La emotiva misa se hizo frente al Hospital Ramos Mejía, donde permanece internado el fotoperiodista Pablo Grillo. Entre los presentes estuvo Fabián, su padre, quien llegó al lugar poco después de recibir el parte médico emitido a las 18, aunque la familia decidió no difundir públicamente su contenido. La expresión de tristeza en el rostro de Fabián reflejó con fuerza la angustia que atraviesan ante las horas críticas que enfrenta la salud de Pablo, herido por un proyectil disparado por la Policía durante un operativo bajo el mando de Patricia Bullrich.
Fabián Grillo llego a la ceremonia minutos después de las 19, con una expresión de tristeza en el rostro, reflejo de la angustia que atraviesan ante las horas críticas que enfrenta la salud de Pablo, herido por un proyectil disparado por la Policía durante un operativo bajo el mando de Patricia Bullrich.
El brutal operativo del que no se quieren hacer cargo
Grillo no fue víctima de un mal cálculo ni de un error logístico: fue alcanzado por un cartucho de gas lacrimógeno disparado a mansalva, por las fuerzas que formaron parte del brutal operativo ordenado por la ministra de Seguridad. El impacto le provocó traumatismo de cráneo, fracturas múltiples y pérdida de masa encefálica. Fue operado de urgencia y permanece internado en terapia intensiva, en estado crítico pero estable.
La misa de esta tarde busca sostener a los suyos en la espera, pero también sacudir conciencias. Porque lo que pasó con Grillo no fue un caso aislado. "No fue un accidente, fue un ataque directo contra los periodistas", dijo su padre, Fabián Grillo, y no hay forma de desmentirlo con liviandad. El cartucho que lo hirió no cayó del cielo. Salió de una fuerza que actúa con impunidad creciente bajo el ala de Patricia Bullrich.
La doctrina Bullrich: más palos, menos derechos
La represión del miércoles fue solo el último capítulo de una saga que la ministra de Seguridad parece escribir a gusto. Balas sobre jubilados, fotógrafos en terapia intensiva, gases sobre familias enteras: nada parece desbordarla. Desde que asumió, Bullrich desplegó una política de seguridad que criminaliza la protesta y transforma cualquier reclamo en un campo de batalla.
Este miércoles, frente al Congreso, no hubo enfrentamiento: hubo cacería. La policía avanzó sobre manifestantes, reporteros y jubilados con una violencia inusitada. Y mientras los partes médicos hablan de presión intracraneal y tejidos destruidos, el Gobierno responde con eufemismos. Guillermo Francos, jefe de Gabinete, calificó lo ocurrido como "un lamentable accidente", y justificó la brutalidad diciendo que "hubo disturbios". Los disturbios, claro, fueron provocados por ellos.
Rezos por la salud y pedido de justicia para Pablo
Grillo fue uno de los varios heridos, pero su caso concentra el dolor de todos. La campaña de donación de sangre sigue activa hoy en el Hospital Ramos Mejía, con largas filas de personas solidarias que no se conforman con explicaciones huecas. Mientras, organizaciones de derechos humanos exigen que se investigue quién disparó, bajo qué órdenes, y por qué un trabajador de prensa terminó con la cabeza destrozada.
El caso de Pablo Grillo desnuda la tensión creciente entre el derecho a protestar y la tentación del garrote. En nombre del orden, Bullrich habilita el caos. La misa de esta tarde será un espacio de oración, pero también un acto político: una forma de decir que la vida de un fotógrafo vale más que cualquier doctrina represiva.