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Cuando Chaume llegó a Rosario, esta era una sociedad pacata y casi gris, pero Santa Fe, su ciudad natal, lo era más todavía; con el agravante de que, al ser más pequeña, le cabía mejor aquello de “pueblo chico, infierno grande”.

Chaume debe haber sido, ya en la ciudad que lo vio nacer, un hombre de personalidad sumamente libre, una especie de sibarita que gozaba con el sexo, tanto propio como ajeno, un hedonista de lo prohibido, un iconoclasta que no encajaba en el tiempo y el lugar en que le había tocado nacer y vivir; lo que, hablando mal y pronto, se conoce como un putañero. Y un voyeur. 

Entonces, jubilado, con tiempo libre, buena posición económica y, según opinión unánime, una inteligencia superior, comenzó a frecuentar el ambiente relacionado con el sexo de Rosario que, por aquellos años, no era demasiado grande. Cuando se produce la denuncia, la investigación, el allanamiento y el descubrimiento de la casi demencial cantidad de material que acopiaba el profesional, en el juzgado interviniente se hicieron el siguiente cuadro de situación: Chaume vino a Rosario porque en Santa Fe ya lo habían descubierto; aquí comenzó a concurrir como invitado a reuniones de índole sexual y a relacionarse con personas que tenían gustos sexuales similares a los suyos. En algún momento comenzó él mismo a organizar estos encuentros. Montó una red mediante la cual ofrecía su departamento y mujeres conocidas para que algunos hombres pudieran tener con ellas relaciones sexuales libremente.

Todo esto no habría pasado de ser una actividad más realizada en uno de los tantos “privados” que existían (y siguen existiendo) en todo el mundo, si no hubiera sido por la condición que el abogado libertino ponía a quienes utilizaban en forma (en general) gratuita las dependencias de su vivienda: dejarse fotografiar.

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Si bien en las declaraciones en sede policial y/o judicial, algunas de las mujeres muestran un cierto reproche hacia Chaume (no muy vehemente, por cierto), el mismo es explicable por la necesidad de no quedar ellas también inculpadas por los delitos de los que se lo acusaba a él. Pero también se recuerda, por ejemplo, el caso de una mujer que trabajaba como telefonista de la Facultad de Medicina que padecía de muchos problemas para tener relaciones íntimas, a la que Chaume habría “liberado” de todas las inhibiciones. “Yo no hice nada malo: yo era mayor de edad y disfrutaba e invitaba a disfrutar a otros amigos”, declaró esta señora en sede judicial. El juez que lo condeó, Otto Crippa García, afirma que “en las fotografías encontradas, a las mujeres se las ve siempre relajadas, con sonrisa cómplice. Quienes participaban de estas acciones no eran indigentes ni personas incultas. Es más, las cuatro mujeres (imputadas) tenían ocupación. Eran empleadas administrativas, vivían en buenos departamentos, todas solteras, salvo una que era casada y separada. Esas eran el staff habitual, pero había decenas”.

Lo cierto es que la cosa se fue haciendo cada vez más grande y concurrida (incluso, con algunos apellidos de la high society rosarina que causarían escozor), por lo que resulta absolutamente inexplicable que todo ese movimiento haya pasado desapercibido por más de dos décadas para los vecinos del edificio.

Es que Chaume jugaba con algunas cartas marcadas: en primer lugar, se había rodeado de una clientela evidentemente poderosa que le brindaba cierta protección y le aseguraba discreción. También podemos pensar (y las redes sociales actuales, que en aquella época no existían, así lo demuestran) que a la gente le gustaba aquello de fotografiarse teniendo sexo, aunque en muchos casos fueran solo poses, si bien todo quedaba en una relativa intimidad entre Chaume y los fotografiados, que no podían andar mostrando por todos lados esas imágenes que muchas veces les regalaba el abogado. Y tampoco es desdeñable el hecho de que nuestro hombre no cobrara por los servicios prestados, ni a las mujeres ni a los hombres. Aunque existe alguna declaración en tal sentido de algún hombre que habría entregado algún dinero (ínfimo) a cambio de los servicios, se trataron de situaciones aisladas. Tampoco se probó que las mujeres cobraran regularmente por ofrecer sus cuerpos, más allá de lo que les podía entregar Chaume de vez en cuando en calidad de “viáticos”. Es por ello que no se lo pudo condenar por el delito de rufianismo.

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Ya lo dijimos, pero vale reiterarlo: todo era muy bizarro, casi se podría decir que impropio de un abogado culto y de buen pasar económico y de un espléndido departamento ubicado en el macrocentro de la segunda ciudad de un país que siempre se enorgulleció de ser la parte europea de Sudamérica. Todo estaba más cercano a un sketch de alguna película de Porcel y Olmedo que al sexo ABC1 que ya pululaba por el orbe.

* Periodista y escritor. El jueves 15 de mayo presenta el libro El caso Chaume (CG Editorial, 2025) en el Centro Cultural de la Cooperación,  San Martín 1371, a las 18.30, junto a Diego Fidalgo y el doctor Antonio Ramos.

Alberto Felipe Chaume (abogado santafesino, ex sub director de Rentas de la provincia,  autor de leyes impositivas que tuvieron vigencia durante décadas), fue condenado por corrupción de menores a ocho años de prisión en primera instancia, pero la Cámara acortó la condena a cuatro y salió en libertad en dos años y siete meses. Todo el material fue destruido. Cuando lo detuvieron de nuevo, a los 84 años, volvieron a encontrar casi la misma cantidad de fotografías, revistas y videos, pero esta vez no había menores y no lo pudieron condenar. No existe otro caso igual en los anales de la justicia argentina y por ello Chaume puede ser catalogado "como el mayor pornógrafo de la historia de este país".