Existe consenso en señalar que la recurrente presencia de la restricción externa, es decir el estrangulamiento productivo por falta de divisas, fue lo que originó la imposibilidad de un acabado desarrollo industrial argentino. Este fenómenos se experimentó a partir de la década del cincuenta, y se lo denominó “ciclos cortos” o de “stop & go”, un concepto que se podría traducir en la idea de una industrialización tardía y deficiente, que llevaba a que luego de un período de auge industrial (go), el nivel de demanda de productos manufacturados pasa a ser tan alto que las divisas producidas por el campo, y en mucho menor medida por las manufacturas nacionales, son insuficientes para seguir importando maquinarias e insumos necesarios para continuar con el crecimiento industrial. 

Aldo Ferrer denominó a este fenómeno la “restricción eterna”, si se tiene en cuenta que entre la década del cincuenta y la actualidad se experimentaron 22 “stop” luego de períodos de auge económico. Entre sus autocríticas, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner afirmó al diario español El País que “no pudimos resolver cuestiones estructurales en la industrialización del país. Es un dilema fuerte. No le encontramos la vuelta al estrangulamiento que se produce cuando estás industrializando el país”. 

Lo cierto es que, históricamente, aún cuando el país hacía un repentino “stop”, no todos se perjudicaban. A partir de la incorporación de la Argentina al FMI en 1956, es decir junto con la dictadura que derrocó a los primeros gobiernos peronistas, durante los períodos de “stop” por carencia de divisas, los gobiernos llevaban adelante planes de estabilización en conjunto con este organismo, que entre otras medidas incluían una devaluación que incrementaba sideralmente las ganancias del campo, en la medida que la mayor parte de su producción es exportable. El reverso, era la regresión que sufrían los obreros e industriales nacionales, que veían reducir su salario y sus ventas y capacidad importadora de insumos, respectivamente. Se trataba, en definitiva, de retroceder varios casilleros en el desarrollo industrial, aunque a cambio de abaratar la mano de obra y los productos industriales, lo que sentaba las bases para un nuevo “go” o período de auge.

La última experiencia de restricción externa ocurrió en 2011, cuando los años de fuerte crecimiento industrial, sumado a factores políticos, llevaron a una muy alta fuga de divisas. Sin embargo, en lugar de un plan de estabilización en conjunto con el FMI que implicara la salida devaluatoria, se restringió la adquisición de dólares, privilegiando la demanda de aquellos utilizados para el funcionamiento productivo. La llegada al poder de la Alianza Cambiemos, cuyas políticas económicas son elogiadas en todos los informes del FMI, no significó sin embargo un regreso al período de “ciclo corto”. Y es que pese a efectuar las tradicionales megadevaluaciones que afectaban al mundo laboral y productivo, tampoco han logrado sortear la restricción externa. 

De acuerdo al manual histórico argentino, el saldo positivo de esta política regresiva debiera haber sido un derrumbe de las importaciones y un boom exportador. Pero en 2016, las exportaciones se mantuvieron virtualmente estancadas, mientras que todo hace prever que en 2017 la situación se empeorará. Así, en lo que va del año, el saldo de la balanza comercial, es decir la diferencia entre exportaciones e importaciones, acumula un déficit de 6100 millones de dólares, el más elevado desde 1994 y con una proyección que lo ubica en lo más alto de la historia argentina.

De esta forma, la fuerte devaluación operada desde el inicio de la gestión, si bien provocó la tradicional transferencia de ingresos hacia el campo por parte de trabajadores que ven acrecentado el precio de sus alimentos y pequeños industriales que ven caer el consumo interno, no tuvo prácticamente efecto sobre elementos claves de la política macroeconómica, como una mejora en la balanza comercial o salida momentánea de la restricción externa, actualmente disimulada por un endeudamiento record.