Al retirarse en 1541 los últimos moradores de la primera Buenos Aires dejaron tras de sí cinco yeguas y siete caballos que por arte de la reproducción se convirtieron en miles. También, en 1554, llegaron a Asunción desde Brasil siete vacas y un toro. Ya para cuando Garay se aventuró a refundar la villa de los Buenos Aires en 1580 trajo consigo 500 vacas paraguayas, además de encontrarse con la sorpresa de los caballos. Nadie pudo imaginar entonces que las pobres bestias se volverían más rentables que la plata altoperuana. En el siglo XVII, con la extracción del metal en descenso y el contrabando hacia el Potosí en franco declive, el cuero comenzó a ser el producto transformador de la economía rioplatense.
En 1607 salieron de Buenos Aires para la exportación 50 cueros de vaca. En 1625 la cifra había subido a 27.000. Cincuenta años más tarde se exportaban 1.400.000. Desde entonces los ingresos aduaneros superaron a los de Lima, una excelente razón para que la corona española creara en 1776 el Virreinato del Río de la Plata con la ciudad puerto como cabecera. La plata si bien agotada como metal, quedó instalada como sinónimo de dinero; de otro modo la ingente presencia de la nueva industria podría haber trabajado en el imaginario y renombrado al país como el Rio de los Cueros, Cuerinia, Curtiembria o República de los Mataderos.
Aquel ganado cimarrón desperdigado por las planicies bonaerenses dio nacimiento a una nueva clase social, a la que en los inicios llamaron “mozos perdidos”. Estos jinetes, cuentapropistas y desobedientes a la autoridad, desjarretaban a los vacunos, carneaban al animal y vendían el producto al primer barco que se asomara a la costa. La reacción fue la aparición de un partido llamado “Los herederos”, señores que reclamaban su derecho de propiedad sobre el ganado suelto en la campaña. El que no fuese hijo o nieto de buena familia y se dedicara a la tarea de faenar sin obedecer a un dueño era considerado ladrón y contrabandista. La rivalidad de “Los herederos” versus los “mozos perdidos” se extendió por cien años. Con matices, los “mozos perdidos” fueron usados para la guerra de la independencia, la guerra contra el Brasil y las guerras civiles entre los principales grupos de “herederos”. Finalmente, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento –ninguno de los dos propietarios de vacas– lograron arrear a los jinetes cuentapropistas a las estancias, a los fortines de frontera con el indio, a las cárceles y a la guerra del Paraguay, hasta lograr su sumisión o su desaparición. El modelo de “Los herederos” –un acotado número de celosas familias criollas– consiguió poner bajo su cuidado toda la tierra y todo el ganado.
Bolivia, y la región que da razón de nuestra argentinidad, se desvinculó de Argentina en 1828. ¿Cuáles fueron los motivos para que las cuatro provincias del Alto Perú se separaran de sus pares rioplatenses? En buena medida influyeron las cuatro expediciones fallidas que envió Buenos Aires entre 1810 y 1816, las que también provocaron cierta animosidad entre la población local y las tropas porteñas. La derrota de Huaqui, ocurrida en parte por las desavenencias entre saavedristas y morenistas, los reveses de Vilcapugio y Ayohuma, el desastre de Sipe-Sipe y la sangrienta batalla del Pari. Por cada contraste la población local quedaba a merced de los excesos de los realistas. Aun así, las provincias de Charcas, Chichas y Mizque participaron en la declaración de la independencia durante el Congreso de Tucumán. Sin embargo, la negativa de Rivadavia en 1821 a mandar una fuerza auxiliar cuando San Martín necesitaba ayuda para desviar la atención de las fuerzas enemigas y el abandono de suministros al Ejército Libertador obligaron a San Martín a retirarse de la contienda luego de la entrevista de Guayaquil. La situación dejó el camino libre a Simón Bolívar, quien comisionó al mariscal Sucre a avanzar por el territorio que el general argentino dejaba vacante. La victoria de este último en Ayacucho en 1825 derrotó por completo a las formaciones realistas. El fin del conflicto con España dejó abierta la posibilidad –por un tiempo– para que los americanos dirimieran sus problemas internos sin intervenciones europeas. Con la balanza inclinada hacía Bolívar, el congreso altoperuano buscó fundar un país independiente en homenaje a su libertador. Así y todo, en las provincias del norte había todavía partidarios a mantener la unidad territorial, solo que no tuvieron en cuenta la persistente indiferencia de Buenos Aires.
