Seguramente, Hollywood sea un lugar desalmado, solo impulsado por el dinero; nada distinto a tantos otros ejemplos comerciales. No es algo que disculpe al cine, pero mejor es ver las películas y distinguir qué es lo que tienen para decir. Un film extraordinario como La malvada (1950, Joseph L. Mankiewicz) disfrazó de mundo teatral su crítica despiadada, pero el destinatario era el cine mismo: premios, estrellas encumbradas, elogios simulados; un sinfín de ingredientes que sostienen la fantasía. La paradoja sería cómo una película así es posible. Y desde este mismo sistema. Pero ello no anula a la película, sino que evidencia la respiración vivificante que el propio Hollywood ha practicado a lo largo de su historia, con una larga lista de títulos que lo corrobora.

Lo curioso es que el último buen ejemplo viene del mundo de las plataformas; es en este marco donde se inscribe The Studio, la serie creada por Seth Rogen, Evan Goldberg, Alex Gregory, Peter Huyck y Frida Pérez, que ha concluido en estos días con su primera temporada (Apple TV+). En ella, Matt Remick (Seth Rogen) es el ejecutivo ascendente, que verá cumplido su sueño de dirigir los destinos cinematográficos de Continental Studio. Matt es alguien un tanto “anacrónico” y piensa al cine desde un lugar “ideal”, una aspiración que rápidamente contrasta con las exigencias del medio. De esta manera, se verá obligado a conciliar sus deseos personales y ligados al gran cine de Hollywood, con el proyecto de una película dedicada a la mascota del jugo instantáneo Kool-Aid; algo que puede sonar a disparate: el diálogo entre Matt y Griffin, el estrambótico dueño de Continental (en la piel del gran Bryan Cranston), no solo lo hace creíble, sino que oficia como un comentario sarcástico sobre las tantas películas parecidas, que desfilan por la pantalla contemporánea.

De esta manera, las menciones a películas reales ofician como referencias más o menos venenosas; así, por ejemplo, con Barbie y Greta Gerwig: la franquicia en las manos de una directora reconocida, una llave que Matt espera poder accionar también. De igual modo, serán las mismas personalidades (actores, actrices, directores, periodistas, productores) las que desfilen por los distintos capítulos de la serie; como sucede con el director Nick Stoller, responsable además de Buenos vecinos (2014), film (y secuela) con el propio Seth Rogen por protagonista. Ironía mediante, Matt (o Rogen, de acuerdo con el metadiscurso) reniega de incluir a Stoller como director de Kool-Aid, ya que prefiere a alguien con una reputación mayor; es decir, un auteur. Así llegará, coincidencias mediante, al mismísimo Martin Scorsese, cuyo cameo, a todas luces, ha sido de lo más comentado en torno a la serie. Entre el proyecto que Scorsese quiere llevar adelante y la jugada con la que Matt espera salir airoso, se juega el corazón del primer capítulo de The Studio y el tono general de la propuesta.

De esta manera, entre las referencias ciertas y los dislates, The Studio enhebra su retrato sobre Hollywood, a la par del frenesí asociado a la producción de películas, los intereses financieros, los amigos y los traidores. Matt asciende, y con él, sus principios quedan paulatinamente en suspenso, mientras cuida del trabajo que le toca. Las exigencias laborales serán desplegadas en distintas facetas, repartidas a lo largo de los diez capítulos de esta primera temporada.

Si el primer episodio ubica a Scorsese como el potencial director de un “film franquicia”, los posteriores dialogarán con los problemas surgidos durante un rodaje (con Sarah Polley como directora invitada), las maneras desde las cuales rebatir un film mediocre (aun cuando éste sea dirigido por Ron Howard), la desaparición de un rollo (sí, de un rollo, resulta que Matt es un amante del fílmico y le permite a Olivia Wilde dirigir una película en celuloide), los celos entre los propios compañeros: a partir de la inquina entre Sal (Ike Barinholtz) y Quinn (Chase Sui Wonders), en un episodio memorable, que alterna situaciones de comedia de enredos y slapstick (en el caso de Sal, se trata de alguien que quedó relegado tras el ascenso del compañero; y en el caso de Quinn, por ser una protegida de Matt). Matt deberá conciliar el amor por el cine con las relaciones afectivas, sufrir el desdén por ser alguien del mundo “poco serio” del cine, cumplir con un casting lo más diverso posible (so pena de ser “cancelado” por la opinión pública), lograr ser reconocido en los Golden Globes y, no menos importante, evitar la venta del estudio a la corporación Amazon.

En su puesta en escena de situaciones diversas pero convergentes, hay momentos formidables, que llevan la propuesta a un nivel mejor del que a simple vista parece. Es decir, The Studio está atravesada por cierto humor de corte “televisivo” (si es que este término tiene hoy algún sentido), con chistes algo rápidos; pero son otros los momentos de peso verdadero, porque son los que definen el alma de la serie. Por ejemplo, el plano secuencia del episodio 2, con Sarah Polley lidiando con el “plano secuencia” de su rodaje; es decir, un plano secuencia (toma sin corte) dentro de otro; y en los dos, Seth Rogen causando un lío tras otro. Otro caso, y más allá de la mención a Scorsese, es el que remite a Ron Howard, capaz de arrojarle su eterna gorra de béisbol a Matt como si se tratara de un arma letal; la alusión estética al film noir que hace el episodio 3; el slapstick por momentos demente con el que se enfrentan y resuelven tensiones los personajes; y el gran final durante la presentación de los proyectos de Continental Studios en la CinemaCon: todos drogados de manera imprevista, Zoë Kravitz y Dave Franco parodiándose a sí mismos, y un Bryan Cranston semidesnudo que no puede articular palabras.

Al mismo tiempo, toda esta comparsa de situaciones no podría ser lo que es sin la participación luminosa del elenco, con quien Seth Rogen entabla una unidad a la que agradece y de manera evidente en el último episodio; entre ellos y ellas, una desprejuiciada Kathryn Hahn (su bruja en la serie Marvel Agatha All Along parece no tendrá continuidad, una pena) y una venenosa Catherine O’Hara (Beetlejuice 2 y The Last of Us, entre sus recientes participaciones).

El desenlace parece dar un voto de confianza a Matt, el ejecutivo al que todos menosprecian, pero al que todos acuden. No deja de ser un desenlace irónico, que debe hacer equilibrio entre el amor por el cine y la situación precaria en la que éste parece estar, entre franquicias, marketing, likes y corporaciones. En todos los casos, Matt llega a una conclusión que no asume demasiado, es decir, su tarea es ingrata. Lo que resta por ver es cómo seguirá la aventura. Hay algo que le juega en contra: es atropellado y molesta allí donde cree ser necesario; en todo caso, atributos que hacen del personaje un juego a disfrutar, gracias a Seth Rogen.

La buena noticia, claro, es que habrá segunda temporada.

The Studio  8

EE.UU., 2025

Primera temporada, diez episodios

Dirección: Seth Rogen, Evan Goldberg.

Guion: Seth Rogen, Evan Goldberg, Alex Gregory, Peter Huyck, Frida Pérez.

Fotografía: Adam Newport-Berra.

Montaje: Eric Kissack.

Intérpretes: Seth Rogen, Ike Barinholtz, Chase Sui Wonders, Kathryn Hahn, Bryan Cranston, Catherine O’Hara, Keyla Monterroso Mejía.

Disponible en Apple TV+