La intimidad de una pareja es interrumpida por un llamado telefónico: alguien está sacando de la fábrica, en medio de la noche y sin aviso, algunas de las máquinas indispensables para la manufactura de las grúas. Los operarios se reúnen, conversan, intuyen lo que puede estar ocurriendo. Un par de días más tarde llega la confirmación de las sospechas: la palabra “reestructuración” en boca de los dueños anticipa retiros voluntarios, achicamiento, despidos, quizás un cierre definitivo. ¿Qué hacer, cómo hacerlo? ¿Qué forma tomará en el futuro esa usina de monstruos metálicos que ya no emite sonido alguno y apenas si cobija a los trabajadores como un edificio más, ante la mirada atenta de los sindicalistas, la policía y un director de cine argentino que desea conocer en detalle la posible organización de una cooperativa? A Fábrica de Nada, la película dirigida por el portugués Pedro Pinho que debutó con gran cantidad de elogios en la última edición del Festival de Cannes, describe a lo largo de tres horas los cambios laborales, familiares y personales de un grupo de operarios y sus familias luego de que la crisis golpea con fuerza su lugar de trabajo. Es un tour de force creativo que se permite alternar la discusión política con diálogos cotidianos, íntimos y que se reserva para los últimos tramos la inclusión de números musicales que sólo pueden ser descriptos como “proletarios”. La posibilidad cierta de la sorpresa es una de las muchas virtudes de este film que, no casualmente, fue elegido para formar parte de la 5° Semana de cine portugués, cuyas proyecciones comienzan hoy y continuarán hasta el domingo en la sala de cine del Malba.

Los títulos de apertura de A Fábrica de Nada son claros: se trata de una película “dirigida por Pedro Pinho” pero es, al mismo tiempo, “un film de João Matos, Leonor Noivo, Luisa Homem, Pedro Pinho y Tiago Hespanha”, integrantes de la productora/colectivo cinematográfico portugués Terratreme. ¿Un film realizado de manera colectiva que refleja su estructura creativa en el propio relato? “La genealogía del proyecto es un poco rara”, afirma Pedro Pinho desde Suiza, donde se encuentra presentando la película, en  comunicación exclusiva con PáginaI12. “Comenzamos a producirlo en Terratreme con un cineasta y director de teatro llamado Jorge Silva Melo, quien deseaba adaptar al cine una pieza llamada De Nietsfabriek, de la poeta y dramaturga holandesa Judith Herzberg. Pasado un tiempo, por cuestiones personales, Melo no pudo continuar y nos vimos obligados a hallar una solución al problema, que terminó siendo que me encargara de la dirección de la película. Desde un principio les dije a los demás que no tenía problema en asumir ese rol, pero que lo ideal era que lo escribiéramos todos juntos. El rodaje y la edición estuvieron a mi cargo, ya que es imposible hacerlo entre cuatro personas. No me gusta mucho la idea del autor, de la autoría, y cuando estábamos terminando decidimos que era mejor que el film fuera de todos. Ese es también el espíritu de la productora, Terratreme, que nació de una experiencia de gente que quería unirse para poder trabajar en películas a partir de la urgencia y que no necesita esperar el apoyo del estado.”

–¿Cuánto quedó en la película de la obra de teatro en la cual se inspira?

–Casi nada. El hecho de que ocurre en una fábrica que está por cerrar y que la historia se desarrolla alrededor de la intimidad de una pareja. Y un poco la idea de incluir elementos del musical, ya que el texto original es, de alguna manera, un musical.

–A Fábrica de Nada está dedicada a Fateleba, una fábrica de ascensores conformada por una cooperativa.

–Esa fue una coincidencia muy feliz que se produjo cuando la preproducción estaba casi terminada y estábamos buscando una locación para filmar. Era muy difícil: cada vez que le mostrábamos el guion a una administración nos decían que no, que no era posible filmar en ese lugar. Había muchas fábricas vacías en esa región. Dos años antes del comienzo de la filmación había 57 empresas produciendo y para el momento del rodaje quedaban solamente 11. Pero nadie, por una cuestión política, quería prestarnos el lugar. En esa pesquisa encontramos una fábrica que nos dijo “sí, vengan, conversemos, cuéntennos”. Tuvimos una reunión con esa gente y, muy conmovidos, nos dijeron que la historia de la película era en esencia la de su fábrica. Nos contaron cómo después de la revolución de 1974 los dueños de la fábrica Otis, de origen norteamericano, decidieron cerrar las puertas y volver a los Estados Unidos, un poco por miedo al comunismo. Y los trabajadores, unos 300 operarios, ofrecieron comprar la empresa por un dólar. Otis aceptó y a partir de allí comenzó una historia de autogestión que ha durado hasta el año 2016, poco después del final del rodaje.

–¿Cómo fue el trabajo con los actores? Aunque quizás sea más preciso hablar de no-actores.

