En Argentina, el pasado nunca muere, simplemente se recicla. A casi un cuarto de siglo del colapso de 2001, los ecos de aquella debacle resuenan con fuerza en la actualidad. ¿Es posible que el gobierno de Javier Milei, con su cruzada tecnocrática, ajuste ortodoxo y desdén por la política, esté pavimentando el camino hacia una tragedia de proporciones similares o incluso mayores?

La historia enseña que las crisis no estallan por azar, se incuban lentamente en decisiones que ignoran la realidad social y desprecian el rol del Estado como garante de cohesión. En 2001, la apuesta por Domingo Cavallo como salvador fue un acto de fe neoliberal, se delegó la política económica a un tecnócrata que prometía orden y terminó por acelerar el colapso. El gobierno de De la Rúa se vació de legitimidad, se rompió el puente con la sociedad, y el poder quedó en manos de los mercados.

Hoy, Milei avanza por una senda parecida. Luis Caputo, con su perfil financiero y su cercanía con Wall Street, repite la fórmula del superministro. La bandera del déficit cero, el recorte de partidas sociales, la reducción brutal del gasto y la eliminación de regulaciones componen una receta conocida. Como en 2001, en los próximos meses la recaudación puede caer más rápido que el gasto.

En aquel entonces (2001), el Estado incumplió con las provincias, las jubilaciones se redujeron y los sueldos estatales fueron recortados. Hoy, la motosierra avanza por la misma ruta; se achican las jubilaciones, se licúan salarios, y los gobernadores quedan atrapados entre el ajuste nacional y las demandas locales. La historia vuelve, pero sin máscaras.

En 2001, la falta de respuesta política alimentó la desesperanza. Las plazas se llenaron de cacerolas, la bronca saltó del living a la calle, y el “que se vayan todos” condensó el hartazgo. En 2025, el malestar aún no estalla, pero se acumula. La caída del consumo, el cierre de comercios, el aumento de la pobreza y la desigualdad, son síntomas de un deterioro que se expande sin freno.

El gobierno apuesta a que el mercado lo solucione todo. Cree que el shock ordenará las cuentas y luego vendrá la inversión. Pero la experiencia muestra que el ajuste salvaje sin política de ingresos, sin coordinación territorial, sin protección al tejido productivo, solo produce devastación. Y cuando el mercado no resuelve, lo que llega es el estallido.

Cavallo intentó reestructurar deuda interna para ganar aire. Milei hace lo mismo, y busca mostrar disciplina fiscal mientras goza la bendición del FMI. Pero los números no cierran, la inflación resiste, y la economía real no reacciona. El problema no es contable, es político. Y la política está ausente.

Ambos modelos sacrificaron el presente en nombre de una estabilidad futura que nunca llegó. Hoy se desmantelaron redes sociales, en 2001 se rompió el contrato social, se gobernó para los acreedores. El pueblo quedó afuera.

La historia no se repite igual, pero el clima de época es inquietantemente similar. En 2001, el Estado desertó y la economía colapsó. Hoy, si se insiste en aplicar las mismas recetas, con el mismo desprecio por la realidad, el desenlace podría ser aún más grave.

*Director de Fundación Esperanza. Profesor de Posgrado en UBA y universidades privadas.