“El mundo es absurdo, yo solo me limito a informarlo”. Así define su propia obra Glen Baxter, asumiendo una tarea para la cual críticos e historiadores del arte aun no encuentran suficiente consenso a la hora de su denominación taxativa. Parado en su séptima década, es verdad que Baxter es un artista difícil de abarcar y, si uno no está dispuesto a entrar en su imaginario, si no se tiene amor por el sentido del humor más extraño, un autor difícil siquiera de comprender. Aunque en su propia opinión, este artista integral no es ni humorista gráfico, ni dibujante de cómics, el inglés lleva al menos cuatro décadas creando una serie de imágenes extrañas, desconcertantes y divertidísimas que, por un lado, han desafiado las supuestas barreras entre el arte y la historieta, y por otro, han logrado la carcajada de formas no convencionales: sin gags y sin chistes. Más bien por un remix de influencias y una extraña tensión entre lo familiar y lo insólito que inquieta y divierte. En el imaginario de Glen Baxter viven vikingos que juegan yo-yó, vaqueros solitarios que se enfrentan a los tiros con un cuadro de arte moderno, creaciones extravagantes (e inútiles) como la pizza más pequeña del mundo, palabras maravillosas como capirote o rosquilla usadas con una total seriedad afectada y por montón. Admirado por personalidades tan variopintas como John Cleese, Edward Gorey o John Ashbery, Glen Baxter empezó su carrera como un poeta satírico, casi un proto comediante de stand up, que no tuvo éxito en su Inglaterra natal sino hasta llegar a Nueva York, donde por fin encontró las risas que esperaba y se enamoró de las potencialidades de su cultura popular. Ilustrador recurrente, aunque no del todo famoso mundialmente –quizás por su comportamiento reluctante a la hora de publicar y hablar públicamente, quizás por su humor críptico y extrañado– en medios como The New Yorker, Vanity Fair, Elle, Vogue, Le Monde y The Observer desde los años 70, este maestro del humor absurdo cuenta que siempre soñó con ser un vaquero norteamericano. Nacido y crecido en Leeds, una ciudad al norte de Inglaterra sin caballos ni planicies, solo pudo limitarse a dibujarlos entre el afecto de fan y la sana burla que desacraliza a los héroes. “Crecí en una ciudad industrial inglesa después de la Segunda Guerra Mundial. El único escape al aburrimiento, el polvo y el color gris era la librería local y, quizás más importante, el cine. Usualmente iba tres veces por semana, que era cuando cambiaban la programación”, asegura Baxter. Los flamantes posters de películas de cowboys y de gangsters, el minimalismo de las ilustraciones de los libros de biología, los cuentos infantiles o los textos pedagógicos, el humor desopilante de los hermanos Marx (especialmente Harpo, dice él) o el existencialismo de Franz Kafka son todas influencias que podrían saltar a la vista como inspiradoras de la obra de Baxter, mejor conocido y autodenominado como El Coronel Baxter, o simplemente: El Coronel. Sin embargo, y fiel a su impronta, medio en broma, medio en serio, Baxter asegura que la más importante de sus experiencias formativas, no fue ni la literatura, ni la alta cultura, sino una temprana y enmarañada tartamudez que complicó su infancia durante varios años y que lo marcó de por vida: “Recuerdo que una vez mi madre me envió a comprar un botón para la camisa de mi padre. Estaba muy nervioso y comencé a practicar lo que diría mientras caminaba a la tienda. Avancé, confiado en mi mismo y dije de manera bastante fluida: ¿Podría darme un botón de cuello de camisa, por favor? El tendero bajó la mirada y contestó: Lo siento mucho, a lo mejor te pueden ayudar en la tienda de al lado. Di media vuelta y salí. En ese momento descubrí que había entrado en una tienda de muebles”. Así lo explica en una de sus más clásicas anécdotas acerca de cómo se interesó en el absurdo, el acto fallido y el mal entendido como potencial creativo para traducir lo inexplicable, lo incómodo y lo paradójico del mundo al registro del humor: “Lo importante es que yo estaba diciendo las palabras correctas pero en un contexto equivocado, y eso es lo que sigo haciendo con mi trabajo hoy”, asegura. 

