Desde Barcelona
UNO ¡Milagro! Rayo de luz descendió de los Cielos, atravesó ventanal y señaló sitio exacto en el que aguardaba --Rodríguez buscándola durante días-- la Gran Novela Papal. La novela --sanagustinianamente-- era y es y será Poderes terrenales de Anthony Burgess. Novela catedralicia, novela como una catedral. Novela --de1980 con trama que abarca buena parte del siglo XX y cameos de casi todo gran nombre propio o impropio-- cuyo Tema es la fina línea que separa al milagroso del milagrero y al luminoso del iluminado. Es decir: Poderes terrenales, o qué es la fe y cómo se consigue y acaso lo más importante: cómo se la mantiene y conserva. Y, sí, novela con Papa ficticio y muy bien escrito/descrito para que Rodríguez escape de avalancha afecto/informativa producida por la llegada a nuestro mundo de León XIV. Y, sí, Rodríguez ya se postró ante unos cuantos Papas más o menos verdaderos o basados en hechos reales, menos o más inspirados/inspiradores de puño y letra o de cámara y celuloide/video. El Anthony Quinn de Las sandalias del pescador en su filmografía de multi-nacionalidades y el Rex Harrison de La agonía y el éxtasis en plan My Fair Miguel Ángel. El Adriano VII de Frederick William "Barón Corvo" Rolfe. Los Papas de Nanni Moretti y de Paolo Sorrentino. El de El Padrino III y el de esa obra maestra lisérgico-eclesiástica-monty-phytoniana que es Ángeles y demonios de Dan Brown donde --como en la reciente Cónclave-- se vuelve a hacer más que evidente que ser camerlengo equivale a ser consigliere en esa otra mafia. Aunque, piensa/pregunta Rodríguez, ¿acaso todo Papa real no es un personaje de ficción; de esa ficción que de algún modo es toda religión y, en especial, de una que lo presenta sin evidencia alguna de ello como representante de Dios en la Tierra por inspiración del Espíritu Santo o algo así?
DOS En cualquier caso, el Papa de/en Poderes terrenales es Carlo Campanati/Gregorio XVII (con detalles de Paulo VI) y a quien ahora se quiere/necesita canonizar. Pero, ah, el dilema/gracia de que el proceso llegue no a buen puerto sino a inmejorable altar es que aquel quien puede ser el único certificador del milagro de Gregorio XVII no es otro que un octogenario escritor retirado homosexual y escandaloso y, por lo tanto, muy poco simpático para la Iglesia. El narrador de la novela (más o menos parecido a Somerset Maugham) es Kenneth Toomey, alguna vez cuñado de Campanati. Y más complicaciones que el propio Burgess --quien se propuso a Poderes terrenales como parodia/homenaje/manual de instrucciones para alcanzar el best-seller histórico perfecto-- explicó en sus memorias: "En los grandes días de la novela, su longitud y hasta su desorden aparecían impuestos por los procedimientos editoriales de la época... Escribir hoy una novela larga obliga a erigir primero un andamio donde todo aparezca más o menos fijo y ordenado antes de siquiera sentarte a escribir la primera palabra (...) En mi caso, esta extensa estructura tendría su núcleo en una pequeña anécdota. Un Papa está a punto de ser canonizado. El Vaticano necesita evidencia de su santidad. Un milagro, por ejemplo. Cuando fue un simple sacerdote, el futuro Papa curó a un niño de una meningitis terminal mediante el poder de la oración. El niño crece hasta convertirse en una especie de Jim Jones: el líder de una secta religiosa que lleva a sus fieles a un suicidio en masa. Y Dios permitió ese milagro autorizando así a su beneficiario a que luego cometiera un acto de gran maldad. (...) ¿Cuál es el juego al que juega Dios? Si Dios es también el Diablo entonces es más que probable que el Mal resulte del Bien". Y en un artículo para The Washington Post: "Cabe pensar que cuando Dios altera los procesos de la naturaleza tiene algún tipo de plan especial entre manos. Eso del gran misterio del Bien y el Mal. Y tal vez resulte demasiado fácil pensar en una perpetua batalla entre Dios y el Diablo: el universo no puede estar sostenido por una dicotomía tan simple. Tal vez, si Dios existe, esté más allá del Bien y del Mal y no sea otra cosa que un poder definitivo al que la humanidad le interesa poco y nada. Tal vez Dios no esté de parte de nadie". Y en una carta a su editor: "He aquí un relevo panorámico del siglo XX y un intento de encontrarle explicación al condenable misterio del Bien y del Mal durante el peor siglo de la Historia. También se supone que sea divertido".
Y lo es.
TRES De ahí que --piensa Rodríguez emocionado por el reencuentro que deviene en relectura-- Poderes terrenales pueda leerse casi como un compendio de sus obsesiones a la vez que una suerte de greatest hits (varios de ellos ligados al tema de lo cristiano y sus rarezas). Y Poderes terrenales es, básicamente, el duelo imposible de resolver de dos opuestos complementarios esgrimiendo dos tipos de fe diferentes, pero aun así imposibles de no hacer comulgar. Lo espiritual y lo intelectual. El desafuero y la penitencia. Lo divino y lo profano. ¿Es Campanati un angelical agente demoníaco? ¿Es Toomey un pecador por amor al arte? Dicotomías acerca de las que Burgess venía reflexionando desde hacía años y en una entrevista de 1971 con The Paris Review --cuando se le recordaba una declaración en cuanto a que "creo que el Dios equivocado está gobernando temporalmente el mundo y que el verdadero Dios ha entrado en la clandestinidad"-- respondía: "Aún tengo esa convicción... Las novelas tratan de conflictos. Y el mundo del novelista es un mundo de oposiciones esenciales... Tengo derecho a una teología ecléctica como novelista". Así, el "dilema" religioso de la novela es, por lo tanto, un dilema novelístico donde dos planetas diferentes de un mismo sistema (Toomey y Campanati) orbitan alrededor de un sol tal vez muerto, tal vez perversamente equívoco, al que a falta de mejor nombre denominamos Dios. Aquel quien ha puesto en marcha todo eso de la Ley de Gravedad: aquello cuya ausencia eleva hacia la perdición y su presencia precipita a la más poderosa y terrena de las existencias.
CUATRO Y tratando Poderes terrenales sobre la ambigüedad de lo milagroso no está mal recordar que Burgess supo ser protagonista de portento difícil de explicar. Fue en Borneo, en 1958, donde a Burgess se le diagnosticó un tumor cerebral inoperable y se le dijo que le quedaba como mucho un año de vida. Por lo que Burgess se puso a teclear con desenfreno para dejarle algo como herencia a su esposa. Burgess sobrevivió; su esposa murió de cirrosis una década después; y a partir de entonces, la prolífica velocidad que ya nunca cesaría hasta su muerte en 1993. Los biógrafos de Burgess posteriormente afirmaron que jamás se diagnosticó tumor o fecha de vencimiento y que todo fue producto de la irrefrenable imaginación de un hombre al que se le ocurrían demasiadas historias, todas milagrosamente buenas. No importa, qué importa. Lo que sí importa es que Anthony Burgess sobreviviera o viviera para escribir novelas como Poderes terrenales. Lo que sí duele es que hoy Poderes terrenales (tal vez porque nadie en HBO o en Netflix la leyó) esté descatalogada en español. Pero nunca es tarde para que un editor sea iluminado por esta novela luminosa y la reedite y gloria, gloria, aleluya.
Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez va a predicar su evangelio a todos, pero no se la va a prestar a nadie porque --es ciencia y es religión, es luminosidad o iluminación-- los milagros no se recuperan.