¿Cómo detener el paso del tiempo, el avance del progreso? ¿Cómo impedir que los más jóvenes abandonen el pueblo y se vayan a la ciudad en busca de mejores oportunidades? ¿Y cómo atraer a los que ya se fueron para que decidan volver? “Jeppener”, primera creación del actor, dramaturgo y director platense Mauricio Serrano, investiga el día a día de la pequeña localidad bonaerense que da nombre a la obra y se sumerge en el ritmo de sus calles y el club donde los vecinos se juntan a hacer deporte.

“Tenemos que impedir que se vayan los chicos”, arroja uno de los personajes en medio de la discusión que mantiene con sus compañeros de la comisión directiva del club deportivo “Estrella de Jeppener”. Esta necesidad de volver al pueblo más atractivo a los ojos de los jóvenes, y de los turistas, recorre toda la obra, cuya dramaturgia se basa en el famoso ingenio argentino, el “manotazo de ahogado” y el “lo atamos con alambre”. ¿Cómo volver famoso al pueblo, cómo generar empleo? Aparecen dos opciones: o hacer la torta frita más grande del país, freída en grasa de la localidad enemiga, o crear un mito, hacer que Jeppener tenga su propio santo popular encarnado por el loco del pueblo.

El conflicto del éxodo, la falta de trabajo (la situación económica difícil que esto conlleva) y las dos posibles soluciones a la problemática motorizan el accionar de cada uno de los personajes. La creación de un santo made in provincia de Buenos Aires plantea preguntas igualmente atractivas e insólitas: cuál será el milagro que deberá producir el nuevo santito para ser coronado como tal, cómo deberá vestirse, cómo se creará su identidad para que no sea parecido ni al Gauchito Gil ni a la Difunta Correa, desde qué lugares recónditos se acercarán los fieles a presentar sus respetos. El ritual del teatro lleva en su sangre el gen de lo divino, y cuando lo mágico y lo milagroso entran en escena todo parece cobrar sentido. El público asiste al ritual, y busca ser encantado y conmovido por él.

La acción transcurre mayoritariamente en la oficina del club Estrella de Jeppener, en donde los personajes discuten, escuchan música desde un reproductor de vinilo, comen sanguchitos de miga y preparan la creación del milagro que los saque del olvido. Sin embargo, dada su condición mística, muchas escenas suceden en un espacio otro, indefinido, que podríamos pensar como el campo o la naturaleza, el lugar en donde suceden las grandes transformaciones. Con recursos dignos de un show de magia, Jeppener nos transporta a un falso milagro que tal vez, con un poco de suerte, pueda volverse realidad.

La obra, que estrenó en abril, es llevada a cabo en un mítico espacio platense: el Centro Cultural Viejo Almacén El Obrero. El espacio, que cuenta con tres salas, un patio con jardín y hasta un pequeño departamentito para alojar a los equipos de obras que llegan de gira, fue fundado hace veintinueve años, y conserva los objetos y la fachada de lo que fue antes: un almacén de ramos generales y lugar de descanso cercano a la estación de tren en donde funcionaba “el provincial”, tren que unía la ciudad de La Plata con Mira Pampa, Avellaneda, Olavarría y Pehuajó.

Sobre el dramaturgo

Al pensar cuál fue el germen que lo empujó a escribir sobre la pequeña localidad, Serrano explica: “Fui un domingo, después de los ravioles. Salimos a pasear en familia, dijimos: vamos a rutear un rato, entrar a algún pueblo. Hicimos unos kilómetros por la ruta 29 y vimos el cartel: ‘Jeppener a 2 km’. El nombre es muy particular, ese ‘shep’ que suena al principio… Y mi hijo me dijo: ‘Papi, es acá’. Doblamos y entramos. Nos metimos al pueblo, que no es como el típico pueblo de plaza central. En el lugar que suele ocupar la plaza está la estación de tren, y enfrente hay un lugar que se llama Casa Rojo, que es el edificio más histórico: pasó de todo, fue prostíbulo, comisaría, ahora es centro cultural. También está el club; a dos cuadras, la fábrica, que en su momento empleaba a muchas personas y ahora no. El pueblo ocupa cinco cuadras por siete, más o menos. Es muy chiquito. Fuimos con el mate, recorrimos. Y empecé a pensar: ¿cómo vive la gente acá? ¿Qué hacen? Está bien, me imagino que van a la escuela, que trabajan… pero, ¿qué pasa en un lugar así? ¿Qué sucede? Y me inventé una historia, por curiosidad y por ternura. Me dio eso: ternura. Pensar: che, un lugar tan pequeño… ¿qué pasa acá? Además, el club Estrella de Jeppener está muy bien puesto, se nota que hay mucho trabajo detrás. Lo ves y pensás: está todo prolijo, lindo, cuidado. Laburo hay, eso es evidente. Pero, ¿qué sucede? Y ante esa pregunta empezó la elaboración de esta historia”.


La poética de Serrano explora los universos rurales, los lugares olvidados, lo chiquito. Saltan a la vista algunas influencias: el maestro Mauricio Kartun y un tono actoral que recuerda al del "Sportivo Teatral" de Ricardo Bartís. Sobre sus intereses y los territorios que marcaron su poética, Serrano reflexiona: “Yo me crié en los noventa, en un barrio periférico de la ciudad de La Plata, en un contexto bastante marginal y violento. Los noventa fueron muy violentos, y yo había naturalizado esa violencia. Recién ahora, con el tiempo y la distancia, puedo analizarlo y darme cuenta de que eso era una locura. Ese registro está en mi cuerpo, y me interesa plasmarlo en un próximo proyecto, porque ya estoy con ganas de escribir otras cosas. Ahora, ¿qué me pasó con Jeppener? Dije: che, estamos viviendo en un mundo totalmente oscuro, con todo lo que está sucediendo en lo social, lo económico, lo político. Me parece que es momento de mostrar en la ficción otra cosa, de apuntarle a una poética de la ternura, de subrayar la belleza del mundo, aunque sea un poquito. La belleza de lo chiquito, de lo humilde. Me parece que eso tiene que aparecer en los registros de ficción, para contrarrestar un poco, porque si no el mundo te pasa por arriba. Entonces aparecen estos dos aspectos —el registro duro, denso, y el tierno— que son totalmente distintos, pero que a mí me habitan. No niego ninguno de los dos. Uno me genera ternura, sí, como ese momento de descubrir Jeppener después de los ravioles, y lo otro también me atrae, hay una pulsión ahí que me interesa trabajar. El otro día fui a ver ‘Lo que el río hace', y me produjo un placer enorme. Lo que hacen las Marull, hay ahí un tránsito por otros lugares, una poética del interior, de lo pequeño… y eso me encanta”.

Jeppener existe. El club también. El santo, todavía no. Pero si el teatro puede crearlo, tal vez no estemos tan lejos de que suceda el milagro. Con dramaturgia y dirección de Mauricio Serrano, las actuaciones de Cecilia Coleff, Juan Felipe Hernandorena, Fabián Andicoechea, Max Aleman y Mario Permiggiani, y asistencia de Juan Pablo Juarez Chino, “Jeppener” se presenta los sábados de mayo y junio a las 21 hs en el Viejo Almacén El Obrero (calle 71 esquina 13), La Plata. Las entradas pueden adquirirse por Alternativa Teatral.