El no chiste

Ni cómic, ni ilustración, ni menos tira humorística tradicional de periódico, las viñetas de Baxter –que acaban de ser recopiladas en un imponente libro editado por el New York Review Comics y traducido al español por la editorial Anagrama– son desconcertantes no-chistes autoconclusivos que homenajean a los carteles publicitarios de películas de aventuras, de cine de género o imágenes de novelas pulp. El autor asegura que además de no considerarse caricaturista tampoco se considera un humorista, ni un maestro de la sátira como dicen algunos: “Realmente lo que busco no es que el espectador se ría, sino que vea la extrañeza de la vida cotidiana”, y agrega que él denominaría su propia obra simplemente como “arte” a secas, a pesar de que sabe que a sus seguidores les pesa la falta de una denominación más onírica que le calce a su propuesta extraña. Esta negación a las definiciones se debe en parte a que, a pesar de que estudió en la Escuela de Bellas Artes de su natal Leeds, no encontró su verdadera identidad autoral sino hasta decepcionarse del impresionismo y de la academia, y abrazar el arte conceptual de más esquiva explicación. Se dio cuenta de que podía retomar la simpleza de los libros para niños que había atesorado en su infancia y subvertirlos a la manera de las vanguardias de la época para darles un nuevo significado. Que aunque la academia no lo reconocía, eso también era arte. Por eso, sin intentar virtuosismo, pero no por eso descuidando un agudo criterio estético, Baxter retoma el trazo claro, limpio y más naif de la ilustración infantil pero con temáticas que a menudo incluyen armas y viajes espaciales, vaqueros o quesos gigantes. Sus obras son hermosas ilustraciones de línea sencilla mezcladas con temáticas de western y acompañadas de frases anacrónicas repletas de vivencias absurdas y personajes surrealistas. Baxter asegura también que a medida que superó su tartamudez se obsesionó con las palabras que iba a aprendiendo en el camino, por eso en sus viñetas la palabra pepinillo o redecilla pueden adquirir ribetes de verdadera épica entre héroes y aventuras, desacralizando no solo el arte sino la narrativa de acción. “Intuí que podía alterar por completo el significado de algo cambiando solo un poco de las cosas”, explica este autor, a quien a menudo se le relaciona con sus adorados hermanos Marx  pero también, y con mucha razón, al humor absurdo de sus coterráneos Monty Python. “La inspiración vino de mi niñez, cuando iba a las sesiones continuadas del cine y a veces tenías que entrar con la película empezada. En ese caso, tenías que intentar inventarle un contexto a todo para que tuviese sentido. Una vez entré a una película de los hermanos Marx empezada, pero hacer eso me fue imposible. Nunca creí que los adultos pudiesen estar tan locos. Así nació todo, por primera vez tuve esperanza en el futuro”.

Aventuras baxterianas

Algunos de los libros anteriores de Baxter, esquivos, de colores brillantes y nombres que descolocan (muy pocos de ellos editados en español) como El increíble libro del sexo (1995) Los crímenes de la mesa de billar (1990) o Ventiscas de Tweed (1999) dejan ver en su educación los resabios trascendentales del surrealismo y el dadaísmo. Los collages, particularmente los de Max Ernst, le inspiraron a usar la fragmentación, el remix y el rechazo a la tradición como intento para generar productos nuevos y desconcertantes. Hace ya unos años, la editorial Anagrama había editado El rayo inminente (1985), un libro de Baxter que no gozó de éxito comercial en su momento, pero que sin embargo fue convertida en una obra de culto en España y consolidó a una legión de fans, no necesariamente entusiastas de la historieta sino especialmente asiduos al humor. Antes de finalizar el 2017 la editorial se anima nuevamente con una antología, o lo que parece apenas una antología posible de este autor: Casi todo Baxter: Nuevas y escogidas ocurrencias, libro con el que además inaugura Contraseñas ilustradas, la nueva colección especializada que promete recuperar la efervescencia del humor gráfico que inició con su colección original en los años 80. Un libro imponente y extraño para un autor inclasificable que no solo precisó de uno, sino de varios prólogos que no tiene desperdicio leer (a cargo de comediantes y críticos de arte, entendiendo que no es posible decidir por una cosa o la otra) para enmarcar la seguidilla de viñetas en blanco y negro y a color que antojadizamente envuelven las aventuras baxterianas. La nueva colección de Anagrama además cuenta con Cosas que te pasan si estás vivo de Liniers y El problema de las mujeres de la inglesa de Jacky Fleming, como reconociendo una actualidad que vuelve a interesarse por las narrativas y la experimentación gráfica, y por supuesto, el humor. 

En las nuevas y escogidas ocurrencias de Baxter, cubiertas por una tapa dura amarillo brillante, se asoman niños de secundaria que suben elefantes a escondidas por la ventana del internado, astronautas y boy scouts, y muchos, muchos cowboys en las más desopilantes situaciones. Las damiselas en peligro han sido reemplazadas por frutas en peligro y hay secciones recurrentes como “Extrañas costumbres de muchas tierras” y “Grandes fracasos de nuestro tiempo”. Apenas un vistazo de lo que se puede encontrar en este tomo que busca a la vez ser introductorio para los nuevos lectores, pero competitivo y atrapante para los fanáticos más pesados de este autor impasible: “Yo no busco burlarme de algo en particular y tampoco quiero ser mezquino. Se supone que el humor es un acto de subversión y, por lo tanto, de liberación. Lo que realmente quiero que el espectador experimente es la sensación exacta de no saber qué hacer con las cosas. Esta dislocación es un ingrediente vital del surrealismo, por supuesto. Quiero que experimenten lo que los franceses llaman ‘frisson’, cuando encontrás lo maravilloso y lo inexplicable, y de alguna manera tenés que tratar de darle sentido. Como lo he intentado durante todos estos años...”