La Plaza Roberto Clemente, ubicada en la Segunda Extensión de Villa Carolina, en el cruce de las calles 24 y 25, es mucho más que un sitio conmemorativo. Donde la historia del jugador de béisbol se convierte en leyenda, se alza un cenotafio: un monumento sin cuerpo presente, pero cargado de alma. Allí, donde no reposa físicamente el ídolo, vive su historia tallada en bronce.

La obra escultórica que da identidad al lugar tiene aproximadamente 9 metros de largo y despliega 44 figuras que relatan la vida de Clemente. Está compuesta por tres segmentos narrativos de gran fuerza simbólica. Todo comienza con la imagen de su madre, Doña Luisa Walker, y escenas de su infancia en el barrio San Antón. Le siguen momentos de su partida a Estados Unidos, su paso por el béisbol local y la formación de su familia junto a Vera Cristina Zabala. En el centro de la pieza, Clemente se eleva como emblema del pueblo puertorriqueño, en una representación cargada de orgullo. Se puede ver el encuentro significativo que tuvo con Marthin Luther King Jr, como un acto que reafirmaba su compromiso con la comunidad negra.

El tramo final de la escultura no retrata un final, sino una consagración. Evoca sus últimos momentos como jugador de béisbol y su trágico vuelo hacia Nicaragua, un acto de entrega profunda marcado por su compromiso con los derechos humanos y sus firmes convicciones políticas.

Roberto Clemente, nacido el 18 de agosto de 1934, fue un gran jardinero derecho de los Pittsburgh Pirates, logrando ser miembro del Salón de la Fama del Béisbol. Se destacó en el campo de juego —participó en 15 juegos de las estrellas, ganó doce Guantes de Oro consecutivos, elegido el jugador más valioso de la Serie Mundial y de La Liga Nacional e hizo exactamente 3.000 hits—, pero sobre todo, como un hombre íntegro, profundamente comprometido con su comunidad. Su experiencia enfrentando el racismo en el deporte fortaleció su voz en defensa de los jugadores latinoamericanos y lo impulsó a luchar por sus derechos.

Su muerte, el 31 de diciembre de 1972, fue tan conmovedora como su vida. Aquel día partió en un avión que transportaba ayuda humanitaria para las víctimas del terremoto de Managua, pero el vuelo nunca llegó a destino.

Por eso, la Plaza Roberto Clemente no es solo un lugar de homenaje; es una extensión viva de su legado. Es el espacio donde, año tras año, su comunidad lo honra. Donde las placas, las esculturas y cada figura cuentan su historia como ejemplo de resistencia. Y donde la memoria de Clemente continúa siendo un símbolo de orgullo para el pueblo afropuertorriqueño.