Comparto mi hipótesis central para una lectura de Arderá el viento:

Guillermo Saccomanno se propuso anclar la narración en la férrea realidad social. Como si fuera una consigna autoimpuesta. Pero también se autoimpuso no sacrificar ni una sola línea, ni un solo fragmento de literatura, en el altar de la realidad.

La realidad social de la Villa es compleja pero engañosamente simple: hay fuerzas vivas, hay gente acomodada y una pobreza marcada por la marginalidad. Pero, en rigor, hay subjetividades retorcidas y malignas, hay forasteros refugiados, gente que precisamente -ricos y pobres, buenos y malos- coinciden en una marca arltiana indeclinable: son desclasados. Y este término, este calificativo, en la novela, y en general en los libros de Guillermo, en la sensibilidad de Guillermo, yo no creo que sea un reproche ético sino un destino seguramente no querido, que produce un efecto melancólico. Ser desclasado (en los términos desamorados y desencantados de un Arlt leído por Oscar Masotta), es el primer motor de la narrativa de Guillermo.

En Arderá el viento ese motor del conflicto entre los seres humanos y las clases sociales se vuelve a encender, y podríamos detectar todas las figuras ambiguas, desclasadas y picarescas en Moni y su marido, en el intendente y su esposa, en los vecinos y los chicos de la zona desplazada y las mujeres madres o amigas de esos chicos marginales, y hasta en el periodista Dante, pero esta vez, más que en otras oportunidades, este motor y nudo reclama la construcción de esa voz literaria que mencionábamos antes. Ignoro, pero intuyo (y después lo podemos conversar) por qué sintió nuevamente, Guillermo, que necesitaba reconstruir una voz literaria como lo había hecho antes en varias oportunidades, en especial, en mi opinión, en El buen dolor. Aclaro que no estoy hablando de una cuestión de primera o tercera persona, ni plural o singular, sino de voz, voces narrativas. Intuyo que la clave debe estar en haber planeado que el centro de la trama, el centro del tema, el corazón del asunto, sea un Hotel metido en un pueblo, es decir, intuyo que, para la imaginación y la percepción de Guillermo, un hotel es un lugar eminentemente literario, un hotel no sólo es una locación literaria sino que además la idea de un hotel, un alojamiento pasajero, fugaz, es una fantasía, una suerte de aventura o viaje pero encallado, anclado, un viaje inmóvil: una aventura mental, imaginaria. Y también, como lo fue el hotel del Francés, un hotel es un lugar de circulación de historias, de ecos de historias, de recuerdos y fantasmas. Por todo esto, (que ahora veo que es más que una intuición, pero no importa), pienso que en el hotel Habsburgo está la clave de por qué esmerarse, en Arderá el viento, en la construcción de una voz literaria: el hotel convocó la voz.

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Pensé, y pienso mucho en Onetti al leer Arderá el viento. Pienso en Santa María, obviamente, y en Los adioses, en Una tumba sin nombre. En un Onetti en clave de pueblo y chismes, y en otro orden, en las locaciones de El astillero. No querría avanzar en similitudes y obvias diferencias sino que me gusta pensar en esta resonancia, estos ecos onettianos que rebotan contra las paredes del Hotel Habsburgo y se citan en la novela erótica que escribe Moni, que remeda cierto erotismo zumbón y pretendidamente hot, pero que si se piensa en la figura de Moni enamorándose de su propio erotismo y por añadidura soñando con la salvación mediante el erotismo, entramos en el terreno de la sensualidad más profunda, más compleja y desgarradora de “Tan triste como ella”, esa clase de dramatismo, la pistola entibiada en la bolsa de agua caliente antes de ser llevada a la boca. Es que, a diferencia de Moni, yo me tomo muy en serio su intento de novela erótica o porno, sus Cincuenta sombras de Moni.

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Una última imagen o metáfora o símbolo, o sensación, o sentimiento que me sugirió mi propia experiencia de lectura de Arderá el viento, y es: laberinto.

¿Qué se cuenta finalmente en Arderá el viento? Se cuenta la vida en un laberinto, o citando un giro del Marechal de Megafón, o la guerra: la vida en laberinto. Estar atrapado en un laberinto, pero no como quien busca desesperadamente la salida, o la redención. Estar, si se quiere, simplemente ahí metido, en el laberinto, como Dante, como Virgilio, dar vueltas en el auto, por la villa, salir, volver. Pero siempre en laberinto. Ni pensar en salir.

La ciudad es un laberinto, la sociedad es un laberinto, la vida es un laberinto y ¿qué es un laberinto sino una trampa metida en una trampa metida en una trampa?

Ése es el destino de los personajes de Arderá el viento, mamushkas de trampas, y en particular el destino de Moni y de su marido, el conde o el marqués, y el no future de sus para mí entrañables hijos, Aniko y Lazlo. Lo curioso es que ellos (sobre todo los padres) decidieron ir a meterse en el laberinto por propia voluntad. Vaya uno a saber por qué.

Y el por qué no nos vamos, el por qué nos quedamos, el por qué persistimos, el por qué escribimos o queremos escribir, son las grandes preguntas existenciales que laten en el fondo de Arderá el viento. Y la respuesta o las respuestas, my friends, estarán soplando en el viento. Dejemos -entonces- hablar al viento, arder al viento.

Fragmentos del texto de presentación de Arderá el viento en la Feria del Libro, el pasado 6 de mayo en la sala Domingo Faustino Sarmiento.