Cada puerta guarda una escena, como si nos metiéramos por accidente en una situación que no nos involucra pero nos reclama como testigos. Algo de esa intimidad usurpada se avecina en cada propuesta del Ciclo Microteatro ya que el público está obligado a acomodarse en un espacio ínfimo que lo integra a la situación sin delimitar un escenario. Todo podrá ser parte de la representación, incluso nosotrxs, allí sentadxs, invocadxs a veces a participar, obligadxs a mirarnos, a interactuar, aunque más no sea por azar, con las actrices y actores que asumen el comando de esa ficción que se narra casi siempre desde la risa.

Pero también cada enredo podría ser verdad, aunque la interpretación esté llevada a ese registro tan determinante donde la cercanía extrema e ineludible con lxs espectadores/as se arriesga a una palabra o reacción que podrían desarmar el artificio.

Una joven embarazadísima recibe el llamado de su marido que abandonó a una mujer agonizante en el asfalto después de atropellarla con una moto prestada. La comedia, que tiene en Yanina Gruden a una actriz que se acerca al humor con una intensidad tan irreversible que lo delata como drama, decanta en la oscuridad de la artimaña que la jovencita emplea para que su marido no vaya preso y así salvarse.  La familia sería en esta obra dirigida por Cecilia Meijide, un pacto bastante salvaje para no sufrir las consecuencias de los propios actos. 

En Simón, la comedia se descarga en una sesión de terapia familiar donde una pareja que todavía no puede reponerse de una inminente separación se infantiliza con la excusa de curar a su pequeño hijo de un estado de estreñimiento, síntoma del desastre que en la dramaturgia de Mercedes Scápola Morán se convierte en una parodia de la tolerancia y el equilibrio que la terapia reclama y que, en el desconcierto afectivo de los padres, se revela impracticable. 

Entre cada obra se produce una suerte de intervalo porque este ciclo, curado por María Figueras, María Marull y Scápola Morán, construye un público como una figura capaz de habitar otros momentos. El bar, el patio, los tragos, la comida callejera arman esa instancia que hace del teatro un encuentro social  para quedarse más allá de la obra. Después podremos volver a las salas y encontrarnos con Biológica donde el humor es una mezcolanza de datos políticos y truchada televisiva, de guiños astutos que Emiliano Carrazzonne y Daniel Toppino brindan de manera inteligente, aludiendo al travestismo en una obra donde la identidad de la madre adoptiva fue falsificada para no asumir que se trataba, en realidad, de la madre biológica. Un disparate que entiende a cada verdad familiar como la caracterización de una inmensa mentira. 

Ese público que se hace visible mientras toma una cerveza y comenta lo que vio, mientras elije la siguiente obra de quince minutos o decide quedarse a la Sección Golfa, esa que ocurre durante la madrugada, volverá a escuchar que ya comienza la próxima función y un cartel con números en rojo le indicará que es la oportunidad de ver cómo Mayra Homar y Jennifer Sztamfater se pichicatean sin asco en Las hermanas colágeno. Ellas venden sus secretos familiares, trapitos sucios de los años noventa que se apretujan en la noche menemista, evocados en esta época de malaria donde deben quedarse en casita ideando una nueva operación osada y contando australes.

La familia es el tema que embiste con un humor que no le teme a la crítica, que lleva a una identificación indulgente, no demasiado escabrosa porque se trata de disfrutar del teatro como de una fiesta a la que podemos entrar cuando queremos o darnos una pausa para vivir otras escenas que tal vez ocurran entre cada función. Y

El Ciclo Microteatro se presenta de miércoles a domingos a partir de las 20. 

La programación completa está en microteatro.com.ar