Entre el teatro y la filosofía hay cercanías, que el actor y director Fabián Vena ensaya en Quién soy yo, la obra que presenta este sábado a las 21 y el domingo a las 20 en el Centro de Expresiones Contemporáneas (Paseo de las Artes y el río). A partir del texto escrito por Daniel Cúparo y Carlos La Casa, Vena interpreta a un profesor de filosofía que comparte su saber en lugares clandestinos, mientras enfrenta el peligro de ser descubierto. 

El mismo sábado, de 15 a 18, el actor dictará una masterclass, en un ida y vuelta que dialogará entre la obra y la enseñanza. “Ir con una obra y hablar de teatro, de técnica, dar mi mirada sobre el aprendizaje de nuestro oficio, todo eso ya te conecta con la desesperación de querer mostrar a la noche el espectáculo, y me genera un estímulo muy grande”, comenta Fabián Vena a Rosario/12.

“Desde el primer momento, cuando tuve mi escuela, siempre me imaginé en una función, y en cualquier función que hago, siempre pienso que hay un alumno en la platea. Eso me permite salir a disfrutar a fondo de este espectáculo, que encima es un espectáculo al que siento casi como un recital de rock. Hay un protagonista fundamental, que es la música, y que no viene solamente a generar un colchón ambiental, sino que es absolutamente protagonista; moviliza directamente todo lo sensorial, y acompaña y protagoniza los movimientos de la puesta, el cuento, mis propios movimientos y mi decir (la obra ganó el Premio Estrella de Mar a la Mejor Música Original, además de ser nominada como Mejor Unipersonal). Entonces, siento que me preparo para salir a cantar. Todo esto que te cuento es casi una excusa para que la gente se entretenga y se divierta, porque en la obra hay humor por donde lo mires, y eso genera una dinámica que acompaña al contenido: hay mucha data, hay mucha info, y hay mucha cosa relacionada con lo que es la esencia de la filosofía, que está mucho más cerca de lo que uno cree, y que no tiene que ver con otra cosa más que ponerse a pensar”, continúa el actor.

-De acuerdo con la premisa, la obra propone un vínculo necesario con los demás.

-Cuando elijo un proyecto es porque me conmueve y le veo la chance al texto de que lo escuchen muchos más. Entonces, cuando uno está inmerso en un proyecto donde el principal objetivo es que el otro se conmueva, después todo tiene que fluir. El principal objetivo es ése: conmover al espectador, desde la risa, desde el impacto, desde el entretenimiento y desde el pensamiento. Y todo eso lo tiene el espectáculo. Entonces, la fascinación mía al poder hacerlo es porque sé que eso le va a suceder a la gente. Y lo pude hacer gracias a un enorme y grandísimo equipo alrededor, con el que puedo mezclar tranquilamente a profesionales del cuerpo, profesionales de la voz, gente que me conoce hace 40 años y alumnos que terminan participando al mismo nivel que los que tenemos experiencia. De hecho, hay dos o tres ideas en el espectáculo que se le ocurrieron a una de mis alumnas, que estuvo como asistente, a quien al día de hoy le sigo agradeciendo. Hay un terreno donde también las ideas ya son de todos, ¿no?, y eso es lindo de transitar

-Y en este caso, desde un personaje que es un docente de filosofía.

-Lo del docente fue curioso, y en general a las cosas obvias llego tarde; es una especie de constante para mí. Llegado el momento, hicimos una especie de preestreno en un Centro Cultural en Moreno, y por supuesto que siempre uno quiere llegar cómodo, pero jamás se logra. Hay mucho movimiento en las transiciones de la escenografía, la escenografía se transforma en cada bolilla de estudio de la clase que da este profesor, faltaban pocas horas, y yo tenía que ajustar cosas. Pero llegado el momento, abandonás todo y uno se entrega. Y cuando te enfrentás con el público ya es peor, porque el corazón se acelera más y el agua no sube al tanque. Pero dos segundos antes de entrar se me vino la imagen; me dije: "Si estoy haciendo de un profesor, lo que voy a hacer es dar una clase”. Y las clases, para mí, no pueden ser más divertidas, porque hay algo ahí de la impronta, de la improvisación, del momento y de la gente, donde los conceptos son exactamente los mismos. Creo que nunca tuve un estreno tan fascinante como ese, fue de una tranquilidad tal que casi ni transpiré. La idea de dar clases, en definitiva, terminó siendo un puente de oro, para poder directamente acceder al público sin ningún tipo de nervios.

-Y con la filosofía como moneda de cambio.

-Vos sabés que hay un vínculo mucho más cercano de lo que uno cree entre filosofía y teatro, porque son dos actividades que a priori tienen la misma esencia, de construcción y de expresión. Ninguna te da respuestas, sino que hacen preguntas. En las dos, vas hasta donde podés y querés, no hay obligación ni amenazas; son dos actividades donde uno entra desde el placer, desde el goce. Esta es una obra que me dieron para dirigir, y ya se había pensado en un actor profesional que me encantaba, pero a los dos o tres días este actor no la podía hacer por otros compromisos, y yo ya había empezado a pensar cosas de puesta, bastante estrambóticas, junto a la construcción musical que se terminó armando con el genial Pablo Porcelli, que siempre me acompaña en estas locuras. Salimos a buscar alguna posibilidad de algún colega, pero ya el tercer o cuarto día me dije: "¿A quién se lo propongo sin que me lo tire por la cabeza? Hacela vos y déjate de joder". Ya venía con la experiencia anterior, el texto de Juan Villoro, Conferencia sobre la lluvia, y sabía que podía llegar a hacerlo. A día de hoy estoy chocho, porque sé que hacer esa obra requiere un despliegue impresionante, y como me la dirigí a mí mismo, me la hice como un guante. Pero no le digamos nada a la gente, que siga pensando que es un esfuerzo (risas); para mí es como salir a caminar por un lugar lindo.