Hay otro Racing lejos del mapa de Avellaneda. Es el Racing, tal vez, más sufrido de todos los Racing de todos los tiempos. Es la Academia del hacha y tiza, porque sus jugadores luchan con los rivales, y con las asperezas de las canchas, que presentan altos pastos, robustas matas y un colección de pozos, que le joden a medio mundo, salvo a los sigilosos insectos que allí se atrincheran. Este Racing es el Racing Club de General Madariaga, la ciudad gaucha que asoma orgullosa con sus límites compartidos con Villa Gesell y Pinamar. Sus jugadores no cobran un mango por jugar. Y lo más cerca del Cilindro que han estado fue cuando algunos laburaron en el campo, con los cilíndricos tambos de leche. Este Racing, señores, perdía todo lo que jugaba. Y no es una hipérbole. El año pasado, cayó en 23 veces de las 24 que jugó. ¿Bueno pero ganó un partido? Ni eso. Empató con Huracán de Madariaga. Y estuvo a punto de desaparecer porque no conseguía jugadores, ni fondos para sustentarse.

La historia de por sí ya cuenta con bastantes versos para unas cuantas payadas dominicales, pero no tuvieron mejor idea los gauchos que incorporar al Japo para reforzar el equipo y agrandar aún más la leyenda. El Japo no es un apodo. Es mucho más que eso. Se trata de un joven japonés de la cabeza hasta los pies. Basta con mirarlo en la foto de Enganche para probar su origen, ni da para pedirle documentos. Ahora sí que Racing de Madariaga juega a lo grande: trajo a un japonés a la ciudad donde se cocinan las mejores tortas fritas del mundo. Kou Gotou tiene 21 años y es la estrella de este equipo que ya dejó de estar estrellado.

“Jugar en Racing era un quemo”, recuerda su entrenador Edgardo Rincón. Pero con empuje y entusiasmo, lo sacaron a flote. Hicieron la pretemporada en la playa de Pinamar. Se reforzaron bien. Y este año salieron terceros en el campeonato local y se clasificaron así para jugar el Torneo Federal C. Un hito para todos. 

Juega la Liga de fútbol local, cuyo campeonato lo integran doce equipos, y no tiene hinchada. Su tribuna es una postal, habitada por quince, a veces, veinte sujetos que van a ver sus partidos en el municipal Estadio Francisco Alcuaz. Tampoco tiene muchos años de vida; se fundó en el 2005, de la mano de Don Tino Elso, un hincha acérrimo de la Acadé. 

Y en ese escenario Gotou, que llegó en noviembre, es una perla. Por sus formas, por cómo se dio su desembarco, todo resultó fantástico. Jugó un solo partido. Debutó con un gol y dos asistencias en la última fecha de la Liga Madariaguense, ante San Lorenzo de Villa Gesell. Sin entrenamientos encima, hizo su estreno oficial hace quince días en Madariaga y la rompió. Su gol, dicen los afortunados que lo pudieron disfrutar, fue un golazo. Racing ganó 4-1 y se clasificó al torneo Federal C, porque su rival, Atlético Villa Gesell, no quiso jugar la serie clasificatoria. Y para agigantar el relato, el Japo armó un festejo a puro animé. “Yo me tenía fe. Pensé un festejo por si metía un gol. Lo logré. Celebré con mis compañeros haciendo la coreografía del dibujito animado de Dragon Ball Z. Armé la fusión de Gokú y Vegeta”, relata entre risas, con un castellano breve y envidiable por el poder de síntesis. El animé es una marca registrada de la cultura oriental. Y el japonés vino para dibujar su propia historia.

En realidad, hay que confesarlo, el Japo no vino directamente de Japón. A este Racing no le alcanzaría ni con vender mil números de una rifa para pagarle un pasaje de Tokio a Buenos Aires. El japonés cayó en Madariaga. Nadie sabe bien cómo llegó. Gotou, según cuenta él mismo, hace un par de años que vive en la Argentina. Primero, estuvo diez meses a prueba en Argentinos Juniors. Se entrenó en el Bajo Flores. Y se dio el gusto de sacarse fotos en el Estadio Diego Armando Maradona. Pero no quedó. Después, se volvió a su país a juntar guita. Y regresó a Buenos Aires con más ganas que nunca porque quería revancha. Desembarcó en Riestra. Otra vez a practicar en el Bajo Flores. Otra vez a pelearla en soledad. Estuvo un tiempo allí. Se lesionó la espalda. Y por culpa de esa maldita hernia de disco, estuvo parado un tiempo, sin jugar. De un día para el otro cambió de rumbo y fue a Córdoba: en octubre jugó para Defensores de San Antonio de Litín, de la Liga Belvillense de Fútbol. Allí descubrió el cuarteto y el fernet y aprendió a decir mira “vos, culiao”. “Anduve bien, pero se terminó el torneo, perdimos en cuartos de final, y mi representante me consiguió jugar en Racing de Madariaga. Yo ni lo dudé, porque quiero triunfar en Argentina, mi sueño es tener éxito en el país de Maradona”, comenta.

