Hace dos años Vanesa Strauch y yo prendemos la tele en un cuarto de hotel minutos antes de acometernos en la siesta fundamental que precede a cada show cuando nos vamos de gira. Confieso que no recuerdo el pueblo, pero sí recuerdo la tele pequeña incrustada en la pared, bien alta y yo ahí parada, mirando con el cuello contracturado y los ojos lagrimeando. Está María Elena Walsh en el canal Volver, son los años ochenta y está diciendo lo que decimos todas, todos los días. Sí, ya lo sé. Ya sé que lo decimos desde siempre, pero el cerebro sabiamente lo olvida para no desmotivar al alma. La periodista con pocas luces le pregunta a María Elena: “¿Por qué cuesta tanto que las mujeres se agrupen sin que se las tilde de feministas como algo terrible?”. María Elena respira y responde: “Bueno, primero tendríamos que saber por qué feminista es algo terrible. El feminismo, si voy a dar una definición, si me permiten, es un intento de solidaridad entre las mujeres para defender sus derechos, su personalidad”. Hace cuánto decimos lo mismo y sigue sin entenderse. Tengo amigos varones que me escriben completamente perdidos para saber si un texto, un guión o un chiste es misógino. Como dice Bimbo, de repente para muchas personas es como si les hubieran dicho: “abrir la canilla y tomar agua está mal”.

Entre nosotras creo que uno de los conceptos que sigue sin entenderse es el de la sororidad. Esto no es amar a todas las mujeres, recordemos una vez más: las mujeres no somos perros, somos personas y por lo tanto, muchas podemos ser mala gente, mentirosas, clasistas y racistas y yo no estoy con ganas de amar eso. Vengo a proponer algo polémico y es que empecemos a manejar la noción de sororidad como se maneja la Mafia, hermana: respeto o muerte. Esto es una solidaridad, sí, pero mafiosa. Respetá a la que la vio antes y cerrá el orto. No, ella no es perfecta, nadie lo es, pero la energía incendiaria es con el enemigo, no con una hermana equivocada. Ahora, claro, la diferencia entre llevar un error y ser una basura es amplia. Alguien te parece falsa, hipócrita, trepadora, percibís que usa el movimiento de moda para llegar a lugares. Perfecto, sucede, las peleas que no refieren a debates conceptuales interesantes para compartir, se hacen en privado, por DM o en la esquina. De mujeres peleando está llena la tele.

¿Quiénes eran, dónde están, qué están haciendo ahora las mujeres que lucharon por nuestros derechos cuando no existía Internet? o ¿Quiénes fueron las mujeres que te hicieron la que sos hoy? Respetá y averiguá o recordá quienes son tus putas amas. Ni siquiera hablo de activistas ya, con quién creciste, a quién admirabas, quienes fueron las que te dieron otros sueños más allá del príncipe azul. Yo crecí escuchando a Elizabeth Vernaci, quien quizás nunca hable ni hablará de feminismo. Quien quizás pueda a llegar a boludearme a mí particularmente o todo eso en lo que creo en general. Si eso pasara, cierro el orto, hermana, porque la Vernaci es Al Capone, sin ella no estoy acá escribiendo esto. Respeto. Si tenés mi edad y un gramo al menos de cerebro creciste con Maitena, y si se acerca una atrevida a decir “pero habla de depilación” le pego tres cachetadas. Todas somos hijas de Maitena, antes de leer a Judith Buttler ella te hizo aceptar que estabas harta; y sin lugar a dudas deberíamos estar prendiendo velas todos los días a Juana Molina, que hizo un hueco en la matrix en los 90 y nos dio Juana y sus hermanas. En definitiva, la sororidad es un ejercicio de solidaridad entre mujeres por supuesto, sí, de solidaridad mafiosa: admiración, respeto y estrategias de guerra.