A casi una semana de su estreno, ya es imparable la discusión acerca de si la versión Netflix de “El Eternauta” respeta el espíritu de la obra original que Germán Oesterheld publicó por primera vez en 1957, que en una simplificación brutal podría resumirse en la frase “el único héroe es el héroe colectivo”.

Quien firma estas líneas intuye que sí, pero no tiene todavía una posición totalmente elaborada al respecto. La tendrá, muy probablemente, cuando termine de ver la miniserie por segunda vez. Por ahora, el foco está en otro lado. Este Eternauta es una reivindicación del héroe colectivo, claro, pero en especial del héroe conurbano, tanto o más que la novela gráfica que lo inspiró.

Veamos. El grupo de amigos sobrevive porque el sótano del “Tano” Alfredo Favali es una mezcla de taller y galpón, donde se conjugan herramientas, rezagos de guerra y materiales que quedan durante años, a la espera de ser de utilidad en algún momento, guardados "por las dudas". Más o menos como en cualquier galpón de cualquier casa del conurbano. Luego, lo que les da un nuevo sentido, una nueva utilidad a esos elementos hasta entonces dispersos e inconexos, es el ingenio, la capacidad inventiva de Favali.

Ocurre que, los que en tiempos de paz pueden sellar un tanque de nafta con chicle, empalmar cualquier instalación eléctrica con cinta aisladora o resolver los dilemas más complejos a base de pinzas y alambre de fardo, ante situaciones límite como una nevada radioactiva o una pandemia de coronavirus, se encuentran mejor preparados para hacer frente a la adversidad.

Luego, hay sótano-galpón-taller porque hay casa. Y hay casa porque el valor del metro cuadrado y el código urbano vigente así lo permite y lo alienta (o así era hasta un pasado para nada remoto al que habría que volver). Y la casa es condición de posibilidad para ciertas formas de socialización, como los “viernes de truco”.

La casa puede, porque tiene tiene la capacidad de hacerlo, abrirse a otros que no son sus moradores permanentes, expandirse y cobijarlos, circunstancialmente, para jugar a las cartas y tomar whisky, o para refugiarse hasta decidir qué hacer.

Si Favali hubiera sido porteño, y viviera en un monoambiente o, peor aún, en un monoambiente, de esos que proliferan ahora, los amigos se hubieran reunido allí una o dos veces. Luego, más esporádicamente, se hubieran dado cita en una cervecería artesanal o en un café de especialidad y, finalmente, habrían dejado de verse. Y, más grave aún, la nevada no los hubiera encontrado juntos sino dispersos y vulnerables.

“Lo viejo funciona, lo nuevo no”, dice uno de ellos al volante de una Estanciera fabricada por Industrias Kaiser Argentina (IKA). A medida que se corre la bola, van cotizando más y más los fierros a carburador, los de mecánica sencilla, anteriores a la era electrónica, que condena a los dueños de los autos a la impotencia.

Así se valen de un Torino, un Mehari, un Renault 12 break, una F100 y un camión Mercedes 1114 convertido en Motorhome. ¿Qué tienen estos vehículos en común? Su pertenencia a una época anterior a la obsolescencia programada, cuando la durabilidad era más importante que el lucro.

Claro, son vehículos que, para sobrevivir, necesitan construir una relación muy personal con sus propietarios. Necesitan que estos se involucren, los conozcan en profundidad, les dediquen tiempo y energía. Una vez más: herramientas, un galpón donde guardarlas y un garage donde entrar el auto para meterle mano. Idealmente, un amigo que te haga de instrumentista o te arrime un mate. 

Se trata de una escena que, aún en pleno 2025, ocurre a diario y en simultáneo en varios puntos de Beccar, partido de San Isidro, donde residieron los Oesterheld, en Martínez, donde estaba ubicado el chalet de Favali en la novela gráfica o, muy cerca de allí, en Florida Oeste, de donde apenas un año antes habían sido secuestrados los fusilados en José León Suárez, y en tantos otros lugares de la geografía conurbana.

Para concluir, una reflexión bien de pago chico. "El Eternauta" es una reivindicación del héroe conurbano pero, en particular, del conurbano norte. A uno le da una forma medio estúpida de orgullo reconocer en la pantalla los lugares por los que transcurre su propia vida. Pero, para los del norte, doblemente discriminados, por ser "del conurba" para los porteños y por ser chetos para los del resto del conurba, es una buena reivindicación. 

Sobre todo, porque en distritos como San Isidro y Vicente López, los sectores de mayor poder adquisitivo pueden ser muy visibles. Esa visibilidad alienta asociaciones e identificaciones metonímicas (la parte por el todo), pero no por eso se vuelven mayoritarios. 

Este "Eternauta" recorre la avenida Maipú en los dos sentidos, a la vuelta huyendo de los cascarudos, va a un departamento en Yrigoyen y la vía, a dos cuadras del Lasalle de Florida, donde se tiene que defender a "corchazos". Luego se aposta en el shopping Soleil de Boulogne y finalmente tunea una locomotora del Mitre en un galpón ferroviario de José León Suárez. Más "conurba", imposible.

Faltó alguna camiseta o gorro de Colegiales, Platense o Tigre pero, para los que no lo sabían, la mini serie deja bien en claro que el norte también es conurbano... y con identidad propia. Hasta con prejuicios propios: los muchachos "del otro lado del cementerio" a los que se refiere Favali despectivamente son los habitantes de la Villa Borges, donde hoy varios comedores populares resisten como pueden, a la espera de que pase la nevada libertaria.