Al igual que las aclamadas Sex and the City y Girls, referentes de la experiencia femenina en la pantalla chica, El fin del amor está protagonizada por una mujer insoportable. Como las icónicas Carrie y Hannah, Tamara es una escritora narcisista, un poco manipuladora y bastante mala amiga. Como sus predecesoras, es absolutamente egoísta en la persecución de su propio deseo. 

Lali encabeza el elenco y es también productora ejecutiva de la serie, que acaba de  estrenar su segunda temporada a través de Amazon Prime Video. Las creadoras y guionistas del show son Tamara Tenenbaum, autora del libro homónimo, y la dramaturga y escritora Erika Halvorsen.

Más porteña que el psicoanálisis lacaniano, esta producción de estética marcadamente chacalermitana comparte con Girls y Sex and the City otro elemento distintivo: la ciudad erigida como un personaje central. En este caso no es Nueva York sino nuestra metrópolis austral que duerme aún menos. El eje gravitacional de la serie oscila entre los barrios de Once y Palermo, mostrando el ajetreo diario de sus habitantes, sus comercios, la vida de los judios ortodoxos por un lado y el ambiente queer de millennials insufriblemente cool por el otro. Este vaivén representa las dos facetas de Tamara: pasado y presente, identidad colectiva e individual, tradición y libertad en una tensión constante.

La segunda temporada de El fin del amor se pregunta sobre el deseo, el trauma intergeneracional, la comunidad, Dios y la familia: biológica y elegida. El elenco repite figuras de la primera temporada como la gran Verónica Llinás como Ruth Friedman, Vera Spinetta y Julieta Giménez Zapiola como Juana y Laura, las innegociables amigas de Tamara Tenembaum; y Candela Vetrano interpretando a su hermana Debi. Brenda Kreizerman y Mariana Genesio Peña, en los personajes de Sarita y Olivia, toman un mayor protagonismo en esta nueva temporada, mostrando diferentes facetas de la identidad judía, sin entrar en tokenismos. En adición al diverso elenco femenino, la producción suma nuevas incorporaciones masculinas como Martín Recchimuzzi y Daniel Hendler.

La primera entrega comienza con Tamara dejando a su pareja, ante los ojos de cualquiera “el novio perfecto” como producto de una crisis que la lleva a reencontrarse con sus raíces judías y reinventar su relación con su comunidad y su pasado. En esta segunda temporada lo peor parece haber pasado: su libro El fin del amor se convirtió en un éxito, pero el proceso judicial por la muerte de su padre interfiere trayendo recuerdos amargos que ponen de nuevo en jaque su identidad. Este evento también la acerca a un inesperado interés romántico: con la impunidad e irreverencia que solo un escritor judíx puede blandir Tenembaum bautiza a su nuevo chongo (Hendler) como “AMIA”.

Soundtrack

El soundtrack, al igual que en la primera temporada, no decepciona: la cuidada constelación de intérpretes femeninas contemporáneas se convierte en un diálogo constante con las vivencias de las mujeres de la serie. Junto a Lali, que aporta su voz al tema principal, la banda sonora está repleta de voces femeninas como Cazzu, Taichu, Saramalacara, y Barbi Recanati. Tampoco escasea la representación queer de la mano de la puertorriqueña Villano Antillano, la chilena Mon Laferte, el sonido único de Los Besos y el magnetismo y sex appeal de Marilina Bertoldi, quien además hace una aparición especial en un capítulo.

Spoilers

La segunda temporada logra darle vuelo propio a personajes que en la primera tenían un rol menor. Olivia, quien se había alejado de la colectividad judía debido a las barreras que debía enfrentar como mujer trans, decide encarar la carrera rabínica, un paso que simboliza una reivindicación espiritual pero también personal. La búsqueda de Sarita, en espejo a la de Olivia, la aleja de la tradición pero la acerca a su propio camino.

Al igual que en la primera edición las escenas hot son un oasis entre tantas series donde la sexualización es un simple decorado o una perfo para varones. La serie sale airosa del desafío de crear escenas lésbicas intensas y eróticas que escapen a una mirada fetichizante: verlas es espiarlas en un momento íntimo real. El lente femenino se ve clarísimo: no hay poses forzadas, ni clichés, la cámara no se posa sólo en los cuerpos sino también en las miradas y roces. El dueto Halvorsen/Tenembaum se anima a mostrar el deseo femenino y los vínculos entre tortas y otros miembros de la comunidad LGBTIQ+ con sus celos, toxiqueadas, miedos y engaños. Su deseo no es siempre una novela rosa de romanticismo idealizado sino a veces tan caótico como el de las relaciones hetero-cis.

El rasgo más provocador del Fin del Amor parece perdido en la traducción para muchos televidentes y usuarios de Twitter. La mayoría de los comentarios en la app hatean sin misericordia a la anti heroína encarnada por Lali : “Medio que el personaje de Lali en el Fin del Amor es una forra de mierda”/ “Estuviste todo el finde viendo el fin del amor? Creo que odio a Tamara Tenembaum” “Estoy viendo el fin del amor y ni siquiera q la personifique Lali esposito me pudo hacer empatizar, es insoportable” Sí, Tamara es, egocéntrica y neurótica, sin dudas una feminista imperfecta, y por momentos la perfecta villana. Pero es por eso que nos sentimos tan identificadas: como en los 90s lo hizo Carrie, uno de los personajes más irredimibles de la televisión por cable, Tenembaum logra capturar algo esencial de la experiencia femenina. 

La ficción argentina nos da, en fin, otra temporada irreverente con madres judías que nunca se callan, crisis de fe, amigas que se dicen las verdades más crudas sin anestesia y familias elegidas que nos confrontan con nuestros propios demonios: la mayoría de ustedes no están listas para esta conversación pero necesitamos más personajes femeninos insoportables.