Tercer Reich y obras de arte. En los últimos años, el universo audiovisual ha gastado el salvoconducto entre ambos terrenos gracias a películas como Operación Monumento (George Clooney; 2014), Francofonía (Aleksandr Sokurov; 2014) y La dama de oro (Simon Curtis; 2015). A esta altura casi un subgénero con las historias –basadas en hechos reales– sobre la implacable y sangrienta obsesión de la jerarquía nazi por apropiarse del arsenal artístico occidental. Este miércoles a las 22 Europa Europa estrenará El caso Menten, miniserie de tres episodios que viene a sumarse al grupo y lo hace con su impronta. Está presente el pillaje planificado, las grandes firmas, los curadores, pero esta producción se aleja del encanto de los connoisseurs para mostrar su variante más descarnada. Bajo el formato de la exploración periodística se presenta la historia sobre Pieter Menten, un coleccionista de arte que ocultaba su rol como militar durante la Segunda Guerra Mundial. El año pasado esta realización original de la TV pública holandesa, fue un éxito de audiencia en su país y obtuvo el premio a la mejor serie en idioma extranjero en el festival Banff, dejando atrás a otros prestigiosos títulos como la alemana Ku’damm 56 y la británica Happy Valley.

La trama se inicia alrededor de 1976 con una subasta de obras famosas perteneciente al hombre que le da nombre a la serie. Un respetado empresario que, por otra parte, había sido el responsable de ejecutar judíos en Polonia durante el conflicto bélico y robado sus pertenencias. El encargado de destapar sus trapitos sucios y desenmascarar al anciano de modos atildados y expresión amigable será Hans Knoop, un editor del diario De Telegraaf. “Desde ahora vamos a publicar un artículo por semana sobre Menten”, le demanda a sus colegas. Su fuente es un periodista israelí cuya familia estaba entre las víctimas de Menten. La exposé comienza como una primicia y terminará en una batalla declarada entre esos dos hombres. “No  quiero vivir en un país donde un criminal de guerra puede caminar libre pero esto es el asesinato de un personaje”, dice con rictus militar el sujeto encarnado por Aus Greidanus. El acusado aprovechará todos los resquicios del poder para acabar con la credibilidad del informador. Que el propio Knoop sea judío será tomado por algunos compañeros como una especie de cacería emocional. En ese sentido, uno de los puntos de interés de la miniserie es como trabaja la anuencia y complicidad de parte de la sociedad holandesa con el nazismo (como ya la había hecho Paul Verhoeven en la notable La lista negra). “Es hermoso lo que haces pero debés controlarte”, le recomiendan al personaje tironeado por varios frentes. 

La serie pivotea entre los años del conflicto bélico y los ‘70. Se toma su tiempo para enseñar las atrocidades cometidas por Menten en las aldeas polacas de Podhorodce y Urych. Allí, cuando aniquilaba judíos y enviaba a los Países Bajos vagones llenos de arte robado que luego se convertiría en su propia colección. Por el otro, la miniserie –o largometraje de tres partes– se centra en la investigación periodística repitiendo la inoxidable fórmula de Todos los hombres del presidente (Alan Pakula; 1976). Es decir, un reportero de la vieja guardia en medio de conspiraciones, persecuciones, infiltrados, paranoia, y con una bomba de tiempo frente a su máquina de escribir. Sus creadores, que se basaron en las memorias del propio Knoop, aseguraron que querían diferenciarse de las producciones de corte histórico que maquillan los hechos o subsumen todo en la interpretación. “Queríamos que la serie tratara sobre la historia misma y sobre el esfuerzo que Hans hizo para descubrir esta horrible verdad”, manifestó su productor Kaja Wolffers.