Historias de clanes, de enfrentamientos, de venganzas encarnizadas. Esas parecen ser las que descorren el velo de la nostalgia en Tierra de mafia, la nueva serie de Paramount+ ambientada en la Londres actual. El mundo imaginado por Ronan Bennett, autor de otras sagas criminales más mundanas como Top Dog, y dirigido por Guy Ritchie (en sus primeros episodios), todavía envuelto en los ecos de Snatch: Cerdos y diamantes (2000) –y dejando de lado la fallida experiencia de The Gentlemen para Netflix–, está teñido de caprichos y arbitrariedades, de niños traviesos que se convierten en criminales despiadados, de pujas por el control del fentanillo, las inversiones libres de impuestos, un legado de sangre y negocios en tiempos de cinismo y descreimiento. Los Harrigan y los Stevenson son los clanes enfrentados, los Montescos y Capuletos de este tiempo, los herederos de una guerra sin escrúpulos ni redención.
Y quien amalgama ese voltaje que une a los enemigos, es un outsider, un ex prisionero apadrinado por los Harrigan como hijo putativo, un trabajador eficiente, un “arreglador” de tropiezos y malas decisiones. Ese es Harry De Souza, en la piel de Tom Hardy, un hombre de cuerpo macizo y expresión distante, imperturbable ante el desastre y la tragedia, artífice de las más ingeniosas estrategias de resolución. La inspiración de Bennett provino de su tierra de origen, en Irlanda, donde familias criminales han sobrevivido a cambios en los negocios ilegales, en la legislación que los combate, en la idiosincrasia de sus miembros y sus formas de supervivencia. “Estas familias incluyen a los padres, hijos, madres, hermanas, primos, y a todo el resto”, explicó recientemente. “Para representar con precisión estas dinámicas familiares y hacerlas lo más realistas posible, entrevisté a varios integrantes de clanes criminales que me dieron detalles de cómo se hacen las cosas. Es importante la precisión para ganar la confianza de la audiencia”.
El punto de partida de Tierra de mafia se remonta a un proyecto de la cadena Showtime para continuar uno de sus últimos éxitos, Ray Donovan. La serie protagonizada por Liev Schreiber retrataba la vida de un “solucionador de problemas” de los ricos y famosos de Los Ángeles. “Un día me llamó David C. Glasser, de 101 Studios –el sello detrás de Yellowstone, la creación de Taylor Sheridan– porque quería hacer una versión británica de Ray Donovan”, recuerda Bennett. El escritor ya tenía experiencia con los mundos criminales, no solo había diseñado la serie de culto Top Dog, inspirada en los barrios bajos del norte de Londres y el negocio de la droga, sino también había sido guionista de Enemigos públicos, aquella versión de John Dillinger imaginada por Michael Mann, con el rostro de Johnny Depp y la estética del siglo XXI.
“Cuanto más investigaba y daba cuerpo al mundo de Tierra de mafia y sus personajes, más se alejaba de la idea original de precuela o spin-off de la historia de Ray Donovan”, destaca el creador. La base para el diseño de las dos familias enfrentadas, los Harrigan y los Stevenson, fue su larga investigación sobre el Cartel Kihahan, una familia con base en Dublín, y algunos otros nudos criminales del norte de Londres que había conocido en los tiempos de Top Dog. Lo que le interesaba para el diseño de los Harrigan, el matrimonio que forman Pierce Brosnan y Helen Mirren, dúo que comanda con aires excéntricos y mano firme los negocios ilegales, era su aspiración de integrarse a la sociedad. “Los Harrigan son los que han prosperado. Conrad (Pierce Brosnan) y Mauve Harrigan (Helen Mirren) se mudaron al campo y crearon una identidad diferente para sí mismos, mientras que una nueva generación de señores del crimen ascendía y ponía en peligro su reinado”, explica Bennett.
Esos son los Stevenson, comandados por Richie (Geoff Bell) y su estirpe, advenedizos de un negocio que comienza a perder su impronta clásica, heredera de los relatos de gángsters de la posguerra, para pasar al tráfico de drogas como el fentanillo y a prácticas que incluyen traicionar los códigos que el cine inmortalizó en tantos años de narrativas criminales. “Londres está dividido física y culturalmente por el río Támesis, y el Norte y el Sur tienen identidades muy distintas. Los Stevenson son una familia mucho más partidaria del Brexit, son patriotas ruidosos de la ‘Union Jack’ [apodo de la bandera de Reino Unido]. Tienen menos éxito y menos aspiraciones de integración legal que los Harrigan, y son más introspectivos y menos expansivos”, resume Bennett. Por ello, el conflicto se dispara en el inicio con un encuentro entre las más jóvenes generaciones, los herederos de los patriarcas. Una excursión en la noche, un altercado en una disco y una misteriosa desaparición. La guerra ha comenzado.
Cuando las cosas se ponen feas, entra en escena Harry De Souza, cuya lealtad con los Harrigan se remonta a los tiempos de su encierro y liberación de prisión. Ahora mantiene una relación filial con el patriarca Conrad, y una tensa cofradía con el hijo más importante, Kevin Harrigan (Paddy Considine), en precario equilibrio con sus hermanos, el torpe Brendan (Daniel Betts) y la sinuosa Saraphina (Mandheep Dillon), fruto de un desliz extramarital de Conrad. Entre ellos, Harry vela por una precaria armonía que evite la guerra de clanes y un baño de sangre que salpique a su propia familia, asediada ya por los coletazos del crimen organizado. “Hemos creado un personaje realmente cautivador, y se debe a Tom Hardy. Es un actor que se mete de lleno en cualquier papel que le asignen. Harry técnicamente trabaja para los Harrigan, pero entiende que sus vidas están en constante peligro, por lo que debe navegar delicadamente para proteger sus intereses y evitar una guerra de pandillas con los Stevenson”, revela el escritor.
Tierra de mafia se recuesta menos sobre la anécdota de un asesinato que dispara venganzas y estrategias de resistencia, que sobre el retrato de esa escena criminal como eco de las tensiones que atraviesan a la Londres contemporánea, un tapiz trágico donde las intrigas están a la orden del día. Por ello Helen Mirren puede asomar como Lady Macbeth, los muertos pueden reclamar sepultura como en Antígona, los hijos compiten por el amor paterno como en Rey Lear, la venganza se cuece entre lágrimas y maldiciones como en Edipo Rey. Ronan Bennett y Tom Hardy han impregnado a Harry De Souza, la conciencia que late tras los desmanes de los Harrigan, de una cavilación constante sobre el derrotero de esos hombres que se pretenden libres y siguen, a ciegas, los pasos que se han escrito para ellos.