 

En ese sentido el libro da cuenta también de la pésima recepción de la canción “Los dinosaurios”, tanto en Pelo como en el Expreso Imaginario y de los argumentos extra musicales que cíclicamente fueron apareciendo en la prensa para descalificarlo: en Sui Generis porque convocaba a un público adolescente, en La Máquina de Hacer Pájaros porque bailaba en el escenario (“cirquero” era la palabra utilizada), en Yendo de la cama al living porque se vendió a Fiorucci, en Clics modernos porque usaba máquinas de ritmos y hacía movimientos robóticos en escena... “La cosa llega al paroxismo en la era Say No More: las críticas comenzaron a ocuparse de consignar con cuántas horas de retraso comenzaban los conciertos. Como si los críticos de cine dedicaran un párrafo a la calidad de los pochoclos que se expiden en el hall”.

Los hallazgos rebasan el vaso y la lectura fluye al galope de la información. Resultan reveladores los capítulos que prologan el debut de Sui Generis: Di Pietro subraya, por ejemplo, que el primer socio musical fue Mario Carlos Piraña Piégari –autor de la letra de “Natalio Ruiz”– más que Nito Mestre. O define el mapa del derrotero de la melodía de “Seminare”, que empezó en una cajita musical –una sitarina– en los 60 y siguió en una canción llamada “Marina”. Esa canción es inédita, pero existe una grabación casera con García, Piégari, Mestre y un tal Daniel Bernareggi, que en su casa de Flores fue el que le aportó a Di Pietro el acetato con el registro (“Marina”, terrible documento pre Sui, se puede escuchar, como casi todo lo citado en el libro, en internet). Otra instancia fundamental –y conmovedora– es cuando Di Pietro le da la palabra a incautos compañeros del Conservatorio Thibaud-Piazzini  que recién ahora, orillando los 70, se enteraron por la investigación de que durante años habían convivido en las aulas con Charly. 

Los extremos arrojan un contraste demoledor. Desde aquellos años ahora cubiertos por una candidez sepia hasta el final de libro, se despliega un abismo tóxico, provocador, mefistofélico. Ese surco abierto entre el hippie tímido y el temerario megalómano teñido a lo Cobain. Lo que conocemos: la vida trepidante y sinuosa de un músico que, aún en sus derrapes más sonoros, siempre mantuvo en alto una ética artística incorruptible. El fade out de los párrafos finales supone una deriva o un atajo –otro– genial e incomprendido. Escribe Di Pietro, en el último suspiro: “Bienvenidos al concepto Say No More: la huida hacia adelante, el salto al vacío, la magistral reinvención o el más grande auto boicot”, y deja servido en bandeja el “Continuará”. Es el punto final transitorio a 600 páginas que intentan responder –como nunca se hizo antes– una pregunta imposible: ¿Quién es, finalmente, Charly García?