Si no vió, no lea; o “alert spoiler”

Si el título y la imagen de la miniserie Adolescencia (Thorne y Graham, 2025) nos harían presagiar otra obra más que criminalizaría a la adolescencia, al finalizar el primer capítulo entendemos que: 1. No es una serie que se trate de la adolescencia sino de los adultos ante la adolescencia (en sociedades tecnocráticas cada vez más crueles). 2. Más específicamente, trata además sobre la transmisión de la masculinidad a las nuevas generaciones.

Sin respuesta ¿quién responde?

La serie comienza con el inspector Bascombe escuchando el audio de su hijo Adam, adolescente, pidiéndole permiso para nuevamente faltar a clases. El padre escucha pero no responde. Delega en la madre. Bascombe tiene acidez: se traga sin masticar palabras que su boca no pudo decir. Todo lo cual nos anticipa la dificultad en la trama: padres que están, pero que no pueden decir.

En el momento de la preparación para la entrevista que la policía le hará al joven Jamie, el abogado defensor asesora al otro padre protagonista de la historia, Eddie. Le dice que ambos adultos podrán hablar durante el interrogatorio a Jamie, a lo cual el padre le pregunta desconcertado: “¿puedo hablar?”.

Desolar al adolescente

Una escena maravillosa en su capacidad de ilustrar los modos silenciosos en que los adultos podemos dejar desolados a los jóvenes, la ofrece el encuentro que se produce entre la alumna Jade amiga de Katie (la joven asesinada), y una docente, tras un episodio donde aquella golpea a Ryan. A solas en un aula, la joven hace lo que a los adultos nos cuesta tanto: se expresa con palabras, con actos, con afectos, la agresividad como protagonista, y con interpelación al mundo adulto. La docente se muestra amable, aguarda, sostiene su presencia ante la inquietud de la joven, trata de ser sincera. Esto sienta condiciones para el diálogo. Un diálogo no es sólo un intercambio de palabras sino una comunidad de intimidades donde hacer crecer la alteridad de las generaciones. Jade comienza a contarle la situación que vive con su propia madre, y en cuanto se empieza a jugar algo de su padecimiento, la docente se retira abruptamente de la escena al decirle que quizás podría llamar a alguien más “idóneo” para que hablen de ello. Como se sabe, a niños y jóvenes les importan muy poco el modo en que occidente organizó el saber y el hacer. Ellos perciben algo que les resulta más relevante: la confiabilidad de determinados adultos que tienen ciertos gestos hacia ellos. La docente aportó esos gestos que crearon condiciones para un diálogo de cuya intimidad huyó despavorida cuando apareció el dolor del otro. El problema no es el dolor, sino la desolación, cuya etimología nos remite al privar de todo consuelo.

Adulto falible, adulto fiable

La siguiente escena que hallamos de extrema riqueza, reúne a Bascombe con su hijo Adam, en el marco de las investigaciones en la escuela. Nuevamente es el hijo quien produce el movimiento de convocatoria al padre. Lo que sucede en esa escena reúne la dificultad y la posibilidad de encuentro intergeneracional en la adolescencia. Adam le dice a su padre que lo ve perdido en su pesquisa y que eso era “embarazoso”. Que el “rey está desnudo” es algo que suele ver la adolescencia sobre padres que antes idealizaran y que ahora descubren en su fragilidad, es decir, en su humanidad. Momento de sutil desamparo para el adolescente, al descubrir que su padre, representante de la ley, del orden, con su musculosa y segura presencia, está desorientado en relación a la juventud. La vergüenza ante los padres es el signo del descubrimiento de su humana desnudez simbólica. No hay ideal que cubra su fragilidad.

El padre hace el esfuerzo de intentar comprender, torpemente, adaptando lo que su hijo le dice a los códigos que él conoce; impaciente por momentos acelera los tiempos del diálogo, haciendo que su hijo retroceda. Un diálogo sutil, sostenido por un hilo que siempre parece a punto de romperse, cuando se cincha demasiado.

Luego de decirle que lo avergonzaba su desorientación, Adam se disculpa. Teme haberlo herido. En efecto, lo ha herido. Pero Bascombe puede asumir la crítica y agradecerle la donación que el hijo hizo al padre. Hacia el final del capítulo, luego de una persecución a un Ryan en fuga, vemos caminar a Bascombe casi en un primer plano, sintiendo una angustia que no es tanto por su labor de inspector, como por todo aquello que se ha develado de su desconocimiento de la juventud, de su lugar como padre, de los silencios que había guardado. Decide entonces, pasado el sofocón y liberada parte de la angustia, invitar a su hijo a pasar un rato juntos. Bromear, charlar, compartir algo. El capítulo termina con Sting repitiendo el estribillo “qué frágiles somos”. El ser humano habita la irresoluble paradoja de que nuestra mayor fortaleza siempre será la fragilidad que nos humana y hermana.

