Dinho Almeida y Benke Ferraz cursaban su último año de secundaria en una escuela en Goiânia, Brasil, cuando se propusieron grabar un disco. Sin más recursos que una computadora, un par de guitarras y otros pocos instrumentos que consiguieron prestados, improvisaron un estudio en el sótano de la casa de Benke y en unas semanas tuvieron listo As plantas que curam, treinta minutos de canciones con melodías hipnóticas y garageras que subieron a la red bajo el nombre Boogarins. Hasta allí, la historia suena como una más entre miles. Sin embargo, apenas tres meses después de grabado el disco y antes de que pudieran subir a un escenario a presentarlo, las canciones llegaron a oídos de un directivo del sello estadounidense Fat Possum, quien se enamoró de su música y del potencial comercial de esos temas cantados en portugués y rápido de reflejos les ofreció un contrato por tres discos y una gira por EE.UU y Europa. Dinho y Benke sumaron a Raphael Vaz en bajo y Hans Castro en batería (quien luego sería reemplazado por Ynaiã Benthroldo) y se lanzaron al ruedo con tan buen recibimiento que, antes de ser descubiertos en su propio país, la prensa internacional los ubicó como revelación en la escena neopsicodélica mundial. “Cuando grabamos nuestro primer disco no existía una escena de psicodelia en nuestra ciudad, pero tampoco nosotros sabíamos que estábamos haciendo música psicodélica”, cuenta Dinho en entrevista por mail. Hoy, cientos de shows después de aquel vértigo inicial, Boogarins visitará nuestro país para presentar su disco más reciente, Lá vem a morte, un EP de 28 minutos con el que dieron un salto hacia un sonido más experimental. 

Recapitulemos la historia que los llevó a este nuevo trabajo: en aquellos días en que la banda irrumpió en escena, algunos medios extranjeros –publicaciones como Pitchfork, The Guardian o The New York Times (que luego subiría un estreno exclusivo en streaming del segundo disco de la banda)– sumaron uno más uno a la hora de citar las influencias de Boogarins y de manera automática relacionaron Brasil y psicodelia con Os Mutantes. Sin embargo, la banda liderada por Dinho y Benke poco tenía que ver con aquella mística fuzz varieté de Rita Lee y companía. En lugar de eso, los Boogarins estaban mucho más cerca del gusto por la prolijidad en el cuelgue de voces etéreas y melodías garageras de discos como Innerspeaker (2010), debut de los australianos Tame Impala y buque insignia de ese movimiento que desde entonces se conocería como neopsicodelia. Pero allí donde Kevin Parker trajo consigo a escena fraseos de voz importados de la psicodelia sixtie británica, Dinho sumó a los mantras eléctricos de Benke la inevitable influencia que se desprende de la extensa tradición de cantantes de su país: es en ese espacio donde lo local y lo universal se funden que fluye la música de aquel primer disco, al que agregaron un toque progresivo de stoner rock para su siguiente trabajo, Manual ou guia livre de dissolução dos sonhos (2015), su primera grabación en un estudio profesional ya afianzados como banda. Y a todo esto, hay que sumar a los Boogarins un lugar dentro de esa inquieta escena de jóvenes artistas del under que desde los márgenes de lo impuesto hacen maravillas con lo que tengan a mano, algunos de cuyos referentes en Brasil pueden encontrarse en la tropicália punk de Júpiter Maçã en los noventa y los dos mil (chequear su clásico A sétima efrvescência de 1997 o el excelente Uma tarde na fruteira de 2008, el último disco que editó antes de su fallecimiento en 2015) o en la gesta pedalera low-fi de Lé Almeida en la actualidad (Todas as brisas, editado el año pasado, es una buena muestra de su sonido, cercano a bandas como Pavement o Los Planetas). 

“Por supuesto nos encantan Os Mutantes, y de la camada que siguió a la Tropicália admiramos mucho a Clube da Esquina, Lô Borges, Beto Guedes y muchos otros”, afirma Dinho, “pero la música brasileña está tan llena de artistas increíbles que es muy loco pensar en toda esta cosa de movimientos y hablar con un sentimiento real y actual sobre eso. Creo que en un punto estamos más sintonizados con todo lo que pasa ahora, con el fruto de ese profundo pasado cultural brasileño, con muchos amigos y artistas que, queriéndolo o no, son parte de ese proceso infinito: Pedro Kastelinjs, DW Ribatski, Beatriz Perini o Bruno Abdala son algunos de los que vale la pena citar”.

En sus presentaciones en vivo, la banda explora las posibilidades de sus canciones expandiéndolas en versiones de más de diez minutos, las cuales transcurren en devaneos climáticos improvisados a lo largo de melodías repetitivas y texturas cercanas al noise. Esto puede apreciarse en el magnífico Desvío onírico, LP en vivo que editaron a comienzos de este año poco antes de estrenar también el trabajo en estudio Lá vem a morte. Allí trabajaron sobre la cruza de unas pocas canciones con piezas resultantes de la interacción entre samples y deformaciones durante la mezcla: “Comenzamos a grabarlo en una casa en Austin, Texas, durante una pausa en las giras”, cuenta Dinho. “Fue el primer disco en que Ynaiã grabó baterías, y poco antes Raphael había comprado un sinte que también trajo otra faceta al sonido de la banda. A eso hay que agregarle que las ideas de producción y mezcla de Benke estaban más afiladas, y así combinamos elementos orgánicos con las invenciones locas que él siempre trae a nuestra música y esos factores dieron nuevos aires a nuestro sonido, tanto en estudio como en vivo”. 

Más allá de su agitada agenda internacional, los Boogarins no tienen en planes de instalarse en el exterior: “Definitivamente no pensamos mucho en mudarnos, sobre todo porque nuestra vida hoy tiene más que ver con estar constantemente viajando y tocando que con instalarnos en una ciudad. Claro que vivir en una casita en el interior de Goiás no estaría nada mal, y Raphael ya nos auguró un terreno con un río corriendo por el fondo”, bromea Dinho, y concluye: “Hasta entonces, todavía nos queda mucho ruido por delante”. 

Boogarins se presenta el miércoles 6 junto a los locales In Corp Sanctis y los australianos DZ Deathrays, en Niceto Club, Niceto Vega 5510. A las 20.