Para darnos una idea de la situación podemos retrotraernos al día siguiente a la derrota de Sipe-Sipe. El general Rondeau, del Ejército Auxiliador, le escribe al caudillo partisano Manuel Asencio Padilla (marido de Juana Azurduy) solicitando que redoble sus esfuerzos para hostilizar a los realistas. Padilla le responderá señalándole “la derrota vergonzosa” sufrida por el general porteño a la vez que le asegura que hostilizará al enemigo “como he acostumbrado a hacerlo en mas de 5 años por amor a la independencia (…) nosotros amamos de corazón nuestro suelo; y de corazón aborrecemos una dominación extranjera, queremos el bien de nuestra Nación, nuestra independencia". Sin embargo, Padilla aprovecha la ocasión para hacerle notar al militar que los altoperuanos “despreciamos el distintivo de empleos y mandos”. Es decir, no me venga con que Ud. es general y yo empleado. Tiene la oportunidad de indicarle que “ahora que el enemigo ventajoso inclina su espada sobre los que corren despavoridos (…) ¿debemos salir nosotros sin armas a cubrir sus excesos y cobardía?”. Padilla le echa en cara a Rondeau el orgullo con que se han comportado en el pasado, desatendido los méritos y el esfuerzo de los ciudadanos de las provincias del norte y “el hijo del Perú mirado como enemigo (…) el gobierno de Buenos Aires manifestando una desconfianza rastrera ofendió la honra de estos habitantes (…) el ejército de Buenos Aires con el nombre de auxiliador para la patria se posesiona de todos estos lugares a costa de la sangre de sus hijos, y hace desaparecer sus riquezas, niega sus obsequios y generosidad (…) vaya Vuestra Señoría seguro de que el enemigo no tendrá un solo momento de quietud (…) nosotros tenemos una disposición natural para olvidar las ofensas, quedan olvidadas y presentes (esa frase nos gusta: olvidadas y presentes). Recibiremos a V. S. con el mismo amor que antes: pero esta confesión fraternal, ingenua y reservada, sirva en lo sucesivo para mudar de costumbres, adoptar una política juiciosa, traer oficiales que no conozcan el robo, el orgullo y la cobardía”.
A partir de Sipe-Sipe los esfuerzos de Buenos Aires se concentrarán en la liberación de Chile, en doblegar el Litoral atestado de criollos díscolos, y en aniquilar a Artigas, acciones que conducirán, diez años más tarde, a que el Alto Perú se separe definitivamente de las Provincias Unidas.
“Pareciera que la naturaleza misma indicaba el límite entre dos zonas geográficas diferenciadas”, nos dice el historiador Isidoro J. Ruiz Moreno en un intento de explicar el modo en que el Directorio (y más tarde Las Heras y Rivadavia) se desentendieron del Alto Perú. “Una actitud de exotismo compele al soldado abajeño cuando se interna en algunas provincias de lo que hoy se considera Nación”, prosigue el mismo autor. Y como ejemplo nos ofrece las observaciones del entonces teniente Rufino Guido, hermano del general Tomás Guido, del Regimiento de Granaderos a Caballo. Haciendo referencia a lo que hoy es parte de la provincia de Jujuy, Guido expresa: “impresión desagradable experimenta un argentino acostumbrado a recorrer con su vista el horizonte en todas direcciones, cuando pasa del Volcán de Jujuy y entra en la quebrada de Humahuaca. Aquel es otro país para nosotros. Su cielo, su suelo, sus hábitos, su idioma y el vestir de los indígenas, todo es diferente de nuestro modo de ser y de nuestras costumbres; solo nuestros soldados sufridos y valientes (…) fueron capaces de hacer (…) campañas en países tan diferentes a aquel que habían nacido”. También San Martín escribirá una carta subrayando las diferencias: “los intereses de estas Provincias (del Sur) con las de arriba no tienen la menor relación”.
Finalmente, el 9 de mayo de 1825, el Congreso General Constituyente reunido en Buenos Aires expide una ley en la que reconoce el derecho de autodeterminación de las cuatro provincias del Alto Perú, aunque estas hayan “pertenecido a este Estado”. El edicto agrega que las mismas tienen “plena libertad para disponer de su suerte, según crean convenir mejor a sus intereses y felicidad”. Una loable actitud por parte de los congresales que no tuvieron en cuenta que la Asamblea altoperuana definía su suerte bajo el contralor del ejército unido de Colombia y Perú. Así y todo, se decidió enviar una legación diplomática a Potosí con el objeto de evitar la segregación y parlamentar con Bolívar sobre la ocupación de Tarija, perteneciente por jurisdicción y en ese momento a la provincia de Salta.
Los comisionados designados fueron el general Carlos de Alvear y el doctor José María Díaz Vélez. Con la urgencia del caso la legación partió de Buenos Aires 45 días más tarde, demoró otros treinta para llegar a Tucumán, allí permanecieron diez días para recuperar el aliento y un 6 de septiembre, ante la inminente pérdida territorial de cuatro provincias, reanudaron con toda velocidad la marcha. Llegaron a Potosí un 7 de octubre. El viaje les llevó el doble que si hubieran partido a lomo de mula y con mercadería. Tres meses antes de su llegada, un 6 de agosto, la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú se había reunido en Chuquisaca –ex La Plata– para declarar su independencia de las Provincias Unidas. Eligieron por nombre “República de Bolívar”. El diputado por Potosí, Manuel Martín Cruz, imbuido en una vena clásica, propuso más tarde que, así como Roma deriva de Rómulo, Bolivar debía tener su Bolivia.