Todos quisimos vernos alguna vez en una escena de Ghibli, como si el dibujo animado envolviera nuestros recuerdos en una atmósfera de fantasía, como esa escena de Mi vecino Totoro donde todo se detiene, y la espera bajo la lluvia se convierte en un momento de pura magia cotidiana.
Lo japonés aparece como símbolo de otro tiempo, más lento, más contemplativo. Eso nos atrae. Este fenómeno explotó hace unos días en redes: usuarios compartiendo fotos al estilo japonés. Convirtiendo nuestros recuerdos en personajes de una historia que jamás existió, pero que logró conmovernos.
¿Por qué Ghibli y no Pixar? Tal vez porque el estilo de Miyazaki tiene algo que Pixar no tiene: un misterio, una pausa y quizás, un poco de oscuridad, o de opacidad, lo que lo vuelve más adulto. No todo es fantasía con final feliz. Las películas de Ghibli no buscan explicar todo ni subrayar la emoción. Te invitan a sentir sin dictarte cómo, abren una puerta pero no te empujan.
“La fantasía es un reflejo de nuestra necesidad de escapar de la realidad y explorar nuevos mundos", dijo Miyazaki. Y quizás eso explica por qué nos atrae tanto su universo. En medio del ritmo acelerado en que vivimos, sus historias nos invitan a frenar, a mirar con otros ojos. Por eso hoy, siguen conmoviendo. Muchos ni siquiera crecimos con Ghibli, lo conocimos de grandes, por alguna recomendación, en redes, por ese algoritmo que todo lo mezcla. Y aun así, logramos vernos reflejados ahí. ¿Qué dice esto sobre lo que deseamos, sobre esta adultez que busca consuelo en dibujos animados?
Dibujos que en realidad hablan de la pérdida, del duelo y del paso del tiempo. En este caso, para algunos, recrear las fotos significa una conexión genuina con las películas y para otros, tal vez solo una excusa para subirse a un fenómeno viral.
Ahí es donde la experiencia íntima empieza a diluirse. Lo que para unos fue algo especial, para otros fue apenas una forma de pertenecer. La transformación de las fotos en estilo Ghibli pasó de ser algo íntimo a un gesto genérico. La imagen repetida mil veces, vaciada de intención, una de las taras de la posmodernidad, la reproducción hasta la vacuidad.
Sin embargo, hay algo en esta fascinación colectiva que se vuelve un poco inquietante. Después del hechizo llega la trampa. ¿Qué pasa cuando una máquina imita nuestra creatividad con tanta soltura? Quizás nos enamoramos de un simulacro.
Las imágenes generadas por inteligencia artificial replican la forma, pero no contienen el mundo interior. Decimos que algo nos emociona, cuando solo nos impacta por 3 segundos en Instagram.
En este caso, la viralización de estas imágenes podría pensarse como la fantasía industrializada. Y también, como arte despojado de intención. Pasamos de pagarle a un artista para que nos retrate, a escribir un prompt gratuito en una IA.
Lo que nos atrae en este mundo tan inmediato es la perfección sin espera, pero también llama la atención la ausencia de humanidad y de historia. ¿Es arte si no hay intención, si no hay alma? ¿Es arte aunque no haya nadie detrás que haya soñado, vivido o dolido?
Películas como Mi vecino Totoro o El viaje de Chihiro conmueven porque están hechas por personas que quisieron decir algo sobre el mundo. Pensaron en las infancias, en la tristeza, en esos cuerpos que desaparecen, en esos trenes que avanzan bajo el agua como si el tiempo se hubiera rendido. Son historias que tienen peso porque fueron vividas por alguien antes de ser contadas.
En algunas películas de Ghibli aparece una idea muy japonesa: el mono no aware, esa sensibilidad frente a lo efímero. Todo lo que vivimos pasa, y eso es justamente lo que lo hace valioso. La infancia, un verano, una sensación: todo se va, pero lo recordamos.
Tal vez por eso nos atrae tanto la idea de convertir fotos en escenas Ghibli. Porque aunque esos momentos no vuelvan, hay algo en esa imagen que nos permite sostenerlos un poco más.
Está bien dejarnos encantar. Todos nos impresionamos con los nuevos avances de la IA y formamos parte de la viralización de estas imágenes. La cuestión surge cuando la imagen comienza a sustituir la experiencia, y el arte, en su búsqueda de inmediatez, empieza a perder su profundidad.
Quizás no sea grave que nos veamos en versión Totoro, lo preocupante sería que, para emocionarnos, tengamos que convertir todo en dibujos.