–No hay demasiado de sus historias personales en los personajes. El guion es totalmente de ficción. Lo que ocurrió fue que el trabajo de escritura se hizo a partir de las conversaciones que tuvimos con un grupo de trabajadores durante el casting, por lo que muchas de las historias que nos contaron (las estrategias de división que las administraciones llevaban a cabo con ellos, por ejemplo) fueron utilizadas en la escritura. Siempre existió una voluntad fuerte de acercarnos a la realidad y el guion fue algo secreto hasta el momento del rodaje. Lo que hacíamos cada día era “tirar” una situación de manera individual con los actores y luego cada uno de ellos confrontaba con los otros. Fue muy importante tener cierto grado de improvisación, de espontaneidad. De alguna manera, ellos escribieron los diálogos con nosotros durante el rodaje. No se trató de un proceso colectivo de escritura sino de un proceso dialéctico en el que aprovechamos las conversaciones y las historias personales, esperando luego que los actores le agregaran la carne al esqueleto narrativo que era el guion.

–El personaje del cineasta que se interesa por la situación está interpretado por el realizador ítalo-argentino Danièle Incalcaterra, el director de El impenetrable y la reciente Chaco. ¿Cómo surgió el contacto y la idea de ofrecerle el rol?

–Del proceso de trabajo con Melo surgió la idea de incluir un personaje que permitiera una reflexión sobre cierta incapacidad discursiva, de no saber cómo hablar de este momento de crisis. En Portugal se están produciendo muchas películas, como la trilogía de Miguel Gomes Las mil y una noches, que transitan entre la ficción y la realidad. El cine dentro del cine es algo muy actual en el cine portugués. Pensamos en cómo hacer una pequeña parodia al respecto que además nos permitiera unir todas las capas que queríamos incluir. También queríamos filmar una conversación sobre el lugar del trabajo y el momento del capitalismo que estamos transitando en el siglo XXI, una suerte de coro griego en el cual los dioses del Olimpo están hablando de los dramas de los personajes. Una charla que no deja de ser importante pero que, al mismo tiempo, está un poco alejada de la realidad. Esas ideas llegaron al escribir, al pensar la estructura del guion, y se volvió fundamental crear un personaje que nos permitiera viajar entre esos diferentes registros, alguien que podía ser un periodista o un realizador. Daniele no es muy conocido en Europa, pero prácticamente todos los integrantes de Terratreme han sido sus alumnos, así que al pensar en un personaje con esa relación con los temas del cooperativismo y la autogestión nos pareció claro que debía ser él. Y fue muy generoso al decir que sí.

–¿Los números musicales son también una manera de “bajar a tierra”, a pesar del artificio?

–Para nosotros era una idea muy rara y divertida eso de hacer un musical de operarios. Algo un poco absurdo, tonto incluso. Era un desafío muy lindo encontrar la manera adecuada de hacerlo, un tratamiento del musical que además funcionara como clave para el resto de la película.

–El cine portugués de los últimos años ha dedicado muchos esfuerzos a describir las consecuencias de la crisis económica.

–Cuando comenzamos el proceso de producción, allá por 2014, estábamos en el pico de la crisis. Existía un sentimiento generalizado de impotencia, de indignación, y era inevitable que la cuestión estuviera presente. No podías pasar por el costado. Queríamos que la película estuviera totalmente contaminada por ese sentimiento pero que no fuera una película estrictamente sobre la crisis. Creo que ahora que ha menguado un poco, al menos en Portugal, la película sigue siendo actual, porque es un problema que tiene efectos, repercusiones. Trump, Le Pen... son circunstancias que se producen porque la idea del trabajo está completamente descentrada. Creo que eso va a producir cada vez más problemas, hasta que comencemos a encontrar soluciones, alternativas. La relación con otras películas portuguesas que han hablado de la crisis es una coincidencia temporal. Fue un sentimiento generalizado y cada uno dio su respuesta. Los portugueses somos demasiado tranquilos. En España hubo movimiento en las plazas, lo mismo en Grecia. En Lisboa se dieron dos manifestaciones de un millón de personas (un diez por ciento de toda la población del país, el doble de la población de la ciudad), y la gente tenía la impresión de que con esa cantidad de gente en la calle no había nada que los pudiera detener. Pero luego se volvían a casa, en silencio y sin saber qué hacer. Tenemos una fuerza potencial, pero nos hace falta tener una perspectiva y una narrativa filosófica y política, teórica, que nos dé una luz, la posibilidad de una alternativa. Que nos dé una idea de qué hacer con esa espada, como decía el realizador Joao César Monteiro. ¿Qué hacemos con nuestra fuerza, con nuestro poder? Creo que ese es el centro de A Fábrica de nada: que no tenemos soluciones ni respuestas para todas las cuestiones que se plantean. Y tenemos que buscarlas.

* A Fabrica de Nada se exhibe hoy a las 22.30 horas en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), con presentación de Luísa Homem, una de las guionistas, montajistas y productoras del film y miembro de Terratreme Filmes.