Orlando de Virginia Woolf se publicó el mismo año que El pozo de la soledad de Radclyffe Hall, la primera novela lésbica en lengua inglesa, en 1928. La novela de Hall fue censurada y se prohibió su publicación, y la de Woolf se convirtió en un clásico, convirtiendo a Woolf en una mujer adinerada. ¿Por qué dos novelas que tratan sobre la inadecuación del género y el sexo, redoblando este cuestionamiento con una pregunta sobre la elección de una pareja romántica, son recibidas con tanta diferencia?

La insoportable levedad del género

En la novela de R. Hall, la cuestión de la identidad es seria, se ha fosilizado en torno a un Yo soy así, condena socialmente al ostracismo a su heroína; en Orlando, es tratada con levedad, en un devenir jamás logrado. En una, el personaje sufre por no poder ser lo que es a plena luz del día; en la otra, el cambio de sexo confirma que para siempre su identidad estará compuesta por una extraña combinación de masculino y femenino, lo que lo hace “torpe”.

La asunción de la claudicación identitaria

Virginia Woolf evita las críticas a pesar de que Orlando es la admisión pública de un secreto a voces sobre la relación romántica que tuvo entonces con Vita Sackville-West, una escritora de éxito, aristócrata, que sirve de modelo al personaje principal. 

Lo evita, porque a los críticos les sería difícil decir con certeza, con la autoridad de la semejanza, que Orlando es esto o aquello, hombre o mujer, homosexual o no. El cambio de sexo es, para V. Woolf, el paradigma de la claudicación identitaria de todos. Tres años antes, en Mrs. Dalloway, hizo que su personaje dijera que nunca le diría a nadie que él “era esto o aquello”. 

No hay en V. Woolf una reducción imaginaria de la identidad a uno o más rasgos, ya que el sujeto siempre se mueve entre significantes, nunca está en condiciones de reconocerse plenamente.

Transporte

En un pasaje en particular, a bordo de un automóvil, Orlando, en las garras de una epifanía, cuestiona la identidad: “Nada se podía ver en su totalidad ni leer de principio a fin”. Marcado por la pérdida, dividido, el sujeto nunca se aísla por completo y para siempre. Para dar una visión general, V. Woolf nos muestra a Orlando tratando desesperadamente de hacer coincidir su “yo” con ella misma. Y para dar la dinámica, nos cuenta que Orlando llama “¡Orlando!”, que grita su propio nombre con la esperanza de que el yo que le conviene llegue a manifestarse. 

Al biógrafo que relata la vida de Orlando le indigna el desfile de malas identidades que se presentan: ¿no tenemos en mente setenta y seis yos con los que contar en todo momento? Algunos incluso hablan de dos mil cincuenta y dos... 

Woolf, biógrafa, nos dice que escogerá sólo algunos de ellos para mostrarnos que si a veces se produce el sentimiento de una coincidencia entre el yo y el ser, es siempre contingente, diferida y arbitraria, deslumbrante. El viaje en coche termina con una sensación de fracaso, porque el yo de las circunstancias se le presenta a Orlando cuando ya no lo espera.

¡Atrápame si puedes!

Tratada de un modo imaginario, como una serie de disfraces que llevaría el sujeto, este desfile identitario está sin embargo ordenado: es a través de la palabra, en la enunciación, que surge de repente este sentimiento de identidad. 

Es en un grito, el de su propio nombre, que el yo se presenta como tal, disociado del ser, siempre esquivo: “¡Atrápame si puedes!”, decía la señora Brown como una ofensa dirigida a los escritores que pretenden atrapar lo que sólo puede escapar.

*Del Blog Psicoanalisislacaniano.com, publicado el 11 mayo, 2025. Con notas al pie.