Aunque no hace falta que lo aclare,

no existe relación alguna entre Mark Rothko y yo.


Él nació el 25 de septiembre de 1903

y murió el 25 de febrero de 1970.

Yo nací el 27 de noviembre de 1970

y todavía sigo viva.

Sin embargo, a veces me pongo a pensar

en el tiempo de nueve meses

que separan su muerte y mi nacimiento.


Días antes o después

de esa madrugada en que él se abrió las venas de las manos

en la cocina anexa a su taller,

mis padres fundieron sus cuerpos

y poco después

una mota de vida

apareció en el útero tibio


cuando en un cementerio de Nueva York al final del invierno

el cuerpo de Rothko no se había corrompido todavía.


No es para maravillarse

sino para entristecerse.


Siendo solo una mota

sin tener aún un corazón que late,

sin saber lo que es el lenguaje,

lo que es la luz

ni las lágrimas,

me estaba formando

dentro del útero sonrosado,


cuando entre la vida y la muerte,

febrero, una herida abierta,

resistió y resistió

hasta que empezó a cicatrizar por fin,


cuando dentro de la tierra a medio derretir y por eso más fría

la mano de Rothko no se había corrompido todavía.

Este poema de Han Kang, reciente Premio Nobel, titulado "La muerte en febrero" pertenece al libro Guardé el anochecer en el cajón, de 2013 y que Lumen acaba de publicar recientemente.