Una leyenda asegura que fundada por segunda vez Buenos Aires los cabildantes del villorrio se reunieron un 20 de octubre de 1580 para elegir a su santo patrono. La elección debía definirse por sorteo y en un casco de arcabucero colocaron los nombres de los candidatos (no sabemos cuantos). Revueltos los pequeños trozos de pergamino surgió el nombre de San Martín de Tours. El cónclave de peninsulares, los regidores, los alcaldes, el alguacil y Juan de Garay incluido, no vieron con buenos ojos que el santo patrono de Francia, país que mantenía un eterno conflicto con el imperio de Felipe II, fuese condecorado con la última perla de su gran dominio. En vez de descartar el nombre y sortear la suerte con los restantes se volvió a poner el papel en el pozo… Y de nuevo volvió a salir San Martín. Nuevamente rechazado, regresó a la tómbola del patronazgo para salir por tercera vez inaugurando así —ante la resignación de los presentes— la francofilia de la futura ciudad que una vez quiso parecerse a París y hoy , en su melange, se parece a sí misma.
Durante trescientos años San Martín de Tours fue el santo patrono no solo de la ciudad sino también de la provincia de Buenos Aires. Un decreto de 1832, bien entrada la época de nuestra emancipación encontramos por parte de Juan Manuel de Rosas la siguiente orden que comienza del siguiente modo:
“Considerando el Gobierno cuanto interesa a la dignidad del culto religioso que la función de San Martín, patrón principal de esta ciudad, se celebre con toda la pompa y solemnidad posible”.
A partir de aquí una serie de artículos establecen que en el acto del 11 de noviembre debían participar el Gobernador, sus Ministros, el clero y demás corporaciones civiles y militares de la Provincia, los maestros de escuela y los alumnos. Los talleres, tiendas, pulperías, almacenes y puestos y demás casas de trato debían cerrar durante el fasto, so pena de veinte y cinco pesos de multa en caso de contravención.
Durante las noches correspondientes á la víspera y día del Santo, todo individuo sea de la clase y condición que fuere debía iluminar el frente de su casa desde las 8 hasta las 11 de la noche bajo pena de multa a quien no lo hiciere.
Un año más tarde Rosas, alejado momentáneamente del poder y ocupado en su Expedición al “Desierto”, decretó el mismo 11 de noviembre una serie de salvas en homenaje al obispo de Tours, ordenó feriado y entregó aguardiente a la tropa.
Para el año 36, Rosas insistía en honrar al santo de su provincia con el desfile de las corporaciones, empleados, militares, presidido por él mismo junto con los “Gefes y Oficiales” que hicieron la Campaña del Desierto. Dos Generales a izquierda y derecha portaban uno la medalla, y el otro la espada con que la provincia había condecorado al Restaurador para presentarlas ante el santo por lo que durase el día.
Los expresados Gefes también debían llevar la coraza del famoso cacique Chocori; y el arco, flechas y lanza del no menos afamado cacique del Chaco de quien no aclara el nombre pero que fue enviado de regalo por el no menos afamado caudillo santafesino don Estanislao López. Otra salva de artillería de 21 cañonazos saludaba al santo desde la fortaleza. Un oficial debía poner a los pies del Santo la bandera, la espada, la medalla y demás trofeos. En seguida, dirigiendo la palabra al Santo, declamará: “Sin duda que las glorias militares que han inmortalizado á este Pueblo tan heroico como generoso, han sido conseguidas bajo el amparo de un Patrono, como vos, que siendo á un mismo tiempo Santo esclarecido, y militar valiente, probasteis en las guerras contra los bárbaros de las Fronteras Romanas, que las virtudes cristianas pueden reunir la bravura, la piedad, la libertad, la defensa de los derechos, y el amor a la humanidad”.
Piedad y amor a la humanidad no se dan bien con la campaña de Rosas contra los indios. Las órdenes del Brigadier General a su jefe de vanguardia, don Ángel Pacheco, eran: “A los indios degüéllelos, no gaste pólvora en chimangos”. Y el propio Darwin en una visita coincidente con la campaña llegó a comprobar el trato a los prisioneros:
“… esas escenas son horribles, pero cuanto más horrible aún es el hecho cierto de que se da muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de veinte años de edad. Y cuando yo en nombre de la humanidad protesté se me replicó: “Sin embargo, qué otra cosa podemos hacer; tienen tantos hijos estas salvajes”.
