"No, no, ¡cuchá, escuchá esto que es mortal!" Lanzado en velocidad en el magnético relato de una de miles y miles de anécdotas -corrección, anécdotas no: pedazos de vida-, Hugo por una vez deformaba el lenguaje que tanto cuidaba en otros momentos y preparaba el remate de la historia con ese "¡cuchá!" entusiasmado, arengado, agarrándote el brazo de pura vitalidad que le desbordaba.
Y escuchabas. claro. Y Hugo te contaba su historia, su pedacito de historia, y la disfrutabas hasta el último rincón. Quizá quince minutos antes el ambiente se cortaba con cuchillo por una discusión sobre aquel título o esa foto o esa tapa o aquella nota. Ya no importaba. Con Hugo Soriani la cosa siempre fue de frente, el laburo es el laburo y cuando se pasa esa página se puede volver a practicar eso que también le da vida a una redacción, el intercambio y la coincidencia humana; el extraño sentido del humor que se desarrolla entre animalitos racionales algo desajustados por el ritmo intenso del periodismo. Y por vivir en un país demasiado a menudo a contramano de los principios que siempre defendió este diario.
Hugo contaba. Hugo narraba. Hugo disfrutaba compartiendo todo eso, y por eso fue periodista y escritor apasionado, entregado, obsesivo, enamorado de lo que hacía. Lo ejerció en el tono coloquial íntimo y a la vez expansivo de las charlas en el bar, o en el rígido esquema de una bajada de tapa en la que hay que sintetizar lo mucho que puede haber en una nota. Se trataba de contar, si se podía también de explicar algo de este quilombo, de este país lisérgico. Y aun en ese quilombo se pudo dar gustos, tapas de Página colgadas con orgullo en sus paredes, momentos de pura felicidad, de la vida devolviendo una caricia después de la cárcel, de los compañeros muertos, de las ilusiones jodidas.
Y cuando una línea de la charla derivaba a un recuerdo que se activaba y aparecía una historia, y esa historia tenía relevancia para lo que se estaba charlando o no pero estaba claro que había que dejarla salir, a Hugo le brillaban los ojos y se lanzaba, entusiasmado, arengado. Cómo no acompañarlo si había que saber cómo terminaba el asunto, si era imposible no engancharse con el relato. Llegar a ese "¡cuchá!" que hoy es un eco de pura tristeza.