La comparación con Naohiro Takahara es ineludible. Takahara, el nipón que Mauricio Macri llevó a Boca en el 2001 para expandir la marca xeneize al mercado asiático. Takahara, el mismo que arrancó un pan de pasto una noche en La Bombonera, cuando quiso meterle un gol a Colón. “¿Takahara? No, no me comparen con él, porque a mí tampoco me gustaba cómo jugaba”, dice Gotou, con toda la chispa de un pibe de 21 años. Y se ríe a carcajadas mientras abre su mochila. Es entonces que saca una tableta, donde se lo ve a Maradona gritando un gol. Ese es su fondo de pantalla. Lógico, su padre Yasuiuki Gotou es fanático del Diego. Y él heredó algunos de las pasiones de su viejo. En Japón hizo Inferiores en el Yokohama F. Marinos. “Jugué en el club donde jugaba Ramón Díaz”, agrega como nota al pie.

Jugar al fútbol en Yokohama era toda una aventura. Por ejemplo, los días de partidos, el plantel iba en tren a las canchas. No era cualquier tren. Viajaban en el tren bala. Que vuela sobre rieles a 285 kilómetros por hora. “Lo más normal del mundo era ir a las canchas en tren. De allá extraño la tecnología y que todo es más rápido, acá todo se recorre en ómnibus, y así se hace todo más lento”, dice Gotou, sin ánimo de ofender, según aclara luego. Extraña la velocidad que se ve magnificada por el cansino y armonioso ritmo de vida que se lleva por estos pagos. ¿Se acostumbrará nuestro amigo a este periplo? Por lo pronto, la viene surfeando. Cambió el sushi por asado. Y está feliz. Es hincha de Boca. De hecho, ya se dio el lujo de festejar un campeonato en el Obelisco.

“Gotou es como un viejo wing, de los que tienen llegada al gol. Es el delantero que necesitaba para asistir a nuestro goleador, el Paragua Jorge Torales”; agrega su entrenador Rincón, que ya planifica el debut en el Federal C. Para agregarle una dificultad extra a la vida de los futbolistas amateurs, el torneo exhibe un calendario inoportuno para los clubes de la zona. El debut será en plena temporada de verano -tal vez contra el San Vicente de Pinamar- justo cuando la mayoría de los jugadores hacen horas extras para juntar un mango más. Aquí los inviernos son persistentemente fríos. Y crudos. Y largos. “Hay que juntarla en el verano para pasar el invierno”, dicen. Por todo ése contexto socioeconómico, el Samurái Gotou se vislumbra como el as de espadas de Racing, porque él es un privilegiado: es uno de los pocos que vive para el fútbol. “Descansado y veloz como lo es, puede ser letal”, dicen en el club.

En dos años en el país, Gotou aprendió las mañas que no existen en el universo asiático de la pelota. “El fútbol argentino es muy competitivo: aprendí cómo chocar y cómo cubrir la pelota. Allá en Japón estamos lejos todavía de este nivel”; agrega. Si llegará a encontrar la gloria o no, ya es otra historia. Juega como vive. Afuera de la cancha va y va al ataque, solo, lanzado en velocidad. Es irrefrenable, porque la fuerza de sus sueños lo propulsa hacia adelante, como si estuviera subido a una moto. El Japo tiene pinta de querer agotar todas las instancias habidas y por haber para jugar a la pelota en la Argentina. “Quiero ser feliz jugando al fútbol, quiero triunfar acá, voy a seguir intentándolo”, insiste Gotou. Su nombre, vaya paradoja, significa “cruzar el mar”. Allá en Japón, su destino era el de un pescador. Su padre y su abuelo fueron artesanos en el oficio. Y él, cuando niño, se agotaba las tardes sacando besugos, corvinas, y caballas del mar. Por cierto, ¿qué es esa red que se ve en el fondo? ¿Será un mediomundo que lo abraza? ¿O será el arco que está esperando los goles del mañana? Mientras tanto, él sigue pescando. Sigue pescando sus sueños.