Matamonstruos cierra una serie de westerns del español Jon Bilbao sobre el pistolero John Dunbar (las dos más conocidas son El Basilisco y Araña). El western nació en los Estados Unidos en el siglo XIX -en el mismo momento histórico que los hechos que cuenta-y, un siglo después, se trasladó al mundo entero a través de las películas de Hollywood. Los libros de Bilbao sobre Dunbar pueden compararse con los “spaghetti westerns” de Sergio Leone, el director italiano. Ambos adoptan un género extranjero y lo reescriben desde otras geografías. Bilbao utiliza recursos e intereses de la literatura contemporánea: por ejemplo, la multiplicidad de puntos de vista y la combinación de dos o más historias entrelazadas. En Matamonstruos, se narran no solo las aventuras del protagonista en el Lejano Oeste sino la forma en que Jon, el autor, se interesó en el tema en España y preparó la escritura con visitas a los lugares correspondientes del Oeste estadounidense. Las dos historias se interpelan, se abrazan y, en algunos momentos, se confunden. Se vuelve difícil separarlas: de eso habla el juego de espejos entre los dos nombres, John y Jon.

Para seguir la estructura del libro con claridad, vale la pena consultar cada tanto el índice durante la lectura. El libro tiene un “Interludio”, como en ciertas funciones de películas largas; empieza con un “Prefacio” en el que, Jon se encuentra por primera vez con la Araña en un cine de Ribadesella, su pueblo de infancia, y termina con un “Posfacio” en San Francisco, donde un John Dunbar de ochenta años ve por primera vez una proyección de cine. Bilbao habla también de las novelas baratas que inauguraron el género literario: como en la vida de ciertos personajes históricos (Jesse James, Buffalo Bill), en su novela aparecen libros y dramas que son versiones exageradas y heroicas de las “hazañas” de John Dunbar.

La mayor parte de los capítulos -“El Valle de las Rocas. Un relato en tres actos”, por ejemplo- llevan por nombre lugares españoles y estadounidenses. Transcurren algunos en el siglo XIX (“Virginia City”), otros, en el XX o XXI (“Área 51”, donde se toca el tema de la “invasión marciana”, moda em la década de 1950). Pero no se trata de dos líneas de tiempo separadas: en realidad, todo tiene que ver con todo. Los “marcianos” se relacionan directamente con los “niños monstruos” que atacan a John Dunbar.

El punto central del método de escritura de Jon Bilbao, es, obviamente, el mestizaje. La mezcla de identidades, historias, tiempos, géneros literarios y personajes. Tal vez el segundo género en importancia en Matamonstruos sea el terror, anunciado ya en el título con la palabra “monstruos”. Pero el ritmo de la prosa es el del western cinematográfico: momentos de charla y/o reflexión lenta, combinados con escenas rápidas de tensión y violencia extremas. Hay mucho de histórico, por supuesto, pero la “imaginación es más peligrosa que cualquier indio, una fuerza magnética y oscura que te arrastra hacia lo fantástico”. Y la cita es verdadera históricamente hablando: como los exploradores de la expansión europea, en el western, los hombres se adentran en un universo desconocido en el que el miedo es la más común de las sensaciones.

En Matamonstruos, el lugar es un personaje central, con magia y también voluntad propia: de ahí los nombres geográficos de los capítulos. Cuando Dunbar y Lucrecia llegan al Valle de las Rocas (el escenario central), la voz narradora lo describe como “el primer paisaje que nos acude a la mente cuando pensamos en el Lejano Oeste” y enumera después los elementos visibles en una lista que termina con “el cielo vigorizado por el Technicolor y engrandecido por el Cinemascope”, es decir, otra vez, un guiño a la influencia del cine.

El Valle es tan mágico que John y Lucrecia no habían entrado en él “sino que el valle había aparecido a su alrededor”. Ese es otro elemento importante de la prosa de Bilbao y la conexión directa con el terror: lo sobrenatural, que va creciendo a medida que avanza la acción hasta la aparición de los monstruos. Primero uno “natural”, el “monstruo de Gila”; después los “niños” monstruosos que obligan a John Dunbar dejarse dominar otra vez por el Basilisco.

En un diálogo entre Jon y su madre (Bilbao no utiliza la puntuación específica castellana del discurso directo), hay un análisis fundamental del método literario y la cuestión de los “monstruos”. Ella le pregunta: “¿Estás escribiendo algo? ¿Sigues con las historias de vaqueros? Él asintió. Y ella: ¿El mismo personaje? El asintió otra vez. Y ella: ¿Qué va a hacer ahora? Y él: Luchar contra monstruos. Y ella: ¿En el Oeste? Y él: en todas partes puede haberlos. Y ella: Y esos monstruos…, ¿serán reales o simbólicos? Y él: Ambas cosas”. Excelente resumen del antibinarismo del autor, que se niega a aceptar las oposiciones excluyentes como modo de pensamiento (Bien versus Mal, por ejemplo) y mezcla constantemente verosimilitud y fantasía, memoria personal y aventuras heroicas, EEUU y España. En Matamonstruos, todo es “ambas cosas”.

La complejidad también crece hasta el final. En las últimas páginas, se agrega el género “teatro”, anunciado antes en los títulos: se describe una representación sobre la historia del Basilisco que lleva a cabo una compañía ambulante en el Valle de las Rocas frente a John y su familia. La escena crea un “Umbral” (así, con mayúsculas) que comunica múltiples universos: claramente la geografía madre de toda la saga de Dunbar y el clímax de la novela.

La última escena (salvo el “Posfacio”) es una proyección del legendario western El gran robo del tren. En la función, los lectores asisten a la creación colectiva de una última anécdota de John Dunbar y reciben la última instrucción de lectura de la saga: Bilbao les pide que acepten su planteo sobre la verdad de las ficciones y los rumores (que también son ficción), que son capaces de tener consecuencias en todos los mundos unidos por el Umbral, incluyendo aquel en que vive el escritor. La contundencia y la fuerza evocativa de Matamonstruos se levantan ambas sobre una exploración intensa, intrincada de ese territorio, real e imaginario al mismo tiempo.