Masculinidad no transmitida

La miniserie podría haber concluido en el segundo capítulo y hubiera sido un bellísimo largometraje. Pero nos falta la segunda parte del meollo que devela la trama tras el asesinato de Katie. Las pantallas y la exclusión social llevada a lo sexual, serían temas interesantes a desarrollar. Pero lo que insiste a lo largo de cuatro episodios, es la dificultad de la generación progenitora en su transmisión a la progenie, particularmente en aquella que va de los varones hacia los varones.

La psicóloga Briony se reúne con Jamie para dilucidar su capacidad de comprensión de los hechos. El diálogo se da en una desconfiada armonía hasta que se tocan dos puntos: la masculinidad del padre y la del propio Jamie. Durante la entrevista sentiremos la profunda incomodidad de ver un niño necesitado de afecto, un adolescente irreverente y bromista y…un adulto violento en el cuerpo de un joven de 13 años. Todas las partes son reales.

Briony no teme a la intimidad y por eso se introduce en un mundo que antes Jamie no había tenido necesidad de mostrarle a la otra psicóloga de preguntas estereotipadas. En el diálogo aparece una escena crucial que luego sería relatada por su propio padre hacia el final: lo que realmente le gustaba al padre en tanto que hombre era resolver cosas, usar herramientas y los deportes. A Jamie no le interesaban los deportes, pero el padre intentó que se “haga hombre” mediante aquello que él valoraba como tal. Pero Jamie era torpe y cuando miraba hacia la tribuna no encontraba el sostén en la mirada de su padre, sino que este, avergonzado, miraba hacia otro lado. El padre no podía mirar la fragilidad de su hijo, compartirla, acompañarla, relativizarla, darle soportes. El hijo estaba desnudo. El padre rehúsa lidiar con la fragilidad de su hijo, y a través de ella, con la propia. Es la contrapartida de la escena donde Bascombe le transmite a su hijo que puede admitir su incompletud, su fragilidad, y que eso es lo que le permite no derrumbarse sino crecer. Como resultado, Jamie cuando trata de invitar a salir a Katie, lo que hace es instrumentar la “debilidad” (propia y del otro) como forma de generar aceptabilidad. Es incapaz de seducir a una mujer, de incluirse en el 20% de hombres apetecibles para el 80 % de las mujeres, no sabe cómo aproximarse a un cuerpo femenino. Ha perdido la partida antes de hacer la primera movida. De esa impotencia se defiende con omnipotencia.

Ingresar al universo adolescente

La escena final que encuentra a Manda y Eddie, padres de Jamie, al pie de la cama, finalmente pudiendo hablar de lo que les sucedía, es donde se devela la cosa: Eddie había padecido un padre que no tenía miramientos a la hora de desplegar su agresión hacia él. Eddie se esforzó enormemente por no reproducir esa violencia, por no ser ese tipo de padre. Entonces los deportes para intentar transmitir algo de la masculinidad a Jamie, pero luego, la imposibilidad de lidiar con la mirada de Jamie. La masculinidad que no pudo transmitir, dejó el lugar para que Jamie sea invadido por la de su abuelo. Si su abuelo expresaba su violencia sin miramientos, si Eddie reprimía esa violencia por todos los medios a su alcance, Jamie queda disociado entre una parte que ve imposibilitada la agresividad necesaria para vida y la parte que acumula impotencia y explota como su abuelo. No cuenta con la transmisión de una forma de ser hombre alternativa a la del abuelo. Sólo le queda disociar y, cuando ello fracase, explotar.

Sobre esa escena final Eddie puede decir que ha fracasado como padre, a diferencia de Manda que logra decir que ella fue una buena madre. Eddie no pudo escuchar la demanda constante que Jamie le dirigió en todo momento. Incluso su última comunicación en el auto, cuando le confiesa que decidió asumir la culpabilidad por el asesinato, el padre sigue sin poder responder palabra.

Habiendo asumido la propia fragilidad a partir del relato, conmocionado de afectos, de su propia historia, Eddie puede producir el acto que todo adolescente espera: ingresa al universo de Jamie. Abre la puerta de esa habitación a donde nunca había querido ingresar -pues son adolescentes, hacen sus cosas a solas, no hay que invadirlos, y otras excusas-. Las paredes de materia oscura y planetas observan el acto que constituye a un padre y a un hijo: cuida a ese peluche-Jamie y, reconciliándose con sus fragilidades, le pide perdón por lo que no pudo donar. Y en ese acto hace su donación. Comienza a reparar el vínculo. En principio, hacia su propio interior.

*Psicólogo (UNR), Profesor en Psicología (UNR), Magister en Salud Mental (UNR). Psicoanalista. Escritor. Investigador.