Hace ocho años, John Lucas y Scott Moore tuvieron una idea si no genial, al menos muy buena y su guion para ¿Qué pasó ayer? terminaría convertido en un éxito internacional, iniciando además un nuevo subgénero de comedia alocada y felizmente chabacana (la repetición de la fórmula en sendas secuelas no haría más que desgastar los engranajes cómicos, pero esa es otra historia). Puestos a escribir y dirigir en tiempos más recientes, la dupla pergeñó El club de las madres rebeldes, suerte de remix femenino de algunos de los tópicos de aquel film, aunque sin amnesia ni viaje salvaje y con un nivel de desenfado mucho menor, lo cual derivaba consciente o inconscientemente en una suerte de feminismo de cotillón, pura fachada para un relato tranquilizador y, en el fondo, conservador. Algo similar ocurre con esta secuela que reemplaza la relación de las tres mamis titulares –Amy, Kiki y Carla– con sus parejas por el vínculo aún más problemático que intentan mantener con sus respectivas madres.

La excusa son las reuniones navideñas y el foco vuelve a centrarse en conflictos ligados a diversos modos posibles de maternidad: extremadamente rígidos, posesivos, simbióticos o, por el contrario, “abandónicos”, siguiendo ese horroroso neologismo de raigambre psicologista. Nuevamente, la protagonista es Amy (Mila Kunis), cuya voz en off deja en claro desde el primer minuto que los días previos a la Nochebuena son un perfecto ejemplo de estresazo. Sus dos amigas, Kiki (Kristen Bell) y Carla (Christine Baranski), hacen las veces de reflejos del personaje central: la primera complace a rajatabla las demandas de una ama de casa de familia nuclear ideal (de clase media acomodada, para más datos) mientras que la segunda mantiene a su hijo adolescente sin la ayuda del padre, gracias a su trabajo en un local de belleza femenina. La modosita y la pícara y, en un punto intermedio entre ambas, Amy. El humor en general suele partir de estereotipos y no hay nada de malo en ello, más bien todo lo contrario. El problema central de La Navidad de las madres rebeldes es qué se intenta hacer con ese punto de partida.

La primera secuencia “alocada” las reúne en un shopping bebiendo alcohol de más, poniendo patas para arriba la típica foto con Papá Noel y robando un arbolito de Navidad. Pura rutina cómica y no precisamente de las más inspiradas. El resto del film retrata la lucha de cada una de ellas con sus progenitoras, interpretadas por actrices de la talla de Susan Sarandon, Christine Baranski y Cheryl Hines, absolutamente viradas hacia el grotesco. El tuétano del hueso narrativo es aderezado con giros no tan inesperados que incluyen el choque entre la alta cultura y el entretenimiento masivo, gags sexuales y palabrotas y, por supuesto, la casi obligatoria inclusión de la escena con strippers masculinos. Algunos pocos momentos resultan genuinamente hilarantes (la escena de la depilación de testículos jugada a la comedia romántica, por ejemplo), pero lo que más abunda es el lugar común humorístico. El último acto, por obra y gracia de esa maldita obligación autoimpuesta, el final ya no feliz sino felicísimo, incluye lágrimas y confesiones de amor maternal que se contradicen completamente con lo antedicho por todas las partes. Un nuevo triunfo de la reconciliación inducida como dardo tranquilizante, no sea cosa que las mamis se pongan locas de verdad y se acabe el mundo tal como lo conocemos.