Además del enorme talento y creatividad de Oesterheld y Solano López, la marca imborrable trazada por el Eternauta parece descansar en su capacidad para ilustrar el enfrentamiento entre el núcleo caótico que a todo ser hablante habita y el deseo vital que le hace frente. Al respecto, y para empezar por el primero de los mentados contendientes, no nos imaginamos a un grupo de tigres, abejas o elefantes que -- amenazados por alguna Fuerza del Cielo extraterrestre-- opten por matarse, robarse o agredirse entre sí. Esas delicias son parte del catálogo de barbaridades que solo el terror humano anima. Seres gobernados por un Globo de pensamiento que, a partir de instilar miedo, manipula a su antojo la voluntad de millones de personas. De hecho, en el mundo animal no hay barbarie. Esa palabra --barbarie-- no está aquí de casualidad, corresponde al preciso punto que la icónica historieta convoca. Un estado de cosas caracterizado por la absoluta falta de ley. Organización tribal. Bandas sueltas dispuestas al saqueo. Como en una guerra. Como en una pandemia. Como en una tiranía. Como en un escenario en el cual ya no hay oxígeno para respirar. Sin metáfora, o sea. “El mundo ya no es el que era” avisa uno de los líderes del comic, al permitirse desechar las más elementales formas de solidaridad. Para decirlo todo: nuestro ser más primario está retratado de una manera magistral en este clásico del “arte en secuencias” que la serie dirigida por Bruno Stagnaro supo respetar, asistido por la sabia aplicación de los más exquisitos recursos técnicos. Una ficción que pone a cuenta de extraterrestres lo que de nosotros mismos no queremos saber. Aquí el arte, como muestra suprema del mentado impulso vital, se da cita para hacer de lo más oscuro belleza; de lo más aterrador una fuente de interés; y de lo más intimidante un polo de atracción. Se vislumbra así un diálogo entre la historieta y la serie por el cual Oesterheld se hace más vigente que nunca. Hallazgo principal de esta actual producción cuyo logro explica por qué las Fuerzas del Cielo de este infame gobierno atentan contra el cine, el arte y todo aquello que suponga el despertar de una sensibilidad bien terrestre, bien humana. Una inteligencia capaz de desenmascarar a los fantoches caraduras responsables del actual estado de cosas.
Un poco de historia
Sabemos que la desconfianza, el odio y la violencia emergen no bien los diques civilizatorios desaparecen a causa del imperio de una fuerza que se presenta como todopoderosa. Lo cierto es que ese Otro --tanto más omnipotente cuanto más imaginario-- se actualiza en nuestra personal vida cotidiana y en el campo social. La paranoia que forma parte de nuestro diario devenir --y por la cual hoy nos sentimos perseguidos por obligaciones, deudas y amenazas de todo tipo-- ingresa en el campo histórico apenas ese Poder desborda el cauce que impone la convivencia. Tal como muchos han señalado, que Oesterheld y Solano hayan comenzado la tira en 1957 no parece fruto de la casualidad. Un aluvión de nieve mortífera había caído poco antes en plena Plaza de Mayo. Seres humanos extraterrestres --iban en aviones-- arrojaron suficientes bombas como para hacer realidad la presencia de un Otro voraz que se llevó la vida de niños, niñas, mujeres y hombres como si nada. Basta imaginar ese predio plagado de cadáveres mutilados a lo largo y ancho de su extensión y compararlo con las calles que el Eternauta recorría buscando a su hija. 0, ya en la exclusiva versión de la serie, ver al Juan Salvo excombatiente de Malvinas tomado por el ominoso recuerdo de sus jóvenes compañeros destrozados a manos de los gurkas, esos sujetos contratados por una asesina cuyo retrato hoy cuelga en el despacho de nuestro presidente. Para no hablar del terrorismo de estado que desapareció a treinta mil personas, entre ellos al creador del comic más sus cuatro hijas, yernos y nietos incluidos. Nieve. Mortífera.
Y para volver a 1957, poco después de aquel bombardeo atroz llegaba la barbarie fusiladora. Las bestias no escatimaban crueldad. El país devastado por unos cascarudos con uniforme que, como siempre sucede, estaban animadas por las bandas que manejan la economía mundial. La cuestión viene a cuento porque Oesterheld --siempre sensible al entorno social-- escribe mientras llegaba el primer préstamo del FMI en 1958. Hace pocos días se rubricó el número 24. Siempre igual. Más que préstamos, saqueos depredadores. El Poder al servicio de la crueldad. Pero: “Esta vez es diferente”, dijo Kristalina Georgieva, actual gerenta del FMI y cara saliente de una historieta siniestra. Ahora --lawfare y fake news mediante-- las democracias se han convertido en estados de excepción. Esos mismos donde la libertad solo corre para los oscuros negociados económicos y la más brutal represión para las necesidades de los ciudadanos. O sea, las dictaduras son descartables. Kristalina nos dice a quién votar y ya.
El enmascarado
Viajeros del eterno combate entre la pulsión de vida y la pulsión de muerte, cada sujeto --de acuerdo a su ética o a su falta de ella-- elige qué semblante o máscara emplear para jugar su singular historieta en este conflicto originario. La serie retoma la línea marcada por Oesterheld para atravesar el encierro con que la mortífera nieve pretende someter a sus personajes. Se trata de salir. Por empezar, del propio Globo de pensamiento. Propósito solo alcanzable con el concurso de los otros. De hecho, a Juan Salvo --caído exangüe en el asfalto-- lo salvan sus amigos. Esos mismos a los que les cantaba Falta envido y el Jugo de tomate frío de Manal. Sí, sí, el Héroe colectivo. Y su insignia. En este punto del análisis se hace oportuno convocar al Enmascarado de Wedekind, aquella obra --tratada por Freud y desarrollada por Lacan-- en la que un Enmascarado rescata a un chico de la seducción con que la Muerte lo hacía objeto al borde mismo de la tumba. Es que Juan Salvo está animado por el deseo indestructible de rescatar a su hija. Propósito cuyo valor simbólico hoy genera un vasto horizonte de sentido. A saber: desenmascarar el poder hipnótico que mantiene atrapado a los y las jóvenes. Desde el punto de vista psicoanalítico, el Enmascarado es la metáfora encarnada de la imagen paterna, el mundo de significaciones que se expande cuando el sentido trabaja con el enigma como fiel aparcero. El enmascarado es la significancia misma, ese “aspecto del signo que le permite entrar en el discurso y combinarse con otros signos”; es la pérdida fecunda del referente, la puesta a distancia de la Cosa. El tratamiento que sólo la ficción habilita cuando el sujeto cede la fijación que lo enquista y acepta endeudarse con el significante. El enmascarado es el vacío que habilita las múltiples versiones del padre: el semblante por excelencia.
Y es que de eso se trata precisamente: el valor identificatorio de la máscara. En este caso, de protección y de lucha. De las amenazas; del autoritarismo; del machismo; de la sugestión canalla; del odio; de la tontería; de las pantallas; de la rapiña; de la mentira. Pero también como emblema, como palabra, como horizonte; como discurso de emancipación. Como Identificación. Quizás la máscara del Eternauta hoy rescate algo de la representatividad política necesaria para combatir la barbarie a la que estos extraterrestres humanos nos conminan.
Como en 1957. Como Hoy. Y como siempre.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.