“Los vikingos reinaron durante casi doscientos cincuenta años en las regiones que constituyen hoy Bolivia y el Perú”— nos dice Jacques de Mahieu con la certeza digna de un testigo presencial desde su escritorio de Ciudad Evita. “Hacia 1290, sin embargo, fueron atacados por fuerzas diaguitas llegadas de Coquimbo (Chile) a las órdenes del cacique Cari. Vencidos en sucesivas batallas, los blancos perdieron su capital, Tiahuanacu, y se refugiaron en la isla del Sol, en medio del Titicaca. […] Otros daneses lograron refugiarse en la montaña donde rehicieron sus fuerzas con la ayuda de tribus leales y, más tarde, bajaron hacia el Cuzco donde fundaron el imperio incaico. Unos pequeños grupos, por fin, se escondieron en la selva oriental donde iban a degenerar lentamente”. De este modo —según el francés— los vikingos llegaron al Paraguay. Ya en el país de Stroessner las conclusiones se vuelven más insólitas:

La etnia de los guayakies se parece más a los europeos que a los amerindios. 

Se sitúan no solo en la raza aria sino también en la subrraza nórdica. 

Pertenecen a una raza blanca dolicocéfala ligeramente mestizada con elementos amerindios. 

Sufrieron un proceso degenerativo que provocó la reducción de su estatura con todas las características propias del enanismo patológico. 

Se mestizaron con mujeres amerindias —verosímilmente guaraníes— que le trajeron genes mongoloides. 

Un pueblo degenerado. 

¿En qué se habían convertido estos soldados daneses que se habían refugiado en la selva en 1290? 

No hay duda alguna; los guayakies no son unos primitivos sino unos degenerados. 

Seiscientos años en la selva tropical explicaban ampliamente su degeneración física y la regresión cultural. 

Y así por 192 páginas.

Sabemos que en el mundo nada es imposible. Ahora, esforzarse hasta lo imposible para demostrar lo improbable nos hace preguntarnos para qué. ¿Era el modo de de Mahieu de reconfigurar su mundo perdido con otro mundo perdido? Más bien el del profesor fue un intento de retomar teorías del departamento científico de las SS sin mencionar las fuentes.

Al contrario de lo que sostiene de Mahieu no podemos decir que los vikingos sean lo que podríamos definir como un agente civilizador. Vikingo es una denominación que en un principio no se utilizaba para designar a un pueblo, sino a la actividad de exploración, piratería e incursión. Es, al parecer, a partir del siglo XIX, que el término "vikingo" pasó a representar a los escandinavos por entero. Las crónicas de la Edad Media hablan abundantemente del terror que provocaban sus ataques. El expolio a los monasterios, el secuestro de mujeres, el comercio de esclavos; un negocio este que se extendía a través del Mediterráneo, desde España a Egipto. Siendo el esclavismo un elemento esencial de su estructura social los arqueólogos sugieren que los esclavos vikingos eran sacrificados cuando sus amos morían. Tumbas con cuerpos decapitados se hallaron en Europa como rituales de enterramiento, algo que aparece mencionado en sagas vikingas y en crónicas árabes. Una nota de color, sin duda, para aquellos investigadores del continente americano que buscan pruebas de la presencia nórdica entre Tihuanaco, el Amazonas y el Cerro Morotí.

Las teorías de de Mahieu no pasaron desapercibidas, por el contrario, tuvieron gran difusión por parte de la prensa: en La Nación, La Prensa, Clarín, Gente, Siete Días, la revista Todo es Historia y La Plata Ruf (La voz del Plata), un periódico de habla alemana cuyo director en jefe era Wilfred Von Oven, la mano derecha de Goebbels durante la Segunda Guerra Mundial, y otro de los que pasaron victoriosos por el escaneo de la Comisión Argentina de Recepción y Encauzamiento de Inmigrantes luego de su fuga Alemania – Génova – Buenos Aires. Entre sus selectos suscriptores estaban Klaus Barbie y el propio de Mahieu.

Desde el siglo XVII en adelante tenemos tantas teorías sobre el tráfico de pobladores al continente americano que hacen que el viaje de Colón parezca el de un turista llegando en micro a la Estación Terminal de Mar del Plata en la primera quincena de enero: escandinavos en Norteamérica, etíopes en Yucatán, chinos en el Perú, fenicios en Manaos, griegos continentales en Santiago del Estero, vascos en América Central, judíos romanizados en Tennessee, libios en el Mississippi, más japoneses, filisteos, polinesios, íberos, mongoles, cretenses, repartidos aquí y allá. Todo esto cuando no se sostenía que la cuna de la humanidad habría surgido en Miramar (algo que la municipalidad de dicho sitio no ha explotado aún turísticamente).