En el decreto del 36 el Restaurador insiste:
“A nosotros también nos ha cabido la fortuna de conducir hasta los confines del desierto, donde se asilaba la ferocidad de los bárbaros para el azote constante de esta tierra. Aquí está la bandera que condujo de triunfo en triunfo á este virtuoso ejército. Ella queda en vuestras manos, como un testimonio de gratitud debido á la victoria que nos ha concedido el Ser Supremo por vuestra intercesión.”
No cabe duda, que Rosas lo tenía a Martín de Tours en muy alta estima. Por eso resulta un tanto extravagante la aparición de un documento durante el bloqueo francés a nuestro estuario fechado el 31 de julio del año 1839. El supuesto decreto con todo el estilo oficial rezaba:
Art. 1º El francés unitario San Martín de Tours, que ha sido hasta hoy el patrón de esta ciudad, habiendo perdido la confianza del pueblo y del gobierno, abandonado por sus compatriotas, por el traidor [Fructuoso] Rivera y demás salvajes unitarios, es destituido para siempre del Empleo de Patrón de Buenos Aires, medida que creemos conveniente para la seguridad pública y para el triunfo de nuestros derechos en la santa causa de la Confederación.
Art. 2° Atenta la antigüedad de los servicios prestados por San Ignacio de Loyola, venimos en acordarle una pensión de velas de cera de una libra y una misa cantada, que se celebrará en su altar el día de su fiesta en la Catedral.
Art. 3° El ciudadano naturalizado San Ignacio de Loyola queda nombrado Patrón de esta ciudad con la graduación y honores de Brigadier General de la República, debiendo usar la divisa federal."
Este documento con resonancias a lo Ubu Rey por mucho tiempo se lo dio por cierto. Un buen número de historiadores hasta bien entrado el siglo XX lo mencionaron no solo como una curiosidad si no también para reflejar la hubris de la época. Para 1875 el propio yerno, don Máximo Terrero, se vio en la necesidad de escribirle a Rosas, a la sazón exilado en Southampton, para consultarle sobre la veracidad del hecho. Rosas, espíritu piadoso y muy observador de la religión —cuando no se trataba de fusilar a Camila embarazada— desmintió aquel infundio fervientemente.
Lo cierto es que ni en el Boletín Oficial, ni en los libros de la Catedral, ni tampoco en la Gaceta, el diario oficial del gobierno, aparece nada al respecto. Las investigaciones señalaron que aquel documento fraguado era una más de las difamaciones realizadas por los refugiados en Montevideo para socavar de algún modo la autoridad inamovible de don Juan Manuel.
Pero no importó cuanto se desdijera el hecho-. El mismo Santiago Calzadilla en unas memorias publicadas en 1891 llamadas Las beldades de mi tiempo, que describen. la mazorca, las persecuciones y el miedo, aunque el título quizá refiera al “bello sexo” de los años mozos de don Santiago. Anyway, el párrafo de Calzadilla reza así:
“Es sabido que el santo protector de la ciudad de Buenos Aires es San Martín, obispo, cuya festividad, como tal, cae el 11 de Noviembre. Rosas se apercibió de que el Santo era francés de nacionalidad; gaucho vivo y epigramático como lo son los de su clase, que de todo se burlaba, no podía permitir que las autoridades federales le hicieran demostraciones de culto, ni aun en el día consagrado a su fiesta. En consecuencia expidió un decreto (así se me ha asegurado), más o menos en los términos siguientes:
“Habiendo perdido el gobierno de la Confederación la confianza que tenía en el santo ¡San Martín?!, instituido protector de la ciudad de Buenos Aires, y en vista de no haber hecho nada, como era de su deber de buen federal, para impedir que sus paisanos nos trajeran el injusto bloqueo francés que nos han puesto, queda destituido del honroso encargo de que fué investido, por flojo y mal federal.”
La Provincia de Buenos Aires perdió a su santo y la ciudad perdió a su provincia cuando en 1880 se produjo una guerra por la capital de la Nación. El conflicto costó tres mil muertos y el cisma se llevó el patronazgo también. Con la flamante capital levantada desde la nada en La Plata el nuevo patrono favorecido fue San Florián, también patrono de Polonia, de los limpiadores de chimeneas, de los fabricantes de jabones y de los bomberos.