Toda esta parafernalia de hipótesis acumuladas en pocos años llevó a al arqueólogo Juan Schobinger a publicar en 1981 el libro Mediterráneos, semitas, celtas y vikingos en América. Ojeada sobre algunas modernas expresiones de hiperdifusionismo transatlántico. En él, el investigador suizo-argentino desfallece ante el número de teorías lanzadas a la violeta y su superpoblación en el mundo literario. Se lamenta de las especulaciones sobre una “endeble base histórica, etnográfica y lingüística”, con conclusiones prematuras y publicaciones para el consumo masivo.

“La América precolombina —nos dice— causa fascinación tanto para el especialista (para quien cada nuevo descubrimiento trae una nueva problemática) como para el lego (quien siente al mundo americano arcaico como poblado de enigmas, misterios y secretos, lo que es aprovechado por algunos autores y empresas editoriales para producir una literatura a veces aceptable a nivel de divulgación, pero que en su mayor parte es tendenciosa, causante de confusión, con datos tergiversados o erróneos”. Parafraseando a su maestro y colega, José Imbelloni, Schobinger señala que en la americanística proliferan los románticos, los alucinados y los comerciantes. En la bolsa cae la astroarqueología, la que provoca que cualquier obra interesante, enigmática o monumental, o motivos simbólicos de su arte, sea adjudicados indefectiblemente a la ''visita de seres extraterrestres".

Podemos decir que a partir del “descubrimiento de América” tomaron aliento una serie de presunciones que explicaban a esta tierra misteriosa y a sus habitantes. La primera es la idea de que se había encontrado el lado Este de la India, y como para no dar el brazo a torcer Occidente continúa hasta hoy con el termino “indios” para llamar a los habitantes originarios. Luego tomó raíz la idea de que estos pobladores eran descendientes de algún hijo de Noé, o de cananeos expulsados de Palestina, o de alguna o varias de las tribus perdidas de Israel, o de los troyanos que escaparon de la ira de Aquiles, o de los habitantes de la Atlántida que buscaban un continente que no se hundiera. Luego tenemos las versiones mormonas del profeta Joseph Smith que nos asegura que, una primera oleada de pobladores, llegaron luego de la caída de la Torre de Babel y otra segunda cuando Nabucodonosor echó a los judíos de Jerusalén. Luego tenemos las comparaciones de las pirámides mayas, aztecas e incas en su relación con el Antiguo Egipto y la potencial existencia de arquitectos extraterrestres con dos escuelas estéticas diferenciadas según la etnia y el lugar: una más lisa y otra más escalonada.

Schobinger señala que de Mahieu no fue el primero en aventurar la tesis de los vikingos y su cruce con los amerindios. En 1952 Humberto Raúl Camarota, pronunciaba la conferencia Quetzalcóat, Cuculkan y Viracocha ¿fueron un vikingos? ante los cadetes del Liceo Naval. Un cuadernillo que supimos tener en nuestra biblioteca y que por delgado se esconde a toda búsqueda. Schobinger agrega que el geólogo francés Raymond Chaulot presentó en 1941 ante el Congreso de Historia Argentina del Norte y Centro una ponencia sobre el posible origen vikingo de los comechingones.

El arqueólogo suizo nos dice que el Quetzalcóatl de de Mahieu “no corresponde al complejísimo personaje divino de las culturas mesoamericanas. De Mahieu ignora el hecho de que el quinto rey de la dinastía tolteca que vivió en el siglo X no se denominaba originariamente Quetzalcóatl sino Ce Acatl Topíltzin y que fue considerado una personificación del dios civilizador de ese nombre (que con su símbolo la serpiente emplumada ya existió desde mil años antes en la metrópoli sagrada de Teotihuacán). De Mahieu identifica sin más a Quetzalcóatl con el vikingo Ullman llegado en el año 1000”.

“No hemos visto —continúa Schobinger — ninguna base legendaria para la suposición de tinte racista” del tal Ullman y su enojo porque sus hombres se mezclaron con indias y no mantuvieron la pureza de la raza, aparte de dictaminar a esta figura como héroe civilizador que logra hacerse reconocer como rey de la ciudad de Tula, nombre parecido a Thule (una denominación que reflejaría su país de origen y de paso la región de Thule, es decir Groenlandia).

"No estoy en contra de las hipótesis aventuradas, siempre que no estén en contra de los hechos concretos, y que no se basen en una metodología parcializada” define Schobinger. Finalmente, para encarar el tema de los vikingos en el Paraguay refiere a que si los 28 individuos guayaquies estudiados por de Mahieu en el Cerro Morotí tienen algunos rasgos europoides ¿está demostrado que ello no se deba a algún mestizaje de la época colonial?” Es decir, ¿a algún español o portugués que pasó por la zona o el mismísimo Ulrico Schmidl o alguno de los aventureros germanos que a modo de mercenarios vinieron con Pedro de Mendoza?

Ante esto es de observar que aquellos vikingos “degenerados” cayeron “tan bajo” que a de Mahieu le fue imposible encontrar ojos claros y pelo rubio entre los guayaquies. Un fenómeno, hay que decir, muy habitual en Recife, donde la colonia holandesa dejó ejemplos testimoniales de afroholandeses con ojos verdes, piel bronce y capilares del